domingo, 4 de octubre de 2009

EL FIN DE SHEILA



En 1974 se estrenó "El fin de Sheila" (The Last of Sheila, Herbert Ross, 1973) en el Cine Encanto. Fue todo un descubrimiento porque era una película con sentido detectivesco, una buena carga de chistes privados sobre Hollywood y sus personajes (el director venido a menos, el guionista decadente que solamente hace "tratamientos" sobre argumentos originales casado con una millonaria hija de papá, la representante vulgar y promiscua, la estrella sexy y su marido vividor), además de una frescura sin igual, un ritmo frenético y, al final, una canción-tema interpretada por Bette Midler (entonces de moda, muy vigente) llamada "Friends" que venía en su nuevo elepé. Acabo de volver a verla porque me llegó un anhelado DVD: esos disquitos que parecen traer prisionero a un genio enloquecedor dentro de ellos.

Sheila, una columnista de Hollywood, sale enojada de una fiesta, por la madrugada, y se lanza a caminar por las calles del suburbio de Bel Air, en Los Ángeles. Un automóvil que viene a gran velocidad la atropella y la mata. Pasa un año. Su viudo, un sarcástico, cruel y burlón productor (James Coburn), invita a los personajes que previamente les comenté, para conmemorarlo, llevándolos en un viaje por el Mediterráneo en su yate para ir desarrollando un juego que revelará un secreto de cada uno de ellos y que tiene que ver con homosexualidad, cleptomanía, delación (apenas había pasado un cuarto de siglo de la cacería de brujas), pedofilia, entre otras intimidades. Sin embargo, luego de la segunda pista, el anfitrión es asesinado y lo que importará será descubrir quién de los participantes fue el asesino o asesina, muy en el estilo de las novelas de Agatha Christie donde debe encontrarse al culpable dentro de un grupo exacto de sospechosos pero con un sabor contemporáneo (para los fabulosos setentas).

El argumento y guión fue escrito por el compositor y letrista Stephen Sondheim ("Amor sin barreras", "Gypsy", "Compañía") junto con el actor Anthony Perkins ("Psicosis"), quienes eran fanáticos de los juegos de mesa y aportaron su experiencia experta para jugar con esta trama que involucraba a la gente que conocían con la maravillosa inteligencia de aplicar reglas del juego, tradiciones de la novela policiaca, un sentido del humor pleno de frivolidad. Y es que los personajes toman a la muerte como algo que llegará y que no debe afectar sus vidas. Lo importante es la supervivencia porque tienen conciencia del ambiente competitivo y hipócrita dentro del cual se mueven. Más importante: no se toman en serio.

La acción sucede en falsos pueblos costeros y otro viejo falso monasterio de estudio en islas ignotas del Mediterráneo que brindan una atmósfera adecuada y seductora para la trama. La cinta fue filmada en el sur de Francia y en los estudios de Niza (como sucedería ese mismo año con "La noche americana" de Truffaut: otra película que empata dentro del montón de favoritas de 1973). El reparto es con gente entonces joven (o casi) como una bella Raquel Welch (a punto de los setenta años), Dyan Cannon (ahora ochentona), James Mason, Coburn y Joan Hackett (espléndidos pero ya fallecidos) así como un Richard Benjamin y un Ian McShane que eran buenos actores pero sin el "glamour" de Hollywood. Al resolverse la trama, el victimario se torna víctima y vuelve a caer en el infierno del Hollywood que no se ve en las pantallas de cine porque ahí solamente están la gloria y el ensueño: en la realidad es un infierno.

Su realizador fue Herbert Ross, exparticipante del American Ballet Theatre, coreógrafo en Broadway, hasta que en 1969 fue llamado por la MGM para una costosa versión musical de "Adiós Mr. Chips" que había sido llevada a la pantalla en 1939 para que su estrella, Robert Donat, se ganara el Óscar. Aunque no fue el taquillazo que se esperaba, Ross continuó dirigiendo y creando una carrera exquisita y placentera ("Magnolias de acero", "La chica del adiós" o "Footloose" estarían entre sus títulos futuros). Ross tenía la gracia de la ligereza y de la fluidez narrativa: no permitía el aburrimiento ni que el ritmo decayera. "El fin de Sheila" fue su quinta película. Filmaría un total de 24 películas que fueron del éxito al fracaso (muy pocos casos) pero ninguna tiene la calidad de pasiva o indiferente.

Los años setenta fueron de transición para la industria de Hollywood, casi arruinado a finales de la década previa porque el modelo de viejos géneros inflados ya no funcionaba. Ahora venían los directores (Coppola, Friedkin, Bogdanovich) y las cintas con contenido ( "El padrino", "La conversación") o el entretenimiento estilizado ("Luna de papel", "El gran Gatsby", "El exorcista") donde "El fin de Sheila" encaja perfectamente y que fueron las causas del retorno a las salas de públicos que se habían alejado de ellas (y todavía no existían las videocaseteras ni los teléfonos celulares ni tantos aditamentos que ya son puro margallate para los viejitos que disfrutamos cuando fuimos jovencitos con este tipo de películas).

En la foto, de izquiera a derecha: Mason, Welch, Hackett, McShane, Cannon y Benjamin.