GUASÓN
(Joker)
2019 Dir. Todd Phillips.
Todo un descubrimiento y una sorpresa. Podría esperarse la cinta convencional donde el villano crece dentro de una atmósfera adecuada para toda la familia. Su maldad usualmente aséptica para llegar a finales casi felices o irónicos para dar lugar a secuelas. Este no es el caso. Guasón es una propuesta simplemente. ¿Cuál podría ser el mejor origen fuera de una criminalidad sin crueldad ni terror? Tanto Phillips (realizador de la trilogía ¿Qué pasó ayer? o de la subestimada Starsky y Hutch) como su coguionista Scott Silver (El peleador, 8 Mile: calle de ilusiones, Patrulla juvenil -que también dirigió-) nos han compartido personajes inadaptados o parias de la sociedad: un rapero blanco, delincuentes que se tornan detectives, solteros torpes en busca de aventuras, entre otros, por lo que ahora tenían que pintar un paisaje oscuro, perverso, enfermo, para enmarcar a uno de los mayores villanos de la historieta cómica.
Arthur Fleck (Joaquin Phoenix, excelso) quiere ser comediante pero no tiene gracia (su propia madre se lo echa en cara). Sufre las injusticias sociales porque se ríe de manera incontrolable y exagerada (que se encuentra en el límite del llanto) debido a una supuesta enfermedad. Su rostro es triste usualmente: el maquillaje le permite disfrazar una sonrisa pero usa los dedos para forzar la mueca de la risa (como hacia Lillian Gish en la centenaria cinta de Griffith Capullos rotos) ante la adversidad de su destino que lo mantiene solitario, pleno de ensoñaciones, sin que nadie le escuche, compartiendo la soledad con su madre que vive esperanzada a que su antiguo patrón, ahora candidato a alcalde, le responda a sus cartas para que les ayude. Cierto día es humillado y golpeado por unos pandilleros. Uno de sus compañeros en la agencia de payasos donde trabaja, le regala una pistola que ofrecerá otra alternativa de vida, el sentido de poder que solamente la violencia puede brindar.
Lillian Gish en "Capullos rotos" de Griffith (1919)
Entonces la cinta adquiere otro tono y nos sumerge en el
horror psicológico, el quiebre de una personalidad compleja, el descubrimiento
de que causar daño a otros (como se le infligía a él) le hace sentirse bien. Desde
el principio se establece que Ciudad Gótica está en medio de un caos porque hay
basura y ratas por todas partes. Las diferencias sociales son extremas entre
los ricos y los desventurados provocando un odio que siempre está a punto de
estallar (y al enterarnos recientemente que ha crecido el índice de pobreza
entre los norteamericanos, aparte de todos los problemas por la expresión
constante de supremacía blanca, se subraya una metáfora del presente).
Todo es oscuro
y será la mejor forma para contextualizar al débil Arthur quien se irá
alimentando de ese encono contra los otros. Todo es aparente: Arthur revela el
verdadero rostro de aquellos a quienes admiraba que en realidad mostraban un
interés falso hacia los semejantes; o por otro lado, imagina lo que pensamos bondadoso
en su vida (la aparición incidental en un programa de televisión donde el
conductor lo acoge con humildad o la relación en su cerebro con una vecina que
será su compañera en la imaginación). Todo es admirable en su narración a
través de un guion inteligente que sabe mezclar tiempos, realidades, ficciones.
Uno admiraba
al realizador en otras cintas más frívolas pero aquí alcanza niveles altísimos,
inesperados. El propio Phillips cuenta que quería darle un tono de película de los
años setenta hasta inicios de los ochenta, un período de cambio en el cine de la
fábrica de sueños que se tornaron pesadillas (como bien lo expresa Tarantino en
Había una vez en Hollywood con el cambio de paradigmas y modelos).
Menciona entre otros títulos a Poder que mata (Lumet), El rey de la comedia
(Scorsese), Atrapado sin salida (Forman), y por supuesto que no puede
faltar Taxi Driver (Scorsese) donde Robert De Niro, quien aquí
interpreta al conductor de un programa de entrevistas, mostraba también la cara
oculta de la violencia alimentada por la desesperación y la rabia.
No se puede
continuar sin dar a conocer situaciones que deben ser descubiertas por el
espectador. Lo que es obligatorio enfatizar es la actuación de Joaquin Phoenix. Si bien siempre ha
demostrado su calidad interpretativa, en este caso se sublima. En el aspecto físico ha
cambiado desde su Johnny Cash en Johnny y June (Mangold) o el panzón
alcoholizado en Un hombre irracional (Allen) o el detective jipi de Vicio
propio (Anderson) o el veterano traumatizado de Nunca estarás a salvo
(Ramsay) al delgadísimo, casi desnutrido Arthur de esta película. Se nota
su entrega al oficio y su entendimiento sobre un rol que ya tuvo intérprete
magnífico [Heath Ledger en El caballero de la noche (Nolan)], aunque
ahora con un tono particular.
Heath Ledger fue otro intérprete genial del personaje
El hecho de
que la cinta ande rolando en festivales internacionales de prestigio (¡el León
de Oro en Venecia!, ¡apertura del Festival de Cine de Nueva York!) nos da idea
de lo que usualmente se etiqueta como “cine comercial” alcanza alturas de
calidad como “cine de expresión”. Siempre hemos defendido la idea de que todo
cine es documento, todo cine es comercial, todo cine busca a su público. Ojalá
que este ejemplo devuelva el esplendor de Hollywood en sus famosos y devaluados
Óscares: años atrás competían entre sí las grandes producciones del año (Cleopatra,
Lawrence de Arabia, Ben Hur, entre muchas) y luego se perdió lo que era
emblemático para dar paso a peliculitas de fin de año que pronto se olvidan. Guasón es una joya inesperada.
Todd Phillips dirige a un excelso actor