CARLOS FUENTES
(1928 – 2012)
Siempre lo consideré un gran escritor
con excelente manejo del lenguaje. Llegué tarde a “La región más transparente”
pero leí con avidez “La muerte de Artemio Cruz”. Tardé mucho en traspasar “Cambio
de piel” pero me daba curiosidad, misma que sacié con “Zona sagrada” por
sus retratos ocultos de María y Enrique. “Aura” es un caso especial para todo
adolescente que se respete y quiera nombrarse adolescente. Pude ver la puesta
en escena de “El tuerto es rey” donde salían Lola Bravo y Javier Serna, en la
escuelita de teatro original, la de Sergio García, la de 15 de mayo (donde luego, en los primeros
años ochenta, pasábamos cineclub magnífico: todo lo que yo no podía exhibir en
la UDEM de Pino Suárez, antiguo Versalles, porque era temática delicada para
esos tiempos de la universidad, lo exhibíamos gracias a César González y Nancy
Saldaña en ese espacio maravilloso).
Aunque siempre me pareció
pretencioso. Tengo una joyita, un librito que se regaló con la edición navideña
de 1973 de la revista “para caballeros” llamada “Él”, donde su editor James R.
Fortson publicaba una larga entrevista realizada con Fuentes en París ("Perspectivas mexicanas desde París. Un diálogo con Carlos Fuentes" es el larguísimo título). El
escritor tenía 45 años entonces (la plenitud). El diálogo es sabroso y
egocéntrico. Los protagonistas son él con sus amigos, pero estos no son
cualesquiera: William Styron, Shirley MacLaine, Gironella. Fuentes se sabía
joven, bello y triunfador: modelo intelectual de escaparate: antítesis de Zoolander. Es el mejor
resumen y retrato que puede hacerse de alguien que fue emblemático para mi
generación. Su conferencia previa en Bellas Artes, recopilada en “Los
narradores ante el público” era seria y contenida. Aquí había (hay) cinismo y
desparpajo.
Lo que más le agradezco a Carlos
Fuentes es su colección de cuentos “Cantar de ciegos” que conseguí en la Serie
del Volador de Mortiz. Esas narraciones se equiparaban con mis deseos
personales (inalcanzados) de escribir, mis inquietudes sobre el arte que buscaba para
satisfacerme, imágenes de una realidad añorada. Los años sesenta y la música de
jazz, el concurso de cine experimental, el paso por la pantalla de “Un alma
pura” y otro de esos cuentos que tardé mucho en encontrar (“Las dos Elenas”), aparte de todas las sugerencias eróticas que producían resquemores y concretos.
Mucho más erudito, conocedor,
lector, memorioso, humilde, simpático era (y sigue siendo) José Emilio Pacheco.
Más farragosos (pero retadores para el intelecto) eran Salvador Elizondo y Juan García Ponce. Menos popular Juan
Vicente Melo. Maravillosa y fuera de serie Inés Arredondo. Muchos otros
nombres. Muchos recuerdos. Bellos momentos del descubrimiento de literatura,
pintura, música, cine, en esos tiempos que fueron grieta cultural: lo que
seguiría tendría otros tintes, lo mismo que la vida.
Fuentes me aburrió en los últimos
años pero esos latigazos que me brindó cuando fui joven marcaron mi piel, ese
cambio de piel. Descanse en paz. Gracias. Léanlo.