Sobre todo cine, efemérides y mucho más: inquietudes que deseo compartir... luego, el infinito.
sábado, 29 de octubre de 2011
EL VAMPIRO Y EL SEXO
EL VAMPIRO Y EL SEXO
(Santo en el tesoro de Drácula)
1969. Dir. René Cardona.
Si algo hay que rescatar de la versión para exportación de “Santo en el tesoro de Drácula” , aparte de las escenas con chicas desnudas, es el color (aunque sin correcciones digitales). La versión que se vende en DVD está en blanco y negro. Los créditos aparecen sobre un fondo donde está escurriendo lo que se sugiere como sangre, y uno ya puede descubrir que era el rojo bermellón de pintura vinílica que alguien está vaciando sobre alguna superficie. En el DVD uno lo imagina obviamente, aunque pudiera ser, por ejemplo, lodo.
El primer crédito es de Cinematográfica Calderón S.A. cuyo cine de culto se debe más que nada a las películas con Ninón Sevilla y a las cintas con escenas de desnudos femeninos estáticos en 1955 y 1956, aunque en el futuro, habrá quienes consideren al cine de ficheras, que proliferó a finales de setentas e inicios de ochentas, dentro de esta categoría. En otras palabras, Calderón siempre fue sinónimo de audacia o picardía.
Iniciando con “La zandunga” de 1937 y con el paso de los años sendas biografías de Francisco de Asís e Ignacio de Loyola, Pedro A. Calderón, el patriarca original de la compañía, quien uniría esfuerzos con su hermano Guillermo, encontró que el melodrama atrevido era sinónimo de taquilla, sobre todo el que se basaba en pecadoras o mujeres infieles referidas en las letras de las canciones por Agustín Lara. Así llegaron “Revancha”, “Perdida”, “Aventurera”, para llegar a otras variaciones sobre el mismo tema con “Burlada”, “Víctimas del pecado”, “No niego mi pasado”.
Cuando el tema cabaretil fue perdiendo atractivo popular pasó a los melodramas que incluían desnudos femeninos, permitidos por la censura mexicana, al tenerse la competencia del cine europeo. Entonces llegaba la infidelidad matrimonial o el pecado de la lujuria, con el pretexto de las modelos de pintores que posaban estáticas, sin ropa con “El seductor”, “La fuerza del deseo”, “La Diana cazadora”. Esto fue efímero ya que nuevamente cayó la prohibición, pero estaba el sexo reprimido y las perversiones consecuentes: lesbianismo, impotencia, maternidad indeseada, la locura para llegar a “Manicomio”, “Las cosas prohibidas”. Entre Pedro y Guillermo fueron llegando a los diversos géneros que se ponían de moda. El terror o el cine del oeste y luego su desarrollo.
Para 1968 ya Calderón había producido películas con luchadoras del ring, las mujeres pantera y hasta una curiosidad con Maura Monti como “La mujer murciélago” y es cuando inicia una serie de cintas con el popularísimo luchador “Santo”quien ya llevaba una década filmando películas taquilleras. Las tramas eran simples ya que el luchador enfrentaba al mal en forma de monstruos, personajes fantásticos, seres extraterrestres, científicos ambiciosos, espías o simples ladrones, además de secuencias largas donde se mostraba al luchador sobre el cuadrilátero.
“Santo en el tesoro de Drácula” es una de las cintas ínfimas del luchador. Una trama estúpida que involucra un viaje al pasado donde la heroína (Noelia Noel) conoce al conde Drácula y es vampirizada. Se sabe que hay un tesoro en el lugar donde el vampiro es muerto por una estaca. Para evitar que la muchacha sea muerta la devuelven al presente. Todo esto ha sido visto por Santo, el científico que es padre de la mujer y un personaje metido por calzador, a través de una televisión. Luego…
No importa tanto el argumento como destacar que hubo una versión alterna para exportación donde se mostraba a varias mujeres mostrando pechos y nalgas, aunque con un notorio triángulo de tela cubriendo sus pubis, y es lo que le da su característica de interés para nuestros ojos de siglo XXI. Según comentarios generales, esta situación se repitió en otras producciones, pero al menos, gracias a una documentalista, pariente de los Calderón, se pudo rescatar este metraje que es una curiosidad cultural.
Indirectamente, la cinta cumple con mostrar la larga relación que se ha hecho entre el personaje vampírico y el deseo sexual: los colmillos que penetran al cuello ha sido metafórico, elemental y obvio, del rompimiento del himen. El hecho de mostrar en el cine más convencional al personaje del vampiro como un hombre atractivo y seductor se repite en esta película con un Aldo Monti (que nunca alcanza el misterio de un Germán Robles y mucho menos el magnetismo de un británico Christopher Lee, pero eso sí, con notorio rímel alrededor de sus ojos) a punto de los cuarenta años, con pésima actuación, que toquetea y luego besa previamente los pezones de las mujeres a las cuales va a tornar en “muertas vivas”.
Sin embargo, lo que dan pena ajena son las mujeres que se prestaron (por necesidad, por deseo de estrellato, por lo que Ud. imagine) a posar desnudas. Cuerpos exuberantes con obvios pechos incrementados por el silicón y nalgas con celulitis o plegadas por el sobrepeso, aparte de rostros nada agraciados, que simplemente producirían afanes masturbatorios en públicos sin sentido de discriminación o el nulo sentido estético: el sexo instintivo (“mientras haya donde…”). Una de ellas, al principio de la fila en que la colocan, con una abundantísima y falsa cabellera rojiza, hasta posa sonriendo. Uno imagina su ilusión de salto a la fama: era el paso anterior al estrellato, quizás en Europa.
Otras curiosidades: fue la primera película de Alberto Rojas quien sería conocido como “El caballo” cuando saltara al estrellato de los cómicos albureros. Su papel no tiene mayor justificación que como ayudante del luchador. Fernando Mendoza interpreta al profesor Van Roth, cazador de vampiros, fue un gran actor de teatro, sobre todo, y se dedicaría a la televisión, doblaje y poco cine. No hay muchos datos de la argentina Noelia Noel: cuando fue pareja de Noé Murayama, el actor de ascendencia mexicojaponesa anunció que se cambiaría el apellido a Nurayama para compartir iniciales con su amada: nunca fue oficial y eso sí, tan efímero como su romance.
El guionista fue Alfredo Salazar, hermano del actor Abel Salazar, quien nunca se distinguió ni brilló en estos menesteres, mucho menos como director (llegó a filmar diez cintas menores, entre ellas, una gran ridiculez “La Virgen de Guadalupe” donde Fernando Allende demostró su completa falta de talento). Al director René Cardonase le pueden encontrar cintas artesanales bien logradas, pero en este caso no había de dónde aferrarse para evitar el ridículo.
Hay una secuencia divertidísima que ilustra la mediocridad del guionista y la rutinaria dirección de Cardona, donde Fernando Mendoza, como el cazador de vampiros Van Roth, escribe sobre una hoja de papel el nombre “Drácula”, pero al revés “alucard”. Sin embargo, coloca las letras como las conocemos y al ser reflejadas sobre un espejo, vemos perfectamente el nombre del vampiro cuando la “D” debería aparecer con la curva en sentido contrario o la “L” con la línea inferior en sentido contrario. En ese momento llega el vampiro que lo sorprende al decirle “buenas noches”, a lo que el científico le dice “buenas noches, no lo sentí llegar” para que Drácula le responda “dice la gente que tengo los pasos muy ligeros”. Van Roth le comenta: “¡Qué extraño! Este espejo refleja todo, menos a usted”, por lo que Drácula toma un jarrón y lo avienta sobre el espejo, destrozándolo. Luego, como si nada, le dice: “Perdón. No me gustan los espejos: son los juguetes de la vanidad humana”. ¿Cómo evitar la risa ni la valoración de estos momentos absurdos que eran tomados en serio?
En realidad “Santo en el tesoro de Drácula” es una versión disminuida de “El vampiro y el sexo”. Luego de compararlas, se da uno cuenta que la que vimos en México era una adaptación de otra cinta en la cual los Calderón tenían postrados sus deseos de ganancias económicas y que cumplía con su convicción constante en el sexo como gran motor que mueve al mundo y a las taquillas de cine. Hay que agradecer a Alejandro Gómez y a la Cineteca Nuevo León por habernos permitido conocer esta película.