domingo, 1 de marzo de 2020

EL TERROR ÓPTICO


EL HOMBRE INVISIBLE
(The Invisible Man)
2020. Dir. Leigh Whannell.
         Cecilia (Elisabeth Moss) escapa de su casa inteligente donde hay cámaras por todas partes. Huye de un marido controlador y cruel, Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen). Se refugia en la casa de su amigo James (Aldis Hodge) quien vive con su hija adolescente Sydney (Storm Reid). Pasan dos semanas y Cecilia no quiere salir ni a recoger la correspondencia en el buzón. Se siente acosada. Su cuñado Tom (Michael Dorman) la cita para informarle que Adrian se ha suicidado y le ha heredado una buena suma de dinero. Sin embargo, a pesar de que ve las fotos del cadáver de su esposo, Cecilia sigue percibiendo una presencia a su alrededor y no cree que Griffin haya muerto.
         Sin tomar en cuenta la novela de H.G. Wells escrita en 1897, ni la cinta de James Whale filmada en 1933 y adaptada a su tiempo presente, solamente utilizando como apellido el Griffin, que era el mismo del personaje de la novela mencionada, el autor completo Whannell nos entrega su tercera película que deviene purísimo cine de terror que se sostiene gracias a miradas, sugerencias, cámaras que se fijan en paredes o ventanas o muebles. Cecilia mezcla su delirio de persecución debido al terror que le ha impuesto su marido con los hechos extraños que está segura de no haber cometido (el envío de un correo electrónico ofensivo, el olvido de su portafolio artístico) y su seguridad de que no ha enloquecido, algo que parece evidente a sus seres cercanos, hasta que ella lo comprueba en carne propia, pero en solitario, teniendo solamente al público como testigo lejano.
         El personaje original (de novela y cinta primitiva) era un científico que había descubierto la calidad de la invisibilidad (gracias a un cambio en la refracción de la luz) aunque bajo el efecto secundario de la creciente pérdida de la razón. En este caso, Adrian Griffin es un magnate de la electrónica, experto en óptica, por lo que su logro se convierte en una extensión de su sentido controlador. Cecilia comprende la amplitud de posibilidades que había a su alcance para poder estar enterado de todo lo que hacía. Ahora, en la versión de Whannell, es la sinrazón de los celos y el control. Además, transforma a la víctima en mujer para lograr su redención y clamar por cierta justicia acorde con el discurso feminista usual, aunque sin caer en el panfleto (como sucedió con la estupidísima Mujercitas de la Gerwig), gracias a un satisfactorio equilibrio y a una estupenda actuación de la Moss, casi siempre en pantalla, quien logra transmitir su desesperación aunque siempre la constante seguridad de su lucidez.
         La cinta nos habla de la tecnología con sus terribles consecuencias como arma de dos filos: algo que beneficiaría a la humanidad sería fatal al utilizarse para fines siniestros. Y esa es otra de las grandes cualidades de la cinta porque primero se sostiene en el aditamento electrónico para luego entrar al manejo del suspenso en el espectador. Una cinta extraordinaria porque sabe utilizar los elementos básicos del terror para ofrecer una lectura de la perversión tecnológica en estos tiempos avanzados, lejanos de las fantasías que soñaban proféticamente Verne y Wells, entre otros.
         La Universal ha querido replantear a sus “monstruos” del pasado en tiempos actuales sin lograrlo: Tanto La momia (The Mummy, Alex Kurtzman, 2017) como El hombre lobo (The Wolfman, Joe Johnston, 2010) resultaron fracasos. Por fin, gracias a uno de los grandes cultivadores del género del terror contemporáneo (Whannell fue colaborador del genial James Wan y por su cuenta ha mostrado su genio). No puedo dejar de mencionar que en el cine mexicano, gracias a efectos especiales primitivos, tuvimos un acercamiento serio al personaje (El hombre que logró ser invisible, 1957, Alfredo B. Crevenna), versión adaptada a suelo mexicano con Arturo de Córdova como el científico que enloquecía. A nivel más bajo está El asesino invisible (René Cardona, 1964) que marcó el debut de Jorge Rivero en el cine; pero a nivel ínfimo, con guión de Chespirito está Los invisibles (Jaime Salvador, 1961) con Viruta y Capulina (el grado cero del humor).
Leigh Whannell dirigiendo a Elisabeth Moss