DESIERTO
2015. Dir. Jonás Cuarón.
Un
grupo de personas cruza el desierto en una vieja camioneta rumbo a la frontera
con Estados Unidos. De pronto el vehículo se descompone sin remedio. Los “polleros”
les indican que caminen y vayan hacia donde se encuentra el país anhelado. Al
pasar por un simple alambrado ya están transgrediendo la ley y provocando la
ira de un cazador de ilegales. El hombre los persigue y va matando dejando
solamente a quienes pueden escapar de su furia. Luego, continuará el infierno.
No
puede contarse más para evitar la revelación de las mínimas sorpresas que
aguardan. La película narra una situación prácticamente cotidiana: quienes van
en busca del sueño americano exponiéndose a todos los peligros posibles. A cada
quien le va de manera diferente y luego se cuenta cómo les fue en la feria. Hay
quienes van, son deportados, reintentan, vuelven a ser deportados y persiguen
su deseo. En esta cinta está el caso extremo: quienes
van y mueren por quienes ejercen la justicia por propia mano.
Moisés
(Gael García Bernal) será quien deberá enfrentarse con Sam (Jeffrey Dean
Morgan). No hay muchos diálogos: Sam expresa que no quiere que le invadan su
hogar. Moisés quiere construir un futuro para su hijo. Cada uno establece sus
prioridades: idénticas pero opuestas. Una amoral, en detrimento de la vida. La
otra sincera, sin intención de daño. Además, aparece un perro feroz.
No
es una gran película: ni es novedosa ni es original. Se ha tratado el tema en
numerosas cintas, obras de teatro, novelas. Su gran vigencia es por la metáfora
coincidente con la actual realidad de un precandidato a la presidencia
norteamericana. El cazador que mata ilegales equivale a un gran muro que
reemplace a una sencilla alambrada y a las políticas en contra de quienes vivan
sin papeles “en el otro lado”.
En
2009 escribí lo siguiente por la cinta Año
uña, ópera prima de Cuarón filmada con puras fotofijas: “Año uña” es una cinta muy menor, un experimento válido, que
queda como mera promesa de un director que quizás nos ofrezca obra más sólida
en el futuro. Ocho años después,
Cuarón brinda una cinta apabullante y entretenida por su buen ritmo y su
sentido del suspenso pero donde no ocurre más que un juego de gato y ratón. Tan
simple como su cinta previa, tan inocua (como su guion coescrito con su padre
para Gravity que destacaba por su belleza visual y la impactante Sandra Bullock) donde queda todavía la
promesa: “quizás nos ofrezca obra más sólida en el futuro”. Tanto halago,
claro, porque es hijo de un papá exitoso que alcanzó el sueño americano sin
tener que cruzar un desierto. Mucho ruido y pocas nueces, para homenajear al querido cuatricentenario Shakespeare. Jonás Cuarón es el Alberto Isaac de nuestros tiempos: un cine correcto que no dice nada personal: mucha forma, eso sí, con la suerte de ser hijo y sobrino privilegiado...