jueves, 2 de abril de 2015

MEMORIAS DE ISMAEL RODRÍGUEZ

“MI CINE VIVIRÁ POR SIEMPRE”



         Es un volumen pequeño con apenas 106 páginas y sin fotografías. En la portada viene solamente una, del personaje que cuenta sus memorias, quizás de cuando tenía menos de la cincuentena. Ismael Rodríguez (1917 – 2004) debutó como director de cine en 1942 y se convirtió en el “más joven del mundo”, ya que Orson Welles le había ganado el estreno el año anterior, aunque con un aniversario más de vida. El crítico Gustavo García (1954 – 2013) realizó largas entrevistas que editó en forma de libro. (Rodríguez, Ismael. Memorias. CONACULTA, 2014).

Un joven Ismael Rodríguez.


         Este libro, como ocurrió con “Vida cinematográfica” de Juan Bustillo Oro, aporta otras dimensiones a nuestro conocimiento, pero sobre todo a nuestras fantasías, del cine mexicano. No es lo mismo ver el fenómeno fílmico desde la obra misma que bajo un contexto histórico, o a través de sus técnicos, bajo la mirada personal de los mitos interpretando personajes en la pantalla, pero sobre todo, directamente por el productor – realizador. Sobre todo si se trata de quien fuera un genio en su momento cuando todo lo que tocaba se convertía en oro.

María y Dolores se llevaron bien durante la filmación...


         Sus memorias nos llevan a los inicios del cine sonoro, a sus primeros trabajos como mensajero, pizarrista, asistente, técnico diverso, hasta que llega el momento de ser el encargado directo (dinero, creación, dirección) de su obra. Así narra cómo trabajó con Emilio Fernández, Chano Urueta, Rolando Aguilar, entre otros, y cómo eran en su trabajo.

Muchos obstáculos para conseguir
a Toshiro Mifune para Ánimas Trujano.


         Al haber sido perpetrador de una obra trascendente, que cualquier cinéfilo verdadero debe conocer, es muy divertido e interesante complementar la visión con los hechos detrás de las filmaciones. Así habla de Pedro Infante y sus inseguridades; de la relación María Félix – Dolores del Río; de las tribulaciones para conseguir finalmente a Toshiro Mifune; de las limitaciones con El niño y el muro.

El niño y el muro, uno de sus grandes éxitos.


         El tono nunca deja de ser optimista. Aún en sus obras muy menores (ya en sus postrimerías: Dos tipas de cuidado, Solicito marido para engañar, entre otras), las defiende como parte de sus intenciones de cautivar y atrapar a las mayorías porque “el cine no se hizo para los críticos, sino para el público” como le expresó su amigo Frank Capra.

Las buenas intenciones en tiempos
terribles para el cine mexicano...


         Y es significativo enterarse que tuvo buena relación con Capra quien fuera en su momento taquillerísimo, pero siempre bajo el rechazo de la crítica que consideraba a sus cintas idealistas y engañosas. Con toda la distancia necesaria, podrían compararse a ambas carreras. Rodríguez con sus ambientes populacheros, siempre positivo a pesar de las tribulaciones de la vida; Capra utilizando al hombre común y corriente. No es extraño, entonces, que una de sus obras superiores, o sea Los hermanos Del Hierro, haya fracasado con el público como sucedió con El mandamiento supremo (Meet John Doe, 1941) de Capra, al salirse de las convenciones de los géneros que utilizaban, pensando más en las reflexiones existenciales que en la fórmula. (Por cierto, narra que Dolores del Río fue su primera opción para el rol finalmente interpretado por Columba Domínguez, pero la diva no aceptó ser madre de Antonio Aguilar).

Antonio Aguilar coprodujo Los hermanos Del Hierro
saliéndose de sus cintas convencionales.



         El libro es extraordinariamente ameno, como las películas del entrevistado. Vuelve el lector a vivir momentos, a sentir atmósferas, a querer revisar la producción de quien fuera uno de los más grandes y audaces directores que tuviera el cine nacional (revise la forma en que logró dar vida fílmica a Los tres huastecos). Obligada para los amantes del cine mexicano.  

Toda una audacia técnica y difícil
para lograr a tres Pedros en una imagen...