viernes, 16 de noviembre de 2012

ENTRE RANCHERO Y URBANO


DIEZ MOTIVOS PARA BUSCAR A FERNANDO CASANOVA


El reciente fallecimiento del actor Fernando Casanova (1925 – 2012), galán indiscutible de los años cincuenta y sesenta, entre las personalidades del ya icónico y legendario cine mexicano del siglo veinte, hace que lo recordemos y recomendemos a las nuevas generaciones para que lo “busquen” porque no les ha de decir nada su nombre. Fue discreto y solvente. Comenzó como tantos de sus colegas interpretando bits, roles sin diálogos, primeras partes, hasta que encontró la oportunidad. Luego vivió la etapa natural de juventud y madurez hasta que le llegó la edad: en un vídeo reciente, estaba muy deteriorado, aunque mantenía su larga cabellera, ahora blanca, con su mirada ya distante. 

¿Qué nos gusta de Fernando Casanova?

·        Mariachis (1949, Adolfo Fernández Bustamante), porque aparece jovencito, atractivo, en papel simple como director de uno de estos grupos musicales, pero más que nada porque es una película ¡a colores! que están bastante bien conservados.

·        Él (1952, Luis Buñuel), porque la película es maravillosa, aunque Casanova aparezca solamente un momentito, como procurador  de celos tremendos por parte de Arturo de Córdova.

·        El águila negra (1953 y 1956, Ramón Peón), porque fue el personaje épico-heróico-justiciero con el cual llamó la atención y ya comenzó a alternar entre papelitos y papelotes.

·        El hombre del alazán (1958, Rogelio A. González), porque Casanova era un pícaro del siglo veinte que aprovechaba la ingenuidad pueblerina para luego caer en la autoconciencia y el arrepentimiento.

·        El toro negro (1959, Benito Alazraki) porque es su mejor película, su mejor interpretación, su idea para que Luis Alcoriza escribiera un guión sólido que mostraría al mediocre que nunca saldrá de “perico perro” porque no tiene talento ni aptitudes. Ilusiones inútiles: el torerillo que quiere salir de pobre pero por el rumbo equivocado. Conmovedora y ejemplo de lo que pudo ser el cine mexicano si se hubiera protegido desde entonces.


·        Vacaciones en Acapulco (1960, Fernando Cortés) porque lo muestra como galán vulnerable y enamorado.

·        Amorcito corazón (1960, Rogelio A. González) porque es el ranchero de corazón, macho que desea la paternidad para seguir la costumbre y porque es el símbolo de la rudeza pueblerina contra la frivolidad urbana.



·        La marca del muerto (1960, Fernando Cortés) porque es una divertida versión de “Jekyll y Hyde” aunque en dos personas separadas en el tiempo: el tatarabuelo resulta ser tan malvado como bueno es su tataranieto.

·        Santo contra el rey del crimen (1961, Federico Curiel) porque es la primera de una trilogía que establece formalmente al gran personaje de la lucha nacional, ícono fílmico por antonomasia.

·        El secreto de Tomy (1962, Antonio del Amo) porque fue la primera de tres cintas filmadas en España, donde apareció como padre de Joselito quien ya era un adolescente bajo en estatura, que luchaba para quitarse de encima su estigma como actor infantil.


Hay otros motivos: el galán maduro de Mecánica nacional (1971, Alcoriza) que seduce a la casada Lucha Villa; el agente secreto Jim Morrison en Con licencia para matar y Muñecas peligrosas (1967, Rafael Baledón); Los gavilanes negros (1965, Urueta) donde platica y juega con un simpático caballo; Acá las tortas (1951, Bustillo Oro) como hijo agringado que desprecia a sus padres torteros, entre tantos y tantos momentos placenteros, que hemos dejado fuera, para quienes queremos al cine mexicano… Descanse en paz.