sábado, 14 de enero de 2012

RETRATO DE UN MONSTRUO


J. EDGAR
2011. Dir. Clint Eastwood.


J. Edgar o el retrato de un monstruo. La película nos lleva a sus inicios, a su delirio de persecución, a su egocentrismo, su discriminación hacia todo lo que pareciera “antiamericano”, su homosexualidad reprimida y abierta, sus míticos archivos confidenciales y privados. Desde Calvin Coolidge en 1924 hasta Richard Nixon en 1972 fue jefe del FBI que impulsó a fundar y fortalecer con el tiempo.

J. Edgar Hoover fue temido por las grandes personalidades políticas de su tiempo porque los tenía en sus manos según les contaba y amenazaba. Un hombre que abominaba de la homosexualidad y gustaba de vestirse como mujer. Un niño de mamá que era su motor pero también su limitante. No podía ser una “florecita” porque para la madre era preferible tener un hijo muerto que un hijo maricón.

J. Edgar Hoover, el gran mentiroso que narraba sus hazañas cuando no había estado presente en ellas. El gran verdugo porque llevó a la muerte al supuesto secuestrador del hijo del aviador Charles Lindbergh aun con muchas dudas sobre su culpabilidad. El terrible sádico que sentía placer ayudando al malhadado senador McCarthy en la cacería de comunistas cuando la guerra fría. El que rehusaba aceptar mujeres, negros y homosexuales en las filas de su poderosa FBI.


El maestro Eastwood ha logrado una de sus cintas más secas y frías porque era el único tono que merecía un personaje de esta naturaleza. Un ser contradictorio que disfrutaba el momento de un beso para luego gritarle a su amado compañero de cama y trabajo Calvin Tolson que jamás volviera a hacerlo y, sin embargo, siempre lo quería a su lado y lo nombró su heredero. Un hombre pleno de contradicciones y astucia: no puede negarse que fuera brillante para haberse mantenido por 48 años en el mismo puesto.


La película nos habla de un ser despreciable, con doble moral y cara oculta. ¿Qué mejor que este siglo XXI para recordarlo y mostrarlo como espejo de tantos otros personajes semejantes que ahora padecemos? El maestro Eastwood, en su versatilidad de temas, sabe perfectamente cuál es el discurso para compartir con su público. Redentores que nadie solicita pero que llegan a sus puestos para imponer su voluntad porque es el gran beneficio para el pueblo. El guión es equilibrado. Fue escrito por el autor de "Milk" pero no se regodea en el tema homosexual: todo está en su justa medida y todo es adecuado. Un ejemplo: Cuando está sufriendo por la muerte de su amado, el ya también viejo Clyde lee una carta privada dirigida a la esposa de Roosevelt por una amante lesbiana donde habla de un beso y las comisuras de los labios: sin estridencia ni obviedades, sabemos lo que está sintiendo el hombre gracias a las palabras de una personalidad que estuvo amenazada por este tipo que compartía esa preferencia sexual. Hasta en ese momento, se muestra la contradicción presente...


Y luego tenemos la brillantez del reparto: Leonardo DiCaprio alcanza la madurez: uno no podría imaginarlo en este rol y, sin embargo, está perfecto. Físicamente oculta sus ojos azules con los cafés oscuros que proveen la dureza del monstruo original. Su sobrepeso es el adecuado y sus gestos, ademanes, tonos, dan idea de su valor actoral. En un rol poco agraciado (aunque importante) está Naomi Watts y como el amado Clyde aparece el joven Armie Hammer. Judi Dench es la estricta madre.

La fotografía es luminosa pero casi monocromática en cuanto a la falta de colores brillantes y diversos. Hay que darle esa opacidad a un personaje nada admirable porque era una vida en blanco y negro, monótona y oculta. ¡Qué gran realizador es Clint Eastwood!
Cada película es una obra soberbia, ejemplar, trascendente.