SÓLO DE
NOCHE VIENES
1965. Dir.
Sergio Véjar.
Sólo
de noche vienes (1965) fue el cuarto largometraje del realizador colimense Sergio Véjar (1928 – 2009) quien había
entrado al cine desde los años cuarenta como ayudante en diversos oficios. En
1961 había filmado de manera independiente Volantín
que tuvo problemas sindicales por tal motivo pero que finalmente pudo
exhibirse, aunque siempre como relleno de programas dobles. Al año siguiente ya
pudo filmar una cinta dentro de la industria basada en una obra teatral de
Sergio Magaña Los signos del zodíaco
y más adelante, la adaptación al cine de la puesta teatral de Las troyanas. Luego de participar en el Primer Concurso de Cine Experimental
dentro de una cinta conformada por tres episodios (Viento distante), le llegó la oportunidad de realizar una
coproducción internacional con Guatemala y locaciones en El Salvador.
La cinta, con argumento original de
Elena Garro, adaptado por el productor Manuel Zeceña Diéguez y el propio Véjar,
es un melodrama pasional que narra el tema del amor prohibido que conduce
necesariamente a la muerte. La acción
sucede entre el día previo al Domingo de Ramos para terminar el Sábado Santo. Uno puede pensar que la Semana Santa era una época atractiva para la
parte comercial de la cinta al mostrar las procesiones tradicionales, pero es
también el mejor marco temporal para confrontar otro tipo de pasión terrenal.
El mexicano Andrés (Julio Alemán) canta
frente al mar salvadoreño. Es el día previo al Domingo de Ramos y el hombre ha
venido a ver las procesiones religiosas. Su guía ha sido la joven Carmen
(Regina Torné) que muestra un interés no correspondido por el Andrés. Éste
asiste a una iglesia donde coincide con una hermosa mujer (Elsa Aguirre) que
coquetea con él pero quien escapa de su vista. Más tarde, asiste a una fiesta a
la cual le ha invitado Carmen y, de pronto, en el jardín, se le aparece la
misma mujer, sin imaginar que será la causante de su muerte. A lo largo de la
cinta van sucediendo diversos encuentros entre ellos. Resulta que la mujer es
cuñada de la joven Carmen y le ha dicho a Andrés que ese es su nombre. En
realidad se llama Remedios y es esposa de un poderoso empresario con fuertes
nexos políticos.
La cincuentenaria película, con todos
sus defectos técnicos y actorales, viene a ser el retrato de un amor
enloquecido y febril (al verse en el jardín, se abrazan impulsivamente para
besarse con pasión). Remedios es una mujer insatisfecha (el marido la rechaza
cuando ella lo necesita para evitar seguir adelante con este amorío; ella lo
rechaza cuando ya se ha dado cuenta que no puede dar marcha atrás). Andrés
representa una posible forma de escape tanto real como carnal.
Andrés, por su parte, es un hombre
tranquilo que, tal vez, por la canción que interpreta, tuvo algún desengaño
amoroso. Espera algo. La visión de esa mujer en la iglesia lo inquieta. La
casualidad de que sea la cuñada de Carmen (sin que él lo sepa) le permite el
reencuentro. Las razones sociales de Remedios la llevan a convertirse en una
especie de fantasma que aparece y desaparece. El proceso romántico es paulatino
ya que va de las primeras citas de besos y caricias hasta llegar a la
consumación sexual.
En el jardín, Andrés besa a Remedios
hasta que ella le pide que la deje ir. Le responde “No. ¿quién deja escapar la vida?” al tiempo de que le acaricia los
labios. Luego, ante una frase que suena cursi pero premonitoria, le expresa “Déjame ver tus ojos para conocer el color
de mi suerte” ante lo que la mujer le dice “Míralos. Son negros”. Mientras van en el auto hacia un lugar de
encuentro, ella expresa “Todo el día
pensé en ti y pensé en la muerte” a lo que Andrés responde “Eres mi vida, lo supe desde que te vi”. En
realidad es una vida limitada como su propia relación y ante los obstáculos que
Andrés jamás llegará a conocer, solamente ser víctima de ellos para rematarlo
al gritar en una montaña “Doy mi
salvación por tu amor”. Finalmente, en el mar, el viernes santo, luego de
haber hecho el amor, ella le dice “Tengo
miedo del castigo, nuestro pecado se agranda en este día”.
Y sí, ocurre el castigo. Andrés ve a
Carmen durante la Procesión de la Virgen. Le llama pero una mano anónima con
una pistola le dispara. Andrés cae al suelo, la mira desfallecido y Remedios,
sin importarle nada, se arrodilla frente al hombre. El rostro del hombre se
congela mientras se sobreponen imágenes de la procesión que muestran la pasión
del Cristo. Ella acerca su rostro lacrimoso a la cabeza del hombre que muere.
La imagen final es el de la Dolorosa.
Este toque final le da sentido a la
época de pasión, religiosidad y pecado a un melodrama basado en el argumento de
una mujer inteligentísima que confrontaba a dos muertes liberadoras, aunque los motivos fueran
diferentes, para destacar la excelsitud del amor enloquecido y febril.