miércoles, 1 de enero de 2020

LA JUSTICIA, POR ENCIMA DE TODO


EL CASO DE RICHARD JEWELL
(Richard Jewell)
2019. Dir. Clint Eastwood.
         Richard Jewell era guardia de seguridad en el Parque Centenario de Atlanta donde se llevaban a cabo conciertos populares durante los Juegos Olímpicos de 1996. Una noche se dio cuenta de una mochila sospechosa que se encontraba debajo de una tarima. Avisó a sus superiores que se dieron cuenta de que efectivamente eran 3 bombas caseras, pero entre el momento de desactivar y mientras se desalojaba lo más que se podía a personas cercanas al bulto, ocurrió el estallido. Dos personas murieron y muchas otras quedaron heridas pero se le declaró como héroe al haber sido quien descubriera el paquete. Sin embargo, una periodista ambiciosa en contubernio con un agente del FBI lo declararon como principal sospechoso. A partir de ahí, comenzó una persecución indirecta tanto de los medios como de los federales en cuanto a la comprobación de indicios que confirmaran sus conjeturas.
         Clint Eastwood retoma la historia cercana de héroes de la vida real para dramatizar sus acciones y, de esa manera, subrayar y compartir su admiración, pero, sobre todo, darle importancia a lo que puede ser rescatable en esta sociedad contemporánea donde todo se pone en duda, se vive entre las ficciones que se hacen pasar como realidades o simplemente se declara culpable a alguien por meras insinuaciones. Así, en los últimos años hemos tenido el caso de Chris Kyle en Francotirador (American Sniper, 2014), Chester Sullenberger en Sully: Hazaña en el Hudson (Sully, 2016), Alek, Anthony y Spencer, los 3 soldados que evitaron una masacre en un tren parisino en 15:17 Tren a París (The 15:17 to Paris, 2018) o el anciano Earl Stone en La mula (The Mule, 2018) tan patriota como su ficticio Walt Kowalski de Gran Torino (2008). Si consideramos el pasado conservador de Eastwood, sabemos que su tendencia es preservar y defender sus principios norteamericanos, pero siempre antepondrá la ley y el orden como base de su discurso. Todos los personajes mencionados han sido obedientes a los mismos y este Richard Jewell no será la excepción. Todos estos casos del pasado vienen a ser magníficos ejemplos (hasta advertencias) para el presente.
         Gordito, apocado, Richard (Paul Walter Hauser) trabaja como auxiliar de almacén en una oficina legal donde establece amistad, por su bonhomía y eficiencia, con el abogado Watson Bryant (Sam Rockwell), del cual se despide cuando entra a trabajar como guardia de seguridad ya que su deseo es pertenecer a la fuerza pública para mantener el orden. Diez años más tarde lo encontramos como guardia de una universidad privada de la cual es despedido por sobrepasar su autoridad. Sin embargo, ya serán los juegos olímpicos de verano que permitieron la contratación de muchos guardias. Ahí, sigue siendo tan servicial y observador de las reglas como siempre. Es su entrega y agudeza por los detalles lo que le lleva a fijarse en la mochila con explosivos y de ahí surge su problema.
         Basándose en los hechos, al realizador Eastwood le interesa la denuncia de la autoridad que no entiende de límites y se ciega en la soberbia de la sospecha infundada. El agente Shaw (Jon Hamm) viene a ser el símbolo de la corrupción de la ley, sus métodos no son éticos, la forma en que desea obtener una confesión es por medio de engaños, la burla e ironía hacia el bonachón acusado hace que explote sus sentimientos. La periodista Scruggs (Olivia Wilde) es tan ambiciosa y amarillista que no le importa llegar a lo que sea (acostarse con Shaw; introducirse al auto de Watson) con tal de conseguir noticia y brillar En el otro extremo se encuentra el amigo abogado, Watson, quien será el que equilibre la situación y luche porque triunfe la justicia. Hay un momento en la película donde la asistente de Watson, Nadya (Nina Arianda) le pide a éste que le llame a Jewell cuando ha sido detenido (Si el gobierno dice que es culpable, debe ser inocente) y en un cuadro detrás del escritorio del mismo abogado hay una leyenda que dice Le temo más al gobierno que al terrorismo (tomemos en cuenta que esto sucedió antes del 9/11).
         Y finalmente está el personaje de Richard Jewell, donde un actor secundario, Paul Walter Hauser, consigue el papel estelar de su vida, luego de haber destacado como el guardaespaldas de Tonya Harding en Yo Tonya o uno de los conspiradores del Klan en El infiltrado del KKKlan o uno de los guionistas de Emma Thompson en Ellas mandan, por mencionar algunos de sus tantos roles de apoyo, ya que es la representación perfecta, físicamente (hay una secuencia donde aparece a lo lejos, en una entrevista de televisión, el verdadero Jewell y uno aseguraría que era Hauser), y actoralmente, el carácter de persona educada para obedecer a la autoridad, tan ingenua al grado de hacer más de lo que debe con la finalidad de evitar futuros problemas o tan amable con el prójimo que regalaba botellas de agua a las mujeres embarazadas que andaban por las noches calurosas dentro del Parque Centenario. Su bondad y su aparente pasividad, su enojo ante la reprimenda de su abogado por nunca demostrar ira ni odio, su terquedad en abrir la boca cuando debería mantenerla callada, sirven para que estemos ante una de las grandes actuaciones de la pantalla. Y luego está el rol de la madre de Richard, Kathy Bates interpreta soberbiamente a Bobi Jewell quien se encontrará de repente, dentro del torbellino de los hechos, viuda, empleada, niñera en sus ratos libres, junto con un hijo amoroso que de un momento a otro pasa de héroe a presunto asesino terrorista. 
         El genial Eastwood ha llegado a la madurez total (ya había ocurrido con otras de sus grandes películas en los años previos: Los imperdonables o Río Místico) y ya se encuentra en el olimpo de los realizadores universales (como Allen, Scorsese o Almodóvar). En esta cinta repite sus obsesiones, la narrativa fluye sin notarse, sin planos de más, ni de menos, demostrando que sabe interpretar perfectamente la obra de sus guionistas para lograr los objetivos que busca plasmar (en este caso es Billy Ray, a quien le debemos otras joyas como Terminator: destino oscuro u Operación Overlord por citar un par de ellas). Obra maestra, sin lugar a dudas.
El maestro Eastwood dirige
a Paul Walter Hauser