DIEZ MOTIVOS
PARA BUSCAR A FERNANDO CASANOVA
El
reciente fallecimiento del actor Fernando Casanova (1925 – 2012), galán
indiscutible de los años cincuenta y sesenta, entre las personalidades del ya
icónico y legendario cine mexicano del siglo veinte, hace que lo recordemos y
recomendemos a las nuevas generaciones para que lo “busquen” porque no les ha
de decir nada su nombre. Fue discreto y solvente. Comenzó como tantos de sus
colegas interpretando bits, roles sin diálogos, primeras partes, hasta que
encontró la oportunidad. Luego vivió la etapa natural de juventud y madurez
hasta que le llegó la edad: en un vídeo reciente, estaba muy deteriorado, aunque
mantenía su larga cabellera, ahora blanca, con su mirada ya distante.
¿Qué nos gusta de Fernando Casanova?
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Mariachis (1949, Adolfo Fernández Bustamante), porque
aparece jovencito, atractivo, en papel simple como director de uno de estos grupos musicales, pero más que nada
porque es una película ¡a colores! que están bastante bien conservados.
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Él (1952, Luis Buñuel), porque la película es
maravillosa, aunque Casanova aparezca solamente un momentito, como procurador de celos tremendos por parte de Arturo de
Córdova.
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El águila negra (1953 y 1956, Ramón Peón), porque fue el
personaje épico-heróico-justiciero con el cual llamó la atención y ya comenzó a
alternar entre papelitos y papelotes.
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El hombre del alazán (1958, Rogelio A. González), porque
Casanova era un pícaro del siglo veinte que aprovechaba la ingenuidad
pueblerina para luego caer en la autoconciencia y el arrepentimiento.
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El toro negro (1959, Benito Alazraki) porque es su mejor
película, su mejor interpretación, su idea para que Luis Alcoriza escribiera un
guión sólido que mostraría al mediocre que nunca saldrá de “perico perro”
porque no tiene talento ni aptitudes. Ilusiones inútiles: el torerillo que quiere
salir de pobre pero por el rumbo equivocado. Conmovedora y ejemplo de lo que
pudo ser el cine mexicano si se hubiera protegido desde entonces.
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Vacaciones en Acapulco (1960, Fernando Cortés) porque lo
muestra como galán vulnerable y enamorado.
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Amorcito corazón (1960, Rogelio A. González) porque es el
ranchero de corazón, macho que desea la paternidad para seguir la costumbre y
porque es el símbolo de la rudeza pueblerina contra la frivolidad urbana.
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La marca del muerto (1960, Fernando Cortés) porque es una
divertida versión de “Jekyll y Hyde” aunque en dos personas separadas en el
tiempo: el tatarabuelo resulta ser tan malvado como bueno es su tataranieto.
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Santo contra el rey del crimen (1961, Federico Curiel)
porque es la primera de una trilogía que establece formalmente al gran
personaje de la lucha nacional, ícono fílmico por antonomasia.
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El secreto de Tomy (1962, Antonio del Amo) porque fue la
primera de tres cintas filmadas en España, donde apareció como padre de
Joselito quien ya era un adolescente bajo en estatura, que luchaba para
quitarse de encima su estigma como actor infantil.
Hay otros
motivos: el galán maduro de Mecánica nacional (1971, Alcoriza) que seduce a
la casada Lucha Villa; el agente secreto Jim Morrison en Con licencia para
matar y Muñecas peligrosas (1967, Rafael Baledón); Los gavilanes negros (1965, Urueta) donde platica y juega con un simpático caballo; Acá las tortas (1951, Bustillo Oro) como hijo agringado que desprecia a sus padres torteros, entre tantos y tantos momentos placenteros, que hemos dejado fuera, para quienes
queremos al cine mexicano… Descanse en paz.