ÉL
1952. Dir. Luis
Buñuel.
Francisco Galván (Arturo de Córdova)
es Caballero del Sagrado Sacramento y mientras ayuda al lavatorio de pies en el
jueves de Semana Santa se fija precisamente en los pies de Gloria (Delia Garcés) con la cual
se obsesiona. Vuelve a la iglesia a buscarla hasta que la encuentra y le
confiesa su amor. Ella le dice que está comprometida. Francisco la sigue y
espía. Casualmente es novia de Raúl, un ingeniero amigo suyo (Luis Beristáin).
Va a visitarlo y le invita a su casa junto con su novia y la madre de ella
(Aurora Walker). Francisco aprovecha el momento para conquistar a Gloria. Raúl
parte hacia la construcción de una presa. Pasan los meses. Raúl debe volver
contra su voluntad al Distrito Federal. Mientras maneja, casi atropella,
casualmente otra vez, a Gloria quien se ve extraña. Ella acepta que la lleve a
su casa y empieza a contarle su historia como esposa de Francisco. Todo comenzó
desde la luna de miel al mencionarle un defecto; luego, al encontrarse a un
viejo conocido. Más tarde, con cambios súbitos de humor en su casona de
Coyoacán. Luego de intentos
por asesinarla (amenazas más que realidades) y ante la incredulidad de su madre
y del sacerdote confesor de Francisco, Gloria huye de casa. Francisco la busca
y es cuando empieza a quebrarse: siente que la gente se burla y en la iglesia
ataca a su confesor. Pasan los años. Gloria y Raúl se han casado y tienen un
hijo. Van de visita al monasterio donde Francisco esta recluido simplemente a
preguntar por su estado y el padre prior asegura que se ha curado. Ellos deben
regresar a Sudamérica donde viven. Cuando el prior se encuentra con Francisco,
éste le pregunta por la pareja a la cual vio en la ventana. El prior le pide
que vaya a seguir con sus oraciones. Francisco se aleja zigzagueando por un
corredor.
Este es el argumento de “Él”, otra
de las obras maestras de Luis Buñuel durante su etapa mexicana.
Es el retrato
de un esquizofrénico paranoide que, según se cuenta, era utilizada para
ilustrar el caso clínico en escuelas de psiquiatría (dicen que hasta Lacan la
ponía como ejemplo). Para Buñuel era una de sus cintas favoritas (“Quizá es la
película donde más he puesto yo. Hay algo de mí en el protagonista”) y
técnicamente es impecable en cuanto a fotografía, ritmo, edición. El propio
Arturo de Córdova, tan igual a sí mismo (como toda estrella prestigiosa del
cine mexicano –y universal, finalmente- que se respete) se siente distinto y
sus poses, la voz engolada, las utiliza para apoyarle en su actuación: se le
nota prepotente para luego cambiar a la vulnerabilidad, la imagen de niño
desamparado.
Antes de continuar déjeme contarle
una anécdota: Cuando era estudiante en la Facultad de Ciencias Químicas, me
encontré cierto día con una alumna nueva que había entrado con el flamante
semestre. Lo que me llamó la atención fue, más que su aspecto hombruno (cabello
corto, regordeta, lentes gruesos con aros de pasta y un vestuario acorde), el
hecho de que estaba leyendo “Él” de Mercedes Pinto. Era una edición vieja por
el color de las páginas y el tipo de portada del libro. Me acerqué a platicar
con ella (tenía voz profunda, para reiterar lo que he descrito como un
estereotipo del personaje lésbico, pero les aseguro que todo esto es cierto), además de tener un buen manejo de la palabra. Le comenté mi admiración hacia la autora y mi gran curiosidad
por esa novela gracias a la película de Buñuel. Me hizo saber que tenía alguna
relación familiar, lejana, con la escritora. Yo estaba muy emocionado en mi
interior. El libro nunca visto en librerías ni en bibliotecas estaba frente a
mí: La fuente primaria de una de mis películas favoritas
en una época cuando el
anhelo de posesión material era muy fuerte (aunque no había dinero para
financiarlo). Le dije que le agradecería mucho si me lo prestaba para leerlo cuando ella lo terminara y me dijo que
sí. Pasaron los días y se lo recordaba cuando nos encontrábamos, pero ella me daba
la misma respuesta de que todavía no lo acababa, que esperara. Llegó el momento
en que me resigné a no insistir (a veces el orgullo es más fuerte que el deseo
o no habría telenovelas ¿verdad?). Esta alumna desapareció luego del semestre:
nunca la volví a ver, ni recuerdo su nombre. Le agradezco haberme sembrado la
inquietud por ese libro. Y yo, como Scarlett O’Hara prometiendo que nunca
volvería a pasar hambre a punto del intermedio de “Lo que el viento se llevó”,
dramáticamente me dije que alguna vez tendría “Él” entre mis manos (saciar otro tipo de hambre). Era una
escena que mantenía la esperanza y reiteraba la convicción en el público que
así sería. Lo mismo me pasó en ese momento de pasión.
Ahora, luego de cuatro décadas,
gracias a una pequeña editorial española (que ha reditado dos novelas de
Mercedes Pinto) y al Internet (que ha tornado al mundo en grano de arena),
tengo en mis manos “Él” (2011, Ediciones Escalera).
Lo leí de un tirón. No es
un volumen grueso y está escrito en párrafos de corta longitud por lo que su
lectura se hace más simple y no se siente. ¡Qué descubrimiento! ¡Qué manera de
enfatizar, incrementar, desbordar mi admiración hacia el maestro Buñuel! La
novela es la descripción minuciosa del infierno que vive una mujer con un
marido paranoico: sus altas y bajas, sus extremos de crueldad con lapsos de
romanticismo y amor. La película es una adaptación de esta descripción gracias
a la imaginación y a la creatividad de Luis Buñuel y Luis Alcoriza al
establecer una pareja donde el hombre adquiere ciertas características
relacionadas con el fanatismo católico, las represiones personales y
homosexualoides, el sentido del poder que produce el dinero, el fetichismo,
pero más que nada con la esquizofrenia.
Mercedes Pinto (1883 – 1976)
publicó este
libro en 1926 cuando ya había dejado al primer marido, un Duque de Foronda,
padre de sus tres hijos (entre ellos la actriz Pituka; con el segundo marido
tuvo otros dos que serían los actores Rubén Rojo y Gustavo Rojo, todavía vivo)
con el cual experimentó este horror.
El maestro Buñuel llegó a darle
sentido a la personalidad de quien es llamado solamente “Él” en toda la novela
al convertirlo en Francisco, un hombre rico, producto de la vieja sociedad
aristócrata guanajuatense que perdió tierras durante el agrarismo, pero sin
perder fortuna. Lo hizo católico practicante que rendía honor a su castidad
llegando virgen al matrimonio.
Le otorgó la prepotencia resultante del poder
económico al grado de querer equipararse a Dios. Lo mostró mimado, como niño berrinchudo
cuando no alcanza lo que le encapricha. Lo caracterizó fetichista para tener un
punto de desbordamiento para su sexualidad. Le inculcó la misoginia porque los
hombres son mejores que las mujeres y ellas son las que seducen: por eso cuando
su criado abusa de una sirvienta, ella es la que resulta despedida.
Y como
producto de su enfermedad mental, le distorsionó el sentido de las buenas
costumbres: si alguien mira por el ojo de una cerradura, hay que pincharle el
ojo; si la mujer le confiesa que tuvo que desahogarse con su antiguo novio, hay
que coserle la vulva y cortarle el clítoris; si hay que dar una lección
extrema, se tendrá que disparar una pistola con balas de salva. El marco de
esta personalidad irregular y asimétrica es la casa, el hogar de Francisco : un
remedo de art nouveau, extraño y desesperante.
“Él” pertenece a un grupo de
películas insólitas en el cine mexicano de ciertos tiempos (en realidad, los
filmes de Buñuel son agresivos, transgresores, aparentemente inofensivos,
porque nunca tuvo problemas con la censura en nuestro país). Los años cincuenta
que dieron lugar a diversas audacias para estar a tono con los cambios que
sufría el mundo (desnudos, temáticas atrevidas) permitieron que se sugiriera,
por ejemplo, ese atentado sádico contra unos genitales o que el patrón fuera a
quejarse de sus problemas con el fiel sirviente para dar un tono homosexualoide
o que al final Francisco afirmara que siempre tuvo la razón porque Gloria y
Raúl tienen un hijo llamado Francisco.
“Él”, novela, narra lo que se
encontró en una caja metálica como confesión extrema de una esposa amagada y
sometida por un marido enfermo; “Él”, película, muestra con imágenes lo que
pasaba por la mente de un enfermo y la tortura de ese sometimiento. Es el claro
ejemplo real y logrado cuando se leen en los créditos las palabras “basado en”
o “inspirado por” alguna obra literaria. Se busca el equivalente en imágenes.
Lo que en un libro se comparte a través de la emoción, en una película se le da
la ficcionalización narrativa que exprese ese discurso.
Mercedes Pinto, quien vivió en
México por muchos años (de hecho está enterrada en este país), quedó muy
satisfecha con la película de Buñuel al metaforizar sentimientos vividos e
ilustrar lo que sucede en tantos matrimonios donde lo que está aparente no es
necesariamente verdadero. Han pasado sesenta años de la filmación de esta película y su
vigencia es brutalmente constante y tristemente continua.