2012.
Dir. Joe Wright.
Igual
que el todopoderoso Sam Mendes cuyas películas le han salido redonditas (desde Belleza
americana hasta Operación Skyfall), estamos ante el caso de Joe Wright que
solamente necesitó presentar su admirable versión de Orgullo y prejuicio
(2005) para dejar en claro su magnificencia, sobre todo al traer al presente el
mundo de Jane Austen con un gran sentido de modernidad.
Ahora, con su quinto
largometraje, Wright vuelve a impactar con una enésima versión de la novela de
León Tolstoy al ofrecer una visión muy peculiar, teatralizada, en un espacio
que le sirve para dejar claro su estilo de disección de personajes.
Ya
es harto conocida la historia de Anna (Keira Knightley), esposa del político
Karénin (Jude Law), que se apasiona enloquecidamente con el militar Vronsky
(Aaron Taylor-Johnson), sin importarle el deshonor ni la pérdida de estatus.
Confiesa al marido que espera el hijo de otro y va descendiendo en el
remordimiento y la conciencia de ser la amante, lo que la lleva a tomar una
trágica decisión. Anna representa a la
pasión desbordante impulsada por el deseo y la necesidad de dar rienda suelta a
una libido limitada por la edad de su marido mayor en edad, que la somete a una
relación sexual rutinaria.
Sin
embargo, lo que más importa en esta adaptación del dramaturgo Tom Stoppard es
el sentido de teatralidad y cercanía. La cinta fue filmada en un espacio
delimitado con telones, escaleras, paneles que, como si fuera un espacio
escénico, va cambiando con meras manipulaciones de dichos elementos. De esta
manera se tiene una cercanía con estos personajes de una Rusia todavía zarista
y plena de elegancia sensual. Es la visión de los poderosos y se muestra, a
través de todos los personajes, un fresco general de formas de ser y actuar.
Del mismo modo, los actores fueron entrenados con una coreografía que da flexibilidad,
suavidad y delicadeza a sus movimientos. Hay una secuencia de baile estilizado
que no se siente lejano ni distinto de la cinta ante la forma de sentarse,
entrar a un cuarto, acostarse, por parte de los actores.
Uno
pensaría que estamos ante una historia pasada de moda, luego de haber sido
filmada al menos una quincena de veces desde los años diez en diversos países.
Greta Garbo la interpretó tanto en cine silente (1927)
como en cine sonoro
(1935)
y como novela es considerada entre las mejores jamás escritas. Anna es un
personaje único que decide ser honesta consigo misma sin detenerse a medir las consecuencias
de una sociedad hipócrita. Es el retrato de la casada infiel o, más bien, de la
perfecta infiel que, por desgracia, debe sucumbir ante las leyes morales.
La
película es una delicia visual y el reparto es demasiado atractivo. Knightley
ofrece otro personaje mostrando su versatilidad. Law acepta que ha entrado a la
cuarentena, la calvicie y ya no es el joven rebelde de, por ejemplo, “Wilde”
(Gilbert, 1997).
Aaron Taylor-Johnson, luego de sus personajes tan disímbolos (“Salvajes”
de Oliver Stone, por ejemplo) es ahora el joven seductor con ojos azulísimos y
facciones delicadas. Y así podría seguir con el resto del ensamble artístico (¡y escribir más!, ¡el tiempo me mata por el momento!),
pero Ud. tendrá la oportunidad de descubrirlo todo. ¡Una cinta gloriosa!