lunes, 6 de febrero de 2012

TENEMOS QUE HABLAR DE HUGO


TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN
(We Need to Talk About Kevin)
2011. Dir. Lynne Ramsay.


LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET
(Hugo)
2011. Dir.Martin Scorsese.


Kevin es un sociópata. Desde niño ha demostrado ambigüedad emocional hacia su madre. Tal parece que se odian. No habla, no aprende a controlar sus necesidades fisiológicas. Su atención se deriva al padre y la actitud hacia la madre es desafiante.Cuando es un bebé de brazos no cesa de llorar mientras lo carga Eva (Tilda Swinton, tan inigualable como siempre). Cuando es niño mayor, la madre lo avienta contra una pared y le rompe el brazo, algo que Kevin acepta. Ya adolescente comienza el desprecio, la crueldad y el crimen.


“Tenemos que hablar de Kevin” es la historia del amor maternal sin condiciones ni fronteras. Nos sumergimos en los recuerdos de Eva desde que era joven y aventurera: las primeras imágenes nos la muestran participando en alguna extraña celebración europea donde la gente se baña con jugos rojos y ese color permanecerá a lo largo de la película como extremo, provocador, denotando inquietud: eso que provoca dicho color. La cinta se irá narrando fragmentariamente: no es una cinta lineal y lo que está pasando cambiará de circunstancias: Eva es empleada en una agencia de viajes; de pronto, como en un sueño o deseo interno, es escritora de libros de viaje. El marido la lleva a vivir a su nueva casa: una mansión infinita pero luego vemos que no es tan grande como parecía. Son los recuerdos que se agigantan o disminuyen con la memoria: son los deseos que nos fabrican momentos imaginarios.


Kevin es calculador. Ante el buen deseo de su madre para platicar sobre lo cotidiano, empieza a predecirle el rumbo de la conversación, dándole a entender que todo es fútil. No necesita hacer nada que cualquier madre realiza con un hijo normal. Kevin se sabe diferente y se anticipa a las cosas. Se masturba en el baño y cuando la madre lo sorprende sigue retador con su acción. Desde pequeño, mientras platica con la madre sobre algo que no le parece, va rompiendo sus colores de cera por la mitad, como algo natural. Eva, de pronto, le grita que ella podría estar en otro lugar, en ese momento, si no existiera.


La película no muestra la violencia directamente: la sugiere, da pistas sobre las consecuencias. Kevin ha encerrado a varios alumnos en un gimnasio y les ha disparado flechas ya que desde pequeño ha sido excelente arquero. Luego se ha entregado pacíficamente: tiene 16 años, no lo juzgarán como adultos. Su hermanita pierde un ojo accidentalmente debido a un líquido corrosivo que “nadie” dejó en sus manos. La desaparición del roedor mascota se intuye cuando el triturador de la cocina se tapa, ante el horror de la madre quien mira, luego lava sus manos enrojecidas.

Eva va a visitar a Kevin a la cárcel. No hay explicación. Fue “algo” motivado por “algo” de lo que ya no se acuerda. La madre tiene que abrazarlo porque al final de cuentas es su hijo. La habitación original, con mismos colores y cama junto a la ventana con persianas, se reproduce en la casucha donde ahora Eva vive sola porque ya no están marido, hijo e hija.

Con una banda sonora muy bien seleccionada: las canciones subrayan lo que está sucediendo aunque de manera irónica. Un reparto extraordinario porque los niños y el adolescente que interpretan a Kevin quedan en el deseo interno del espectador como seres odiosos que merecen golpizas y hasta la muerte misma.

Tilda Swinton, coproductora de la película, supo adquirir un rol adecuado para ella y su personalidad. Un acierto la cooperación entre Lynne Ramsay la directora y la impactante Swinton.

La génesis de un individuo socialmente inaceptable. No se explica el motivo de que una familia amorosa produzca este tipo de seres. No hay distinción del bien ni del mal: todo es indiferente. No hay emociones. La película bien puede tomarse como una imagen del deterioro social, la entropía natural. Igualmente es un retrato de los anhelos frustrados: un clavado en el subconsciente de una mujer que fue víctima de la vida.

Ese color rojo de jugo de frutas, de sangre derramada, de pintura lanzada contra una fachada, de sangre de mascota triturada, del vino no disfrutado, de sangre de jóvenes adolescentes flechados por la muerte, del padre, la niña, permanece constante en el alma desgarrada de un espectador que no imaginaba la obra desgarradora que confunde, que emociona, que le habla sobre lo cotidiano aunque sea sin ese color rojo directo.

Hugo es un niño que vive en la estación de trenes en París donde da cuerda a los inmensos relojes mecánicos. Fue a dar a ese lugar cuando quedó huérfano y su padre le dejó con un muñeco descompuesto, de cuerda, y sin terminar un mensaje que quiere encontrar. Ese “automatón” será el camino que lo lleve a conectarse con un viejo cascarrabias al que descubre ser un amargado genio del cine, olvidado por todos, pensado muerto.


Es decepcionante “La invención de Hugo Cabret”. Duele decirlo. El maestro Scorsese, admirable en otras ocasiones, ha filmado una de sus cintas menores. Llega un momento en que su búsqueda del mensaje trascendente de su padre se convierte en el logro de un padre artista como sustituto. Hay toda una intriga que copia los trucos narrativos de toda cinta épica que se respete y que termina aburriendo. No posee el sentido de aventura y curiosidad que despiertan Las aventuras de Tin Tin del maestro Spielberg. La trama se desvía en los problemas personales de otros personajes: un guardia de estación tan gris e insoportable como el actor que lo interpreta (Sasha Baron Coen) que no se decide a hablarle a la florista que ama, o una pareja madura que muestra su amor a través de unos perritos.

Se extraña la mano maestra que nos dio La isla siniestra o, si prefieren de época, La edad de la inocencia. Martin Scorsese es un gran conocedor del cine y lo ha demostrado con creces (en la película sale esporádicamente como fotógrafo).
Su labor como patrono para la preservación de joyas del cine es innegable. Por eso duele que este homenaje a Meliés (su 150° aniversario de nacimiento se celebró en diciembre del año pasado) se quede en una trama débil, diluida, difuminada y disparada hacia tantos sitios que no tenga la altura que merecía recordar al cine pionero.

Se comprende el entusiasmo de varios jóvenes espectadores que se dejan llevar por las imágenes de Meliés que quizás van descubriendo por primera vez o que jamás han disfrutado en otra extensión: uno de los magos del cine al imaginar formas de narrar en tiempos primitivos que no alcanzan a ser representados con la magia debida. Los pequeños insertos de imágenes de los Lumiére, del Gran asalto al tren, de William S. Hart o Douglas Fairbanks no son suficientes, ni siquiera esa secuencia colorizada con lo más espectacular de Meliés. A esos espectadores les recomiendo su propia excavación arqueológica en cuestiones de cine...

Técnicamente la cinta es impecable. Hay todo un gran cuidado en el uso de la tercera dimensión y aprovechó la lección de Spielberg al darle mayor brillantez a su imagen porque no se pierde en las opacidades de este truco visual. No es una película que avergüence a nadie y Scorsese es un gran director. No obstante queda disminuida en una carrera esplendorosa e impactante. Lo más triste es mencionar la palabra “aburrimiento” en una cinta de este realizador.