GEORGE
SEGAL (1934 – 2021)
por
Roberto Villarreal Sepúlveda
Uno de mis actores favoritos. Antes de
que se diera a conocer de manera más penetrante y universal por ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Mike Nichols,
1966), basada en una polémica – para su tiempo- obra teatral, me había
tocado verlo en La nave del mal (Ship of
Fools, Stanley Kramer, 1965) en el Cine América, cuando las películas de la
Fox y de Columbia solamente se exhibían en salas independientes por un lío
comercial, lo mismo que en Talla de
valientes (Lost Command, Mark Robson, 1966) y, sobre todo, en El caudillo de los desalmados (King Rat, Bryan
Forbes, 1965). Nunca fue galán porque solamente tenía la frescura de la
juventud y transmitía la imagen de un ser rebelde, como sucede con el artista inconforme
y atormentado por la diferencia de clases sociales con su novia (Elizabeth
Ashley), en la cinta de Kramer; o el líder árabe, pleno de furia y deseo de
venganza, por las crueldades bélicas en la de Robson, aunque tuvo mayor
lucimiento como el cínico prisionero de guerra cuya deshonestidad le permitía
lucrativos negocios, aún dentro de la desgracia, en la cinta del genial Forbes.
Estos roles fueron determinantes para que obtuviera el coestelar en la versión
fílmica del drama de Albee, donde la cuarteta de protagonistas fue nominada al
Óscar, entre otros premios, y para que, George Segal se tornara en uno de los
actores más populares y buscados en los años sesenta, situación que continuaría
hasta casi terminados los años setenta. Luego vendría la madurez y la
irregularidad de roles, aunque nunca disminuyó su importancia y prestigio.
Poseedor de una versatilidad absoluta
que le permitía interpretar desde roles ácidamente sardónicos en comedia, o
plenos de acción, hasta dramas más personales y complejos, Segal se involucró
en todos los géneros que la cinematografía norteamericana producía por ese
tiempo (hasta llegó a grabar un disco donde tocaba el banjo y cantaba canciones
en ragtime). Al revisar su filmografía de ese tiempo, se encuentran
títulos que reflejan el sentir de una época: a) el género de espionaje que se
había disparado con el gran éxito del personaje de James Bond dio lugar tanto a
parodias como imitaciones, además de intentos serios de reflexión, como sucedió
con ¿Quién es Quiller? (The Quiller Memorandum, 1965, Michael Anderson) donde
un guion conciso y circular de Harold Pinter (el inicio de la cinta daba pie a
una secuencia semejante casi al final) permitía que Segal interpretara
nuevamente a un personaje nada convencional, norteamericano en misión especial
en Berlín, para hablar acerca del mal inherente en el ser humano donde ese mal
(un grupo de neonazis) volvía a acechar; b) el melodrama existencial donde las
relaciones humanas eran puestas a prueba: ¿es importante amar y ser fiel a
estar simplemente amando? Y Segal era el artista que vivía conmocionado entre
una amante, una esposa abnegada y la doble moral imperante en El amor es así
(Loving, 1969, Irvin Kershner); o c) la comedia vulgar para complacer a
todo público y darle otra dimensión a la entonces emergente Barbra Streisand en
El búho y la gatita (The Owl and the Pussycat, 1970, Herbert Ross) como
prostituta, a pesar suyo, que encuentra el amor con un escritor en ciernes,
intelectual pretencioso, donde el ritmo y la palabra eran los elementos
graciosos. Y estos son solamente tres simples ejemplos entre una rica
filmografía.
En 1973, George Segal filma una de sus
más grandes películas: Los amantes de Venecia (Blume in Love, Paul Mazursky),
que ya se inscribe en el nuevo Hollywood que daba su lugar a los directores con
proyectos de expresión personal (Coppola, Bogdanovich, Friedkin). Blume es un
abogado exitoso que se da cuenta del inmenso amor que profesa hacia su exesposa
(Susan Anspach). La infidelidad los llevó al divorcio. Ella se sintió liberada
y, como tal, empezó a vivir la vida a su manera: un amante, yoga, un trabajo
satisfactorio. Blume, empezó a acosarla, al grado de hacerse amigo de ese
amante, aunque la obsesión y la distancia lo llevaron hasta la violación. Todo
se narra desde la perspectiva de Blume, en los canales de Venecia (donde había
pasado su luna de miel), donde recuerda el pasado, su relación, su
extrañamiento. La cinta es el retrato de un personaje que siempre está tomando
riesgos, pensando que nunca habrá consecuencias graves… hasta que éstas suceden.
En ese instante, no quedará más que buscar la manera de resarcir el daño. El
director Mazursky volvía a cuestionar el sentido de pareja, su permanencia o su
fragilidad, como había hecho con Bob & Carol & Ted & Alice o
lo haría más adelante con Una mujer descasada. La pareja convencional o
aquella que prefería partirse a continuar encadenada. También era una reflexión
sobre el amor y su esencia. George Segal viene a resumir toda su capacidad
actoral, todas las caras de su prisma, al conjuntar cinismo, comicidad, drama,
ironía y hasta verdadero dolor. Una gran película donde su reflejo queda
adherido, indeleble. Ahí están sus películas para recordarlo joven y rebelde,
magnífico.