GREENLAND:
EL DÍA DEL FIN DEL MUNDO
(Greenland)
2020. Dir. Ric Roman Waugh.
Se anuncia el paso del inmenso cometa Clarke, tan cerca de la tierra, que podrá verse día y noche a simple vista. De esto se entera el constructor John Garrity (Gerard Butler) cuando regresa a su casa de la cual se ha alejado por un problema con su esposa Allison (Morena Baccarin), ya que cumplirá años su hijo pequeño Nathan (Roger Dale Floyd). Recibe en su celular una alerta de emergencia donde se le avisa que su familia ha sido seleccionada para ir a búnkers especiales. Al principio no lo entiende, ni puede creer, pero el mensaje se repite sobre su pantalla en casa provocando el desaliento de los invitados a la fiesta de cumpleaños infantil, ya que en ese momento ocurre una terrible onda de energía debida a la caída de un gran fragmento del cometa en el otro extremo del continente. John, esposa e hijo se preparan para ir a tomar un avión que los transportará a su refugio y ahí comenzarán sus desventuras. Es que el cometa es destructor de planetas y proviene de otro sistema solar.
La dupla Butler-Waugh se repite luego de la exitosa Angel bajo fuego (2019) en una cinta planeada y filmada antes de la pandemia. Curiosamente, cuando uno podría pensar que este tipo de cintas sobre desastres no son adecuadas para nuestros tiempos difíciles, resultan ser complemento y comentario. La película muestra el desorden público cuando se suscita una emergencia nacional, así como el vandalismo y destrucción. Los que no han sido llamados y no creen en la noticia ni en la inminente destrucción festejan, beben y maldicen al fenómeno. Cuando comienzan a caer los petardos desde el cielo (como bombas durante una guerra), la impotencia es rampante. Hay que buscar un techo que quizás salve. La tecnología falla y todo pierde sentido. Se muestran autos abandonados, casas sin gente, objetos que en la normalidad son queridos y propios dejan de tener valor para cualquiera porque su dueño ya no está presente, disfrutándolos. (Y en sentido opuesto, el suegro de John, interpretado por un anciano Scott Glenn, prefiere morirse en su casa, su origen y sentido de la felicidad). Estamos ante una alegoría de la vida misma: todo lo material es transitorio.
La película es truculenta, obviamente. Como
toda cinta del género, los espacios geográficos se tornan cómodos y ajustables
para la pérdida y reencuentro de personajes. La odisea posible ya no sigue su
curso: debe tener desviaciones para llegar a un final que se anuncia y se
espera. El tema de la familia es primordial y se defiende la unidad: a la hora
final no importan infidelidades ni enojos. Cualquier acción se torna válida con
tal de sobrevivir y llegar a la reunión. En este caso, John se enfrentará
directamente a la violencia y al crimen. Allison, a la estupidez humana. El
pequeño Nathan, dentro de su inocencia y fiel a los valores aprendidos, no miente y es lo que ofrece una
solución parcial a su persona. Sin haber sido pensada para el coronavirus, pueden
extrapolarse sus causas y efectos, así como las consecuencias para la pesadilla
en la que estamos inmersos. No se piense en una gran película (pierde ritmo en
ocasiones, la duración es mayor de lo que debería, sus actos son forzados),
pero ¡qué bien refleja al comportamiento social!, ¡cómo podemos pensarla y extrapolarla hacia nuestra coronavirulenta realidad!
Nota:
el título “Greenland” se refiera a Groenlandia: lugar donde estarían los
refugios para los sobrevivientes elegidos.