miércoles, 2 de febrero de 2022

UN SONIDO

 

MEMORIA
2021. Dir. Apichatpong Weerasethakul.

         Jessica (Tilda Swinton), productora y vendedora de orquídeas, despierta cierta madrugada debido a un sonido seco, que oye en su departamento de Medellín, en Colombia. La vibración hace que los coches en un estacionamiento empiecen a hacer sonar sus alarmas. La inquietud queda en la mujer que desea encontrar el motivo y la naturaleza del sonido, que se vuelve hecho misterioso y que se irá repitiendo a lo largo de la acción, siendo ella la única que lo escucha. Logra encontrar a un ingeniero de sonido al cual le describe su sentir sobre lo que escuchó (“como una bola de concreto que golpea sobre un metal”), por lo que el hombre le empieza a mostrar diversos efectos de sonido que se usan en el cine hasta que llega a un acercamiento de lo que expresa la mujer. Luego se irá a la selva amazónica para buscar otra explicación.

         La anécdota mencionada (que ya es lo que menos importa en muchos relatos contemporáneos del cine) es un simple resumen de lo que, en realidad, es asunto complejo. El título de la cinta puede referirse a la memoria del sonido en el cerebro de la mujer que lo escucha. O tal vez sea la memoria milenaria, la que parte de la teoría de que todos los sonidos permanecen como ecos resguardados en objetos o paredes. Quizás sea el reflejo de lo que, en su momento, fue acción vivencial o recuerdo de guerra, humillación, muerte. Todo es aparente y hasta uno duda de la lucidez de Jessica: días más tarde, cuando la mujer va a buscar al ingeniero de sonido, no lo encuentra, ni nadie ha sabido de él: después, en la selva, reaparece como un hombre maduro que experimenta con meditaciones y sueños provocados. Más adelante, habrá una explicación extrema que reúne todas las teorías que podrían recaer en una psicofonía.

         La cinta tiene el ritmo lento, con toda intención, usual en este realizador tailandés, que se regodea en la imagen estática, para que el espectador alcance a ver lo que pueda suceder (un hombre en trance, inmóvil, con los ojos abiertos, mientras que la yerba sobre la que se encuentra tirado, se mueve). Un cine donde la imagen tiene mayor poder que la palabra, pero que no es pretencioso (estilo del insoportable Reygadas) ni limitado (como el sobrevalorado Escalante), ya que posee un ritmo interior que se intuye y atrapa (como en el cine de Nicolás Pereda, usualmente ignorado). 

        El espectador puede sentirse incómodo, pero percibe que el tiempo fluye. Hay algunas secuencias donde las conversaciones (en inglés y español) van dando lugar a que el personaje femenino siga adelante en la resolución de su misterio. Más que anécdota, la cinta es otro despliegue visual. El realizador nos habla de la memoria, a través de lo auditivo, aunque nunca podamos saber, a ciencia cierta, el origen ni el antecedente, de lo que, de pronto, se nos revela en la vida…

El realizador tailandés con su actriz...