MUJERES QUE TRABAJAN
1952. Dir. Julio Bracho
Un melodrama casi perfecto que sirve como ejemplo del
género. Está cumpliendo sesenta años de su filmación y sirve como tributo al
director Julio Bracho quien sería cultivador de cintas que hablan sobre las
pasiones humanas, las casualidades de la vida, la música como coro griego que
explica las razones de la caída de la gracia. Con un guión redondo que recorre
la gama de personajes femeninos que se podrían encontrar en ese tiempo y
momento histórico, esta película fue realizada en el último año del sexenio
alemanista cuando México entró a la modernidad económico-social (aunque fuera
notoria en las grandes urbes con todo y las injusticias naturales y excesos
saqueadores de políticos) y el cine mexicano se desbordó en el tema del cabaret
o de la familia como fuente de tribulación. Se consolidó la clase media y las
mujeres entraron en mayor proporción a la universidad o al campo laboral para
ayudarse y ayudar a la familia.
Julio Bracho (1909 – 1978) había iniciado su carrera en
1941. Aunque sus primeras cintas estuvieron entre la comedia porfiriana y la
épica independentista o la fantasía musical, pronto se inclinó por el melodrama
como temática de expresión. Distinto amanecer, Crepúsculo, Rosenda son momentos soberbios del
género. En todos los casos son los hombres quienes están supeditados a la
pasión por una mujer que deviene protagonista y causa de situaciones que
deben resolverse de manera extrema. Inició y resolvió su década de los
cincuenta con títulos como Historia de un corazón, La cobarde, Rostros
olvidados, Cada quien su vida o Paraíso robado, por mencionar algunos.
Mujeres que trabajan tuvo guión original de Edmundo Báez
y Egon Eis. El primero, especialista en tramas para Libertad Lamarque,
colaborador esencial de Alfredo B. Crevenna, dentro del melodrama. El segundo
fue un escritor austriaco que hizo carrera en el ámbito literario con novelas
diversas, algunas sobre detectives, aparte de trabajar para el cine alemán y
austriaco (de donde era originario). Tuvo su momento latino con una cinta
cubana de Juan Orol y Geza Polaty (Embrujo antillano), antes de escribir una quincena
de títulos en México como la inquietante Muchachas de uniforme o La dama del
velo, sobre una obra de teatro suya. Luego, el mismo Bracho junto con Julio
Alejandro dieron forma al guión definitivo, según se indica en los créditos.
La película fue producida por Internacional
Cinematográfica, compañía del marido de Rosita Quintana, actriz principal,
quien sería ejecutivo de muchas de sus películas, cuya coalición con Columbia
Pictures permitía una mejor distribución. Se nota que las cintas eran hechas,
obviamente, para el lucimiento de la actriz, por lo que se agradece que de esta
manera hayamos podido tener varios títulos importantes de Alejandro Galindo,
Luis Buñuel y el propio Bracho. Quintana, argentina, había nacido en 1925,
debutado en el cine mexicano en 1948 participando en diversas cintas y
alcanzando rápidamente roles estelares: era bella, cantaba y convencía como
actriz.
El elenco de Mujeres que trabajan no viene completamente
reportado al inicio de la película. Rosita Quintana tiene crédito en solitario, luego está Columba Domínguez también individual, para que luego se mencione a Andrea Palma, Alberto Carriére, Anabelle Gutiérrez, Rosario
Gutiérrez, Diana Ochoa, entre otros nombres, pero luego se complementa con la
leyenda “y las modelos más hermosas de México”. Al ir viendo la película uno se
encuentra entre las damas que viven en la pensión de Prudencia Grifell, a Magda
Guzmán, Ana Bertha Lepe, Georgina Barragán. Entre las modelos que trabajan en
una casa de moda andan Tana Lynn y Lorraine Chanel. Entre las empleadas está
Hortensia Santoveña y entre las clientas, Ada Carrasco. Como pianista de este
lugar aparece brevemente Ismael Larumbe. En la calle, como prostituta, está Luz
María Núñez. Y como novio de Anabelle Gutiérrez aparece Armando Sáenz. En el
juzgado, el abogado defensor es Antonio Raxel y el juez es Julio Villarreal.
Columba Domínguez en sus buenos tiempos de madurez
La película nos narra lo que acontece con Claudia (Rosita
Quintana), mujer que ha logrado elevarse de posición social y económica por su
propio esfuerzo con una casa de modas e Isabel (Columba Domínguez), joven de la
cual nos enteramos que ha debido abandonar su casa debido al embarazo,
producto de la seducción de un hombre casado. Mientras Claudia es una mujer fría y
calculadora (“Los hombre sólo sirven para complicarle la vida a las mujeres”),
convencida de su estatus (“Lo difícil no es vencer a los hombres, sino a una
misma, y el trabajo nos ayuda…”), Isabel es víctima de las circunstancias: fue
débil y ahora paga las consecuencias por lo que hallará la redención al dar a
luz (“son tan indefensos los niños que por eso Dios hizo fuertes a las madres”).
Claudia será seducida por el marido de una de sus clientas, Alfredo Bergman (el
francocanadiense Alberto Carriére) y ahí se derrumbará su fortaleza (“Ahora me
doy cuenta de la frialdad en que he vivido tantos años…”) que la hará olvidar
todos sus argumentos como prisionera de la pasión (“esta noche voy a sentir lo
que es saberse querida por un hombre…”). Se da cuenta del engaño de Alfredo por
dos situaciones: la propia esposa, su clienta, le comenta que nunca le daría el
divorcio ni le conviene al hombre (“muchas veces le ha ofrecido matrimonio a algunas
incautas, pero tiene demasiado buen sueldo en este empleo como mi marido”),
para ratificar su canallada al enterarse que es el padre del hijo que ha tenido
Isabel. Encuentra a Alfredo fuera de casa de Laura, una buena amiga y lo
enfrenta (“lo sé todo, lo de tu hijo”) a lo que el hombre le responde que le da
alegría (“no podía seguir mintiendo, no puedo dejar de quererte”). Cuando Laura
le pregunta si ha venido a proponerle que se convierta en su amante, el hombre
hace gala de su cinismo (“¿convertirte? ¿acaso no lo eres ya?”). Laura le
dispara y Alfredo cae muerto. La cinta cierra así en el momento en que había
iniciado sin que se supiera quienes eran los protagonistas del crimen. Luego
cierra con una escena de juzgado donde la mujer se declara culpable.
Alrededor de Claudia e Isabel, con cierta importancia,
están Laura (Andrea Palma), dueña de una agencia de colocaciones a la cual han
llegado varias de las mujeres que viven en la pensión de la Srita. Benavides
(Prudencia Grifell). Una modelo, Perla Medina (Eva Martino), que entra a
trabajar a la casa de modas. Una mujer muy rica, Margarita (Emperatriz
Carbajal), clienta de Claudia. Cada una de ellas cumplirá con su cuota de
víctima ante la vida por amor y por un hombre.
La
Srita. Benavides viene a ser el personaje convencional, representante del
pasado (“las muchachas de ahora son tan extrañas: todas se las dan de valientes
y fingen ignorar que la verdadera vida de la mujer es casarse, cuidar de un
hombre, tener hijos, vivir para ellos, formar un hogar como la formaron
nuestros padres para nosotros”) cuya situación se debió precisamente a ese
estereotipo de vida apropiada (“tuve un padre que me quería tanto que ningún
muchacho le parecía bien y de tantos que no le parecieron me fui quedando para
vestir santos”).
Perla Medina es criticada porque aprovecha su posición
para conseguir regalos de los hombres. Al pescarla Claudia queriendo robar, le
cuenta su verdad (“¿Qué me importa nada ya?... Estoy casada con un torero que sufrió una cornada, operación
tras operación, no quiero perderlo, no lo quiero perder…”). Claudia le regala
el dinero porque entiende su pasión amorosa (ya se ha decepcionado de su propia
experiencia) pero desprecia a quien es, dentro de su desgracia, una mujer
enamorada.
Margarita es la mujer que ha comprado marido. Tolera sus
infidelidades pero sabe que al final de cuentas el dinero lo tiene atado a su
cama y al placer. Pregunta a Claudia, luego de revelarle que sabe todo sobre su
marido, al cual nunca concederá el divorcio, si le escandaliza. Claudia le
responde que le apena. A Margarita no le importa: lleva tres divorcios. Ha sido
lo suficientemente lista para aprovechar lo mejor de la vida.
La cinta muestra otros personajes femeninos que cumplen
someramente como pretexto: la muchacha que busca marido rico pero finalmente
encuentra el amor pobre; la prostituta que tiene otro tipo de trabajo y viene a
ser despreciada por Claudia inicialmente, para luego tornarse conflicto de
conciencia al perder su virginidad. Las damas en el desfile de modas que se
presentan como venenosas, hirientes, chismosas.
Luego vienen los hombres. El personaje masculino de
importancia es el seductor. Tanto Claudia como Isabel han sido (o serán) sus
víctimas. La manera en que Bracho y sus guionistas resuelven la seducción de
Claudia es magistral. La visita a un centro nocturno donde aparece una vedette
de color (La Martinique) que baila al ritmo de los bongós previamente a que
se presente la cantante Eva Garza quien interpreta “Quiéreme más” (de Gabriel Ruiz
y José Antonio Zorrilla).
“Quiéreme
más,
quiéreme
más,
aunque
yo sé que
tu
amor es inmenso.
Quiéreme
más,
cuánto
placer,
cuánta
ansiedad,
en
cada cita,
quiéreme
más
quiéreme
más
deja
que sienta vibrar
a
mi lado tu cuerpo…”
La tensión sexual entre
Alfredo y Claudia es evidente. Al bailar, las parejas a su alrededor se besan o
pegan sus cuerpos. Ambos se miran. Luego hay una edición que permite, mientras
sigue la canción, darnos cuenta de los regalos (libros, perfume, flores) que el
hombre manda a la mujer. Hay la toma de un aparato tocadiscos para justificar
la canción aunque casi al terminar se vuelve al mismo centro nocturno, aunque
ya ha pasado el tiempo. Claudia está lista para entregarse (y sucede en su
negocio, con Alfredo, copas de champagne, besos en la boca y en el hombro). Se
logra un retrato impecable del personaje.
Alberto Carriére en una foto de los años sesenta, ya con mayor peso
Alberto Carriére (1919 –
2002) nació en Canadá, pero era de ascendencia venezolana. En México filmó once
películas entre 1949 y 1953 antes de emigrar a Hollywood donde apareció en
muchas series de televisión y algunas producciones de importancia, aunque siempre
con papeles secundarios (“Juramento de venganza” de Peckinpah o “Por favor, no
molestar” de Levy). Su apostura es innegable: esbelto, alto, con aire de
distinción. Ya había filmado con Bracho previamente. Julio Villarreal sale como
juez, padre de Isabel, al cual se le reprocha su falta de comprensión al saber
a su hija embarazada. No obstante, el gran personaje masculino pertenece al
seductor ya que el discurso final de Claudia es contra el mundo de los hombres
que no comprende a las mujeres (“demasiado tarde sabemos que los hombres no
asumen las responsabilidades de sus pasiones… Entrégueme usted, Sr. Juez, a la
justicia de los hombres”).
La película presenta una gran producción en cuanto a
vestuario (del modisto Henri de Chatillón). Rosita Quintana utiliza muchos
modelos de lujo a lo largo de la cinta. Hay un desfile de modas donde puede
disfrutarse de lo que era la alta costura en ese 1952 de mujeres mexicanas
pudientes. Un documento en ese aspecto.
Mujeres que trabajan no es el gran discurso feminista. De
hecho, mientras los créditos se van presentando, hay imágenes de mujeres que
están como secretarias en oficinas, obreras en fábricas, empleadas en salones
de belleza. No hay mujeres profesionistas ni lo son las damas que interpretan
diversas empleadas. Laura tiene una agencia de empleos, Claudia ha creado su
empresa de modas: no hay intelectualidad ni ciencia, pero lo que más importa es
el melodrama. El hecho de que, a pesar de las convenciones y casualidades, se
sienta a personajes de carne y hueso, con pasiones reconocibles y aceptables,
además de un dominio preciso del oficio cinematográfico, bien vale la
revaloración de una cinta inserta en la modernidad de un tiempo y en un género-príncipe para el cine mexicano.
Nota- Agradezco sinceramente a Fernando Gaona la copia de esta película que se me había escapado por muchos motivos.