sábado, 14 de julio de 2018

SIN VÉRTIGO DE ALTURA


RASCACIELOS: RESCATE EN LAS ALTURAS
(Skyscraper)
2018. Dir. Rawson Marshall Thurber.



         Will Sawyer (Dwayne Johnson) es un especialista en seguridad que es contratado por el billonario Zhao (Chin Han) para encargarse de su espléndido edificio en Hong Kong que consta de 220 pisos y 900 metros de altura. Para ello, Will ha llevado consigo a su esposa Sarah (Neve Campbell) y su par de gemelos. Ocurre un sabotaje que incendia al edificio dos pisos debajo de donde se encuentran la mujer y los niños. Will tiene, por lo tanto, que salvarlos. Así, de manera sucinta, le comento la trama de una película bastante fallida: filmada con fórmulas ya conocidas, carece de frescura. Realizada con la intención de darle otros matices a tramas conocidas [el antecedente cinéfilo y  obligatorio es Infierno en la torre (The Towering Inferno, 1974) y la cuestión familiar es asunto de muchísimas películas, aunque al ocurrir todo en un edificio se refiere, básicamente, a Duro de matar (Die Hard, 1988)] y volver a dotar de casi súper poderes al hombre aparentemente común, pero que entre sus características para que sea invencible es poseer un pasado de instrucción policiaca o militar (en este caso, Will estuvo en el FBI, Sarah fue doctora en campos de combate). Todavía se complica más el asunto al presentar a Will como hombre con una sola pierna, por lo que usa una artificial: hecho que no será más importante que detener una puerta.


         El problema de la película reside en que sus personajes no producen empatía y son muy evidentes: inmediatamente se da uno cuenta que alguien del equipo del billonario será traidor; el amigo del héroe, al ser interpretado por un actor ya encasillado en villano (Pablo Schreiber), se abrirá de capa a los quince minutos de la cinta; los otros personajes negativos serán terriblemente malvados. Hemos visto esta película en tantas ocasiones que, al menos, se pide gracia. Dwayne Johnson ha salvado muchas películas por su innegable simpatía y en este caso, el guion no le ofrece posibilidades.


         Lo más ingenioso de la película es una habitación llena de pantallas que presentan diversos ángulos de cada persona que se encuentra dentro de ella: es una posmoderna casa de espejos. Remite, inevitablemente, al final de la cinta de Welles, La dama de Shangai (The Lady from Shanghai, 1948) y su truco narrativo se repite, puesto al día, para darle, al menos, cierta soltura a la trama: lástima que llega cuando todo se ha perdido.