OTRO ARBOL QUE CAE…
(Stanley Kauffmann,
1916 – 2013)
Uno miraba el bosque de la crítica
de cine y se detenía a descansar bajo la sombra de unos árboles norteamericanos
(Pauline Kael, Andrew Sarris, Manny Farber, Susan Sontag esporádica) o
franceses (André Bazin, Michel Ciment) y las especies hispanomexicanas (García
Riera, De la Colina) o netamente nacionales (Ayala Blanco, Pérez Turrent) y
locales (Escamilla, Labrada, un poco de César González). Eran los
fabulosos años sesenta que fueron parteaguas de la cultura en todos ámbitos y
aspectos. El cine era importantísimo. Uno se iba a descubrir lo que pasaban las
salas formales, a redescubrir el pasado en los programas triples, y a complementar
el goce con lo que solamente podía conocerse a través del cineclub.
Un oasis, los sábados por la mañana,
era la Biblioteca Benjamín Franklin cuando estaba en el piso bajo de un
edificio que se localizaba por Juárez entre Padre Mier e Hidalgo. Ahí se
encontraban el New York Times (aunque en ediciones no recientes), la revistas
Time, Saturday Review, New York Review of Books, entre varias. Y claro, los
libros. En la sección de cine pude encontrarme con quienes eran los bastiones de
la crítica de cine en colecciones o antologías. Así pude enterarme de la existencia
de Stanley Kauffmann porque estaba un volumen de “A World on Film" (Harper & Row, 1967) que
compilaba sus críticas realizadas entre 1958 y 1965. Descubrí a una persona
centrada que se dedicaba a la película, daba referencias, pero no se salía del
tema. Tampoco insultaba ni ironizaba y, lo más interesante, derrochaba su
cultura. Hablaba de Chejov o Flaubert para comparar a los personajes
contemporáneos de, por ejemplo, “La aventura” de Antonioni o “Lola Montes” de
Ophüls. Fue una gran enseñanza y así comenzó el aprendizaje y nuestra clasificación
de los diversos estilos que los críticos de cine tenían para acercarse a las
películas.
Stanley Kauffmann acaba de morir el
miércoles pasado. Todavía activo a los 97 años en The New Republic que lo
empleó en 1958 cuando remitió, sin que se le solicitara, un escrito. El editor
lo aceptó, le dio trabajo y así fue el crítico oficial de la revista hasta casi
su muerte. La grandiosa Susan Sontag lo calificó como “tesoro nacional”; el prestigioso
Roger Ebert le consideraba “el más sano y limpio de los críticos” y nunca tuvo
pleitos ni tomó partido por sus colegas en el oficio.
Ese bosque que les mencionaba al principio, se ha ido secando y talando desde hace
tiempo. Los árboles se han caído. Ahora, gracias al
Internet, uno encuentra centenares de “críticas” sin que haya quienes alcancen
los niveles de estos robles, cedros, cipreses que tenían sensibilidad,
conocimiento del cine precedente, referencias de cultura general, estructura
metafórica, estilo propio. Ya es difícil encontrar a quienes comenten, por ejemplo,
sobre “Los inadaptados” de John Huston, basado en un guión del dramaturgo
Arthur Miller: “En forma, el guión es básicamente incómodo ya que Miller es un
dramaturgo que tiene una visión utilitaria, generalmente, del arte teatral: El
diálogo dialéctico está en su sangre” o en el caso de “La aventura” de
Antonioni: “El tema es la moralidad de
la clase media alta… Es gente chejoviana en la Italia de hoy y, como sucede con
la gente de Chejov, los vemos sobremadurar antes de caer… Antonioni no trata de
mostrar la vida como es, sino cómo la ve”.