miércoles, 20 de febrero de 2013

PRIMERO, LA FAMILIA


DURO DE MATAR 5: UN BUEN DÍA PARA MORIR

(A Good Day to Die Hard)

2013. Dir. John Moore.
 

            Una de las franquicias más exitosas y satisfactorias en el cine norteamericano desde 1988 es Duro de matar: el personaje del detective John McClane (Bruce Willis, siempre soberbio) es cínico, arrogante, descuidado, pero pendiente de su familia. La primera y segunda películas lo mostraban salvando a su esposa de terroristas (primero un edificio, luego un avión a punto de aterrizaje); en la tercera sufría de alcoholismo que lo alejaba de familia y trabajo hasta que un villano lo ponía en circulación; la siguiente entrega tuvo que esperar doce años (2007) para que McClane apareciera viejo, calvo, con una sorpresiva (para el público) hija ya jovencita, adecuándose a la tecnología. Ahora ha retornado buscando reencontrarse con otro inesperado (para el público, nuevamente) hijo Jack (Jai Courtney) del cual ha vivido alejado por viejas rencillas debidas a la ausencia del padre cuando era pequeño: es un fortachón veinteañero, agente de la CIA, trabajando en Moscú.
 

            John viaja hasta Rusia con la finalidad de hacer las paces y descubrir la verdadera actividad del joven. Se ha enterado que está detenido y llega precisamente el día en que será sometido a juicio junto con un exmillonario, víctima de un ambicioso ministro, del cual el primero posee evidencias que podrían hundirlo. Ocurre una serie de explosiones, Jack escapa con el otro acusado para que casualmente McClane se encuentre en el exterior del juzgado. Jack lo desprecia, pero luego tiene que unir fuerzas cuando es acosado por gente del ministro que da lugar a fieras explosiones, destrucciones masivas y todas las maravillas que el buen cine de acción nos brinda con efectos especiales. A lo largo de la cinta se revelarán sorpresas, personajes que aparentan ser una cosa que no son, pero que servirán para ir acercando emocionalmente a padre e hijo.

 
            McClane sigue su saga familiar. Se pone en el camino del peligro para que le sucedan tantas cosas inverosímiles que si fueran tal cual en la vida real, ningún hijo de vecino podría sobrevivir. No obstante, la idea principal de la franquicia es la motivación del personaje centrada en el mundo familiar. La tercera entrega, donde la familia no ocupaba el centro de atención, mostraba a un McClane decadente, sin alicientes para seguir adelante: se convertía en el héroe que salvaba a la sociedad a cambio de la ausencia de esposa e (ahora lo sabemos) hijos. En esta película, los pocos momentos en que la acción se detiene sirven para enfatizar en el rencor del muchacho, hasta que los hechos mismos le convencen de la grandeza del progenitor y su propia terquedad se doblega para volver a levantarse: de tal padre, tal hijo.
 

            La cinta revive indirectamente los hechos de Chernobyl. Subraya, luego del paso de los años, un error que nunca se aclaró transparentemente y provocó en casa (la propia Rusia) una hecatombe: demostró la fragilidad en que vivimos gracias a la estupidez del hombre, aunque se inserta algo que sabemos debe estar dentro de esa supuesta verdad: la ambición. Contrasta el heroísmo de padre e hijo norteamericanos con la veleidad y audacia de padre e hija rusos. No puedo comentar más sin revelar situaciones clave de la película. Sin embargo, es ese sentimiento paternal-filial lo que le da sentido a una cinta de acción que muestra a personajes que son víctimas de circunstancias ajenas a ellos. De ahí que el director indicado era el irlandés John Moore.

 
            Luego del oficial de la naval que desobedecía órdenes para salvar a un compañero atrapado en territorio de guerra (Detrás de líneas enemigas, 2001)
el equipo de petroleros y profesionales que quedaban varados en el desierto luego del estrellamiento de su avión (El vuelo del Fénix, 2004)
los padres del niño que es la reencarnación del diablo (La profecía, 2006)
el detective que buscaba al asesino de su esposa e hijo para convertirse en sospechoso inesperado (Max Payne, 2008)
se tenia a la persona indicada para manejar a un padre alejado de su hijo que entra en un juego de apariencias y busca una trama de denuncia social.

 
            Willis aparece tan encantador como siempre, cínico que provoca la risa, irónico aún dentro del peligro extremo, consciente de su calvicie que siempre fue prematura (todavía no llega a los sesenta años).
Jai Courtney, a quien habíamos visto en la primera parte de la atrevida serie australiana para la televisión Espartaco muestra presencia y versatilidad: es otro personaje completamente diferente al que lo dio a conocer y llevó a este rol protagónico que debe augurar más cine de acción.
En un rol incidental, recordando a la entrega previa donde apareció como hija amenazada de Willis está Mary Elizabeth Winstead (la Mary Todd Lincoln, de Abraham Lincoln, cazador de vampiros o la heroína amenazada de La cosa y Destino final 5).
Estamos ante la acción que entretiene, los usuales efectos especiales de destrucción, pero más que nada, ante un retrato de familia en estos tiempos cuando la sociedad norteamericana resiente tantos conflictos humanos. Taquilla que no está peleada con la calidad, ni el discurso interesante, ni el gran entretenimiento. Churro para los exquisitos: tómense un chocolatito.