CASI TREINTA
2011. Dir. Alejandro Sugich
2013. Dir. Jorge Ramírez Suárez
Me
sucedió al revés: la que pensaba que iba a ser más sabrosa y redonda fue
derrotada por una cinta menos pretensiosa. Casi
treinta comienza como una trama convencional con personajes ejecutivos e
hijas de familia que reniegan de su propia condición social porque no les
permite alcanzar sus sueños. Uno se decepciona inicialmente porque imagina que
está ante otra comedieta insulsa como tantas que se han filmado en nuestro cine
mexicano de los últimos años (“No sé si cortarme las venas…”, “Te presento a
Laura”, “Cásate si puedes”, entre algunas aberraciones). Luego, las cosas van
cambiando de manera inesperada: el personaje principal es originario de Sonora,
regresa a su ciudad debido al próximo matrimonio de uno de sus amigos de
infancia y adolescencia. Lo que era un dilema semejante: su boda (el joven había
acabado una relación para luego entrar en otra donde se había comprometido para
desilusionarse inmediatamente) se transforma en una serie de historias de vida
que nos habla de una época, varias situaciones, un presente que refleja al
pasado. Cuando parece que se va a desviar en moralinas y moralejas, la misma trama las niega. Uno reconoce a los
personajes en gente con la cual ha convivido. Tal como dice el título, es la
generación de los casi treintañeros que nacieron a mediados de los ochenta (la
cinta fue filmada en 2011) pero han seguido las tradiciones familiares (sobre
todo porque se centra en el noroeste dentro de la comodidad del terrateniente,
el fumigador, el dueño de bares). La borrachera da lugar a situaciones
embarazosas o el pleito o los reclamos entre amigos que llevan a las
acusaciones o decirse las verdades. Cada uno de los amigos de Emilio (Manuel
Balbi) son presentados y colocados en su realidad familiar (el macho, el
reprimido, el artista mediocre): no es gratuito, porque se explica aquello en
lo que se convertirán, sin llegar a la complacencia.
El elenco simpático y genuino de "Casi treinta"
Y ese
es el problema de Guten tag, Ramón donde
las situaciones se crean para justificar lo que estamos viendo. Luego de cinco
deportaciones en fallidos intentos de cruce hacia la frontera norteamericana
(el último donde sobrevivió milagrosamente al abandono en una camioneta
cerrada), el joven duranguense Ramón, siempre en contra de ceder a unirse al
narcotráfico, parte hacia Alemania donde no encuentra a la persona que buscaba
pero recibe la extrema caridad de una anciana dama pensionada quien le da asilo
hasta que sucede lo esperado. El realizador, guionista, productor inventa
hechos acomodados para darle gusto al espectador: los problemas de Ramón se
perciben como guión continuado de telenovela y no se evita el folklorismo en un
personaje de clase social baja que encuentra a los personajes adecuados para
sobrevivir las condiciones menos adecuadas. La película se sostiene porque
tiene actores que son mucho mejores que los personajes a los cuales elevan de
manera superlativa. Por eso, uno olvida la temática ligera (simplemente, fíjese
en la secuencia gratuita de la confusión de Ruth al ver por detrás a Ramón
quien pela una zanahoria, dando la idea de que se está masturbando: la
consecuencia es llevarlo con una cara prostituta) y el cuento de hadas
internacional (el "experto" en música mexicana que confunde al ritmo de tambora con merengue por las clases de baile que les imparte Ramón). Kristyan Ferrer es uno de los actores más talentosos del cine
mexicano contemporáneo y en este rol tuvo su Sally Bowles de “Cabaret” o su
Stanley Kowalski de “Un tranvía llamado Deseo” porque llena toda la pantalla
con los giros que le regala el guionista y su técnica actoral.
Kristyan Ferrer es un actor luminoso...
Ante
los seres de carne y hueso que vemos en los cinco amigos sonorenses, está el
contraste con una coproducción que prohíbe hablar mal de Alemania. Sabemos que
es un país de primer mundo pero no deja de tener defectos que aquí nunca se
muestran. De ahí que se deba llegar al argumento sublimado: de hecho la culpa
es de México por sus narcos y por la pobreza. Ramón hallará la riqueza gracias
a la bondad teutona. Emilio, por su parte, hallará la satisfacción personal al
notar los contrastes de sus amigos que no tienen, todos, finales felices.
Tampoco se llega a lugares comunes: el cantante quiere recuperar al hijo
abandonado sin estar dispuesto a dejar de lado la droga y el marido golpeador
entra a tratamiento psicológico. Y sí, sí tiene un epílogo blando pero nada
cursi.
Manuel Balbi apareció en la horrorosa "Seres: Génesis"
y aquí se redime. A su lado la sonorense Livia Rangel.
De
Jorge Ramírez Suárez, realizador de Ramón
conocíamos su ópera primera “Morena” sobre el amor que surge entre el inventor
de una máquina alimentadora de perros y su ayudante, que era producción de
Televicine; luego “Conejo en la luna” donde una simple confusión volvía criminal
a una pareja inocente (ella británica, él mexicano); luego la horrenda comedia
sexualoide “Amar”, para terminar con su segmento del elevador parado en “Los
inadaptados” y que hubiera una conversación entre clases sociales. Todas
ellas fallidas, pero que sirven como antecedente para este cine complaciente y
ligero. Alejandro Sugich muestra su ópera prima: ojalá no se pierda en el camino, ni tome el de Ramírez Suárez.