jueves, 9 de mayo de 2013

UNA PELÍCULA ADMIRABLE


UNA FAMILIA DE TANTAS
1948. Dir. Alejandro Galindo.

 


         Gracias al 15° aniversario de la inauguración de Cineteca Nuevo León se organizó un ciclo con películas de directores nacidos en nuestro estado. Se incluyó a don Alejandro Galindo (nacido el 14 de enero de 1906 en Monterrey, debutante como realizador en 1937 con Almas rebeldes y fallecido en el Distrito Federal el 1 de febrero de 1999, luego de una larga carrera) con una de sus múltiples cintas distinguidas: Una familia de tantas.

 

Alejandro Galindo (1906 - 1999)
         A pesar de los 65 años transcurridos desde su filmación, en los tiempos cuando se iría consolidando la clase media y la disciplina era valor primario (aunado a los sentimientos de respeto y obediencia), la cinta no ha perdido interés ni deja de sorprender. La criada de la familia Cataño (Enriqueta Reza) sospecha que algo anda mal con el hijo mayor Héctor (Felipe de Alba) y le dice, con segunda intención a la madre (Eugenia Galindo), que los niños de ahora son más vivos. Luego nos enteramos que embarazó a la novia (Nora Veryán), tuvo que casarse con ella porque el padre ha criado hijos responsables y vivir de manera pusilánime en la casa paterna. La hija mayor Estela (Isabel del Puerto) sufre una golpiza que la deja tirada en el suelo porque su padre la pescó besuqueándose con el novio Rodolfo (Manuel de la Vega) con la consecuencia de que abandona el hogar para que tome un rumbo desconocido.


Martha Roth
         Luego está la quinceañera (como la misma Cineteca NL: excelente metáfora) María del Refugio, llamada Maru (Martha Roth), confundida entre la crueldad paterna, las acciones de sus hermanos y el descubrimiento de lo que no puede definir entre la atracción sexual y el primer deseo amoroso hacia el vendedor de aspiradoras que se mira muy decente Roberto (David Silva) quien también ha quedado prendado de ella ante su inocencia. Será éste quien le abra los ojos a la realidad, alcance un mínimo grado de rebeldía que, sin embargo, le permite dejar en claro que no quiere al rico ranchero que es su primo Ricardo (Carlos Riquelme) yendo contra los deseos del padre que quiere brindarle un futuro seguro.


David Silva
         Y todo lo anterior ha girado alrededor de la figura paterna, Rodrigo Cataño (Fernando Soler), que tiene una pintura con el retrato de Porfirio Díaz en su sala. Aparte, hay una fotografía que muestra su rostro. En los momentos de alimentación se sienta en la cabecera de la mesa. Debe haber el rezo de agradecimiento antes de comer. Hay besos de manos entre hijos al padre; de esposa al esposo; del esposo a la esposa. Se escucha un discurso pasado de moda ante la hija que ha pasado de ser niña y ahora es mujer a sus quince años. Baila sin gracia, con pequeños saltitos, el primer vals de Maru. Es cobarde: pura apariencia con los hombres: golpeador con las hijas.

Alma Delia Fuentes, Fernando Soler, Martha Roth, Eugenia Galindo
         Es el gran acierto de esta invaluable película: la imagen del patriarca a la antigua: heredero de poses, actitudes y abusos del pasado porque la dictadura nacional debe reflejarse en la dictadura familiar. Ajeno a la modernidad que, repentinamente, irrumpe en la persona de ese terco y eficaz vendedor que logra venderle no uno, sino dos avances de la ciencia en el hogar. La cinta sucedía precisamente en los tiempos cuando presidía al país alguien que quiso llevar a México hacia una nueva era (finalmente corrupto y ladrón) y se necesitaba dejar atrás las tradiciones y costumbres. La cinta venía a ser un discurso en favor de este cambio: ya no era posible la barbarie disfrazada de rigor familiar.



         Fue una delicia verla en pantalla grande aunque en una irregular copia en 35 mm que requiere urgentemente de digitalización para que recupere su brillantez. Es la misma copia (cada vez más deteriorada) con la cual se hicieron las transferencias al DVD comercial porque tiene secuencias oscuras que luego adquieren mayor luz. De cualquier manera, la magia está presente. La recuperación del pasado en una cinta amena y entretenida que nos tenía a los espectadores absortos, a pesar de que, como sucede con un servidor, la hemos disfrutado muchas veces.



         Lo paradójico de esta cinta es que provoca el anhelo de esos tiempos de modernidad porque, fuera de esa familia anacrónica y disolvente, existía el respeto en mayor proporción: base de todas las demás cualidades que deberían exigirse al ser humano. Es que todo se veía muy decente como expresaba Maru ante el verdaderamente trabajador Roberto, al contrario de nuestro siglo XXI. ¡Felices quince años, Cineteca NL!
 

 Cineteca Nuevo León