viernes, 24 de febrero de 2012

TRES NOMINADAS


CABALLO DE GUERRA
(War Horse)
2011. Dir. Steven Spielberg.


LOS DESCENDIENTES
(The Descendants)
2011. Dir. Alexander Payne.


EL ARTISTA
(L’artiste)
2011, Michael Hazanavicius


Dentro del grupo de cintas nominadas al Óscar tenemos dos propuestas excepcionales realizadas por directores cuya trayectoria es impecable (aunque hayan tenido algunos fallos en el camino). Steven Spielberg
ya es una leyenda: 40 años de brindar la imagen idealizada de la realidad norteamericana ya sea a través del abuso (“El color púrpura”), el miedo a la intrusión externa (“La terminal”, “La guerra de los mundos”), la fantasía extrema (“E.T. El extraterrestre”), la aventura insospechada (“Cazadores del arca perdida”, “Las aventuras de Tin Tin”, “El imperio del sol”) o la saga del heroísmo contra todo obstáculo que llega a preservar la vida (“Caballo de guerra”), entre muchos títulos.

Alexander Payne
habla de emociones y sentimientos basados en las irregularidades de la justicia y el deber ser: “La venganza” (un maestro contra la hipócrita alumna brillante); las búsquedas del sentido de la vida y la identidad propia (“A propósito de Schmidt”, “Entre copas”) o la elección entre permitir el bien común del planeta o el goce egocéntrico normado por amor o ceguera (“Los descendientes”).

“Caballo de guerra” es la historia de un caballo y su aventura de vida: nacido para otros fines y menesteres por ser un animal fino, el destino lo lleva a integrarse a la guerra. Es arrebatado de las manos del joven Albert (Jeremy Irvine) por una subasta que salvará la granja del padre, por una deuda, y su participación debida al inicio de la primera conflagración mundial.
Albert promete a Joey, el caballo, reencontrarse algún día y sabemos, como espectadores, que es una promesa que llegará a cumplirse. La cinta narra las aventuras que vive el caballo al pasar de mano en mano: cada nuevo dueño o benefactor es la representación simbólica de los elementos de la guerra: el enemigo sin escrúpulos, el militar con honor, la joven víctima que ha quedado huérfana, los enemigos de cada bando que se dan una tregua porque finalmente son seres humanos separados por la invisible línea de la frontera. Como espectadores somos testigos de la crueldad de la guerra, de la esperanza de armonía y de la bondad del destino. La familia como base de la sociedad (sin caer en estereotipos ni demagogia ni discriminaciones). La cinta conmueve: un listón de valor humano; una conversación entre soldados enemigos que se despiden y ofrecen sus espacios de vida cuando ésta sea pacífica. 2011 fue el gran año de Spielberg ya que “Las aventuras de Tin Tin” fue un homenaje indirecto al cine y esta película fue otra inmersión en la esencia del cine que fabrica sueños y produce emociones diversas en el espectador.

“Los descendientes” inicia con una tragedia: la esposa del abogado Matt (George Clooney en uno de sus más grandes logros actorales)
está en coma luego de haber sufrido un accidente. Matt es descendiente de una importante familia mestiza de Hawai donde vive; ha decidido junto con sus primos, deshacerse de un terreno inmenso que se convertirá en desarrollo urbano y turístico. Tiene una hija adolescente, rebelde; otra hija pequeña que va desarrollándose sin límites. Matt descubre que su mujer le era infiel. Decide buscar al amante junto con su hija. Esto le dará otra perspectiva de vida. La cinta nos muestra un cambio de actitud. El egocéntrico Matt podrá reflexionar sobre el valor de la familia. Los antepasados lucharon por proveer de bienes y bienestar a sus descendientes. Ellos, ahora, luego de más de cien años, quieren despojarse de lo que es una gran fortuna en metálico: una mina de oro en tierra que todavía preserva la grandeza de la Naturaleza y el pasado. Matt compara, sin imaginarlo, esa realidad que lo rodea junto con sus hijas que están también siendo despojadas de lo que permite un símbolo de unión, pasado, preservación de la tierra como aporte ecológico individual. Una tragedia da lugar a una reflexión trascendente en tiempo y espacio. La familia importa porque indica cohesión, trabajo común, intercambio de sentimientos: sobre todo, amor.

Les comenté en otro escrito sobre la trivialidad de “La invención de Hugo Cabret”, misma que comparte con “El artista” donde la anécdota de un actor del cine mudo que pierde su fama y posición al llegar el sonido, se convierte en mero ejercicio de estilo: filmar una película muda (y en blanco y negro) en pleno siglo XXI como recuperación del pasado para valorar el presente pero que se queda en ilustración de un melodrama estereotipado con final feliz que quizás convence al público adulto o más conocedor.
Un espectador joven no queda tan satisfecho y no asiste a verla. Insisto en la trivialización: darle importancia a algo insubstancial. Esa recuperación del pasado es más efectiva en “Medianoche en París” (2011, Woody Allen) porque reniega de la nostalgia como pérdida del tiempo, ya que es irrecuperable el ayer. Lo mejor de esta película es un perro maravilloso y gracioso (aparte de heróico en la cinta) que puede equipararse en otro sentido al que aparece en “Beginners: así se siente el amor” (2011, Mike Mills).

jueves, 23 de febrero de 2012

EL RACISMO TRIVIAL


HISTORIAS CRUZADAS
(The Help)
2011. Dir. Tate Taylor.


Basada en una exitosa novela, la película narra ciertos hechos que suceden en una ciudad sureña a principios de los años sesenta cuando Kennedy es presidente y Luther King está planeando su marcha por los derechos civiles. El retorno de Eugenia, llamada Skeeter (Emma Stone)
luego de haber estado en la universidad, dará lugar a pequeñas situaciones que vendrán a demostrar los abusos racistas, la permanencia de los prejuicios entre blancos y negros, impensables en un siglo XX moderno, en el país más rico del mundo.

Skeeter quiere ser escritora. Su editora la impele a que busque un tema que tenga trascendencia si es que quiere publicar un libro. Ella nunca ha sido radical en su forma de pensar ni irrespetuosa contra sus sirvientes negros. Las actitudes y acciones de sus amigas de la infancia, ahora vistas desde otra perspectiva, además de la falta de la nana que la crió, y quien había aparentemente renunciado mientras ella estaba fuera de casa, le da la idea de entrevistar a las sirvientas del pueblo para conocer sus impresiones sobre las personas con las cuales han trabajado en el tiempo. Busca primero el apoyo de Aibeleen (Viola Davis, contenida)
quien será la que detone el interés de otras mujeres, sobre todo luego de varias injusticias recientes.

La cinta es narrada por Aibeleen, aunque la trama se dirige hacia diversos personajes entre las señoras, otra sirvienta llamada Minny (Octavia Spencer, graciosa)
y la propia vida familiar de Skeeter. Los mundos de blancos (caprichosos, prepotentes, con ciertas excepciones) y negros (su vecindario, iglesia, circunstancias) se muestran en ciertos aspectos para mostrar el contraste.

Y esa es la base argumental de una empresa peligrosa (la venganza del blanco, impune y soberbio, era extrema: los negros eran ciudadanos de ínfima clase)que vuelve todo superficial (la casa de Aibeleen es amplia, con comodidades, algo que en la realidad era imposible, por ejemplo). La cinta es muy entretenida y el reparto está conformado por varias de las mejores actrices que tiene el Hollywood contemporáneo. Sin embargo, todo ha sido trivializado y no hay ninguna aportación distinta, ni tampoco una confrontación. El secreto de Minny sobre la convencional y temible villana racista Hilly (Bryce Dallas Howard) es una broma privada que debe mantenerse así para evitar su desprestigio y muestra vulnerabilidad. Todo es inofensivo y se satisfacen las fantasías del espectador para que las villanas paguen lo que deben y las actitudes de algunos personajes cambien. Es el cine que le gusta a los Óscares: simple, sin complicaciones y con finales rosas. El realizador Taylor
realizó su segundo largometraje con mucho presupuesto y gran colmillo sobre los elementos que logran el alcance del público, aunque se perdió en el estilo de algo que no tenía mayores aspiraciones ni conflictos: la novela se lee de tirón, algo que animaba a que fuera filmada.

lunes, 6 de febrero de 2012

TENEMOS QUE HABLAR DE HUGO


TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN
(We Need to Talk About Kevin)
2011. Dir. Lynne Ramsay.


LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET
(Hugo)
2011. Dir.Martin Scorsese.


Kevin es un sociópata. Desde niño ha demostrado ambigüedad emocional hacia su madre. Tal parece que se odian. No habla, no aprende a controlar sus necesidades fisiológicas. Su atención se deriva al padre y la actitud hacia la madre es desafiante.Cuando es un bebé de brazos no cesa de llorar mientras lo carga Eva (Tilda Swinton, tan inigualable como siempre). Cuando es niño mayor, la madre lo avienta contra una pared y le rompe el brazo, algo que Kevin acepta. Ya adolescente comienza el desprecio, la crueldad y el crimen.


“Tenemos que hablar de Kevin” es la historia del amor maternal sin condiciones ni fronteras. Nos sumergimos en los recuerdos de Eva desde que era joven y aventurera: las primeras imágenes nos la muestran participando en alguna extraña celebración europea donde la gente se baña con jugos rojos y ese color permanecerá a lo largo de la película como extremo, provocador, denotando inquietud: eso que provoca dicho color. La cinta se irá narrando fragmentariamente: no es una cinta lineal y lo que está pasando cambiará de circunstancias: Eva es empleada en una agencia de viajes; de pronto, como en un sueño o deseo interno, es escritora de libros de viaje. El marido la lleva a vivir a su nueva casa: una mansión infinita pero luego vemos que no es tan grande como parecía. Son los recuerdos que se agigantan o disminuyen con la memoria: son los deseos que nos fabrican momentos imaginarios.


Kevin es calculador. Ante el buen deseo de su madre para platicar sobre lo cotidiano, empieza a predecirle el rumbo de la conversación, dándole a entender que todo es fútil. No necesita hacer nada que cualquier madre realiza con un hijo normal. Kevin se sabe diferente y se anticipa a las cosas. Se masturba en el baño y cuando la madre lo sorprende sigue retador con su acción. Desde pequeño, mientras platica con la madre sobre algo que no le parece, va rompiendo sus colores de cera por la mitad, como algo natural. Eva, de pronto, le grita que ella podría estar en otro lugar, en ese momento, si no existiera.


La película no muestra la violencia directamente: la sugiere, da pistas sobre las consecuencias. Kevin ha encerrado a varios alumnos en un gimnasio y les ha disparado flechas ya que desde pequeño ha sido excelente arquero. Luego se ha entregado pacíficamente: tiene 16 años, no lo juzgarán como adultos. Su hermanita pierde un ojo accidentalmente debido a un líquido corrosivo que “nadie” dejó en sus manos. La desaparición del roedor mascota se intuye cuando el triturador de la cocina se tapa, ante el horror de la madre quien mira, luego lava sus manos enrojecidas.

Eva va a visitar a Kevin a la cárcel. No hay explicación. Fue “algo” motivado por “algo” de lo que ya no se acuerda. La madre tiene que abrazarlo porque al final de cuentas es su hijo. La habitación original, con mismos colores y cama junto a la ventana con persianas, se reproduce en la casucha donde ahora Eva vive sola porque ya no están marido, hijo e hija.

Con una banda sonora muy bien seleccionada: las canciones subrayan lo que está sucediendo aunque de manera irónica. Un reparto extraordinario porque los niños y el adolescente que interpretan a Kevin quedan en el deseo interno del espectador como seres odiosos que merecen golpizas y hasta la muerte misma.

Tilda Swinton, coproductora de la película, supo adquirir un rol adecuado para ella y su personalidad. Un acierto la cooperación entre Lynne Ramsay la directora y la impactante Swinton.

La génesis de un individuo socialmente inaceptable. No se explica el motivo de que una familia amorosa produzca este tipo de seres. No hay distinción del bien ni del mal: todo es indiferente. No hay emociones. La película bien puede tomarse como una imagen del deterioro social, la entropía natural. Igualmente es un retrato de los anhelos frustrados: un clavado en el subconsciente de una mujer que fue víctima de la vida.

Ese color rojo de jugo de frutas, de sangre derramada, de pintura lanzada contra una fachada, de sangre de mascota triturada, del vino no disfrutado, de sangre de jóvenes adolescentes flechados por la muerte, del padre, la niña, permanece constante en el alma desgarrada de un espectador que no imaginaba la obra desgarradora que confunde, que emociona, que le habla sobre lo cotidiano aunque sea sin ese color rojo directo.

Hugo es un niño que vive en la estación de trenes en París donde da cuerda a los inmensos relojes mecánicos. Fue a dar a ese lugar cuando quedó huérfano y su padre le dejó con un muñeco descompuesto, de cuerda, y sin terminar un mensaje que quiere encontrar. Ese “automatón” será el camino que lo lleve a conectarse con un viejo cascarrabias al que descubre ser un amargado genio del cine, olvidado por todos, pensado muerto.


Es decepcionante “La invención de Hugo Cabret”. Duele decirlo. El maestro Scorsese, admirable en otras ocasiones, ha filmado una de sus cintas menores. Llega un momento en que su búsqueda del mensaje trascendente de su padre se convierte en el logro de un padre artista como sustituto. Hay toda una intriga que copia los trucos narrativos de toda cinta épica que se respete y que termina aburriendo. No posee el sentido de aventura y curiosidad que despiertan Las aventuras de Tin Tin del maestro Spielberg. La trama se desvía en los problemas personales de otros personajes: un guardia de estación tan gris e insoportable como el actor que lo interpreta (Sasha Baron Coen) que no se decide a hablarle a la florista que ama, o una pareja madura que muestra su amor a través de unos perritos.

Se extraña la mano maestra que nos dio La isla siniestra o, si prefieren de época, La edad de la inocencia. Martin Scorsese es un gran conocedor del cine y lo ha demostrado con creces (en la película sale esporádicamente como fotógrafo).
Su labor como patrono para la preservación de joyas del cine es innegable. Por eso duele que este homenaje a Meliés (su 150° aniversario de nacimiento se celebró en diciembre del año pasado) se quede en una trama débil, diluida, difuminada y disparada hacia tantos sitios que no tenga la altura que merecía recordar al cine pionero.

Se comprende el entusiasmo de varios jóvenes espectadores que se dejan llevar por las imágenes de Meliés que quizás van descubriendo por primera vez o que jamás han disfrutado en otra extensión: uno de los magos del cine al imaginar formas de narrar en tiempos primitivos que no alcanzan a ser representados con la magia debida. Los pequeños insertos de imágenes de los Lumiére, del Gran asalto al tren, de William S. Hart o Douglas Fairbanks no son suficientes, ni siquiera esa secuencia colorizada con lo más espectacular de Meliés. A esos espectadores les recomiendo su propia excavación arqueológica en cuestiones de cine...

Técnicamente la cinta es impecable. Hay todo un gran cuidado en el uso de la tercera dimensión y aprovechó la lección de Spielberg al darle mayor brillantez a su imagen porque no se pierde en las opacidades de este truco visual. No es una película que avergüence a nadie y Scorsese es un gran director. No obstante queda disminuida en una carrera esplendorosa e impactante. Lo más triste es mencionar la palabra “aburrimiento” en una cinta de este realizador.