LA MOMIA
(The Mummy)
2017. Dir. Alex Kurtzman.
Uno
esperaba otra versión con sentido del humor semejante a la que Brendan Fraser
protagonizó en 1999 bajo la dirección del imaginativo Stephen Sommers, ya que
en estos tiempos intentar la seriedad de la cinta original de 1932 con Karloff
sería un fracaso para los jóvenes espectadores. Sin embargo, en este supuesto
tratado sobre la maldad se lanzaron tantos anzuelos dentro del género que se
tornó en desastre absoluto.
Cruise
interpreta a un soldado en Irak quien, además, es ladrón mercenario de
antigüedades. Al sustraer una pista de tesoro enterrado que tenía una
arqueóloga con la cual pasó la noche, descubre la tumba de una princesa egipcia
cuyo cuerpo había sido momificado lejos del país ya que había vendido su alma
al Señor del Mal, o sea el dios Seth. Al liberarla, se convierte en su elegido
por lo que tendrá que estar enfrentándola y buscando la manera de evitar su
destino. El jefe de la arqueóloga es el Dr. Henry Jekyll (Russell Crowe), cuyo
interés en el mal se debe a su propio descubrimiento del lado natural que
existe en el hombre: su dualidad moral (o sea, el Sr. Hyde como su contraparte
negativa), decide destruir al personaje revivido.
Esta
mezcla de personajes (que queda inconexa debido a que no se insiste en la persistencia del mal en el ser humano), la falta de humor, las incongruencias en las formas de
lucha y desafío entre los seres fantásticos y humanos, evitan que la cinta sea
agradable, y se torne tediosa. El espectador encuentra vueltas de tuerca a cada
momento por lo que se pierde la línea narrativa. De hecho, el personaje
momificado se convierte en una belleza argelina (Sofía Boutella) que no permite
el total ingreso al terror cinematográfico. Se nos amenaza con nuevas versiones
de los monstruos clásicos de la productora Universal: ojalá caigan en mejores
manos con mayor imaginación y sentido del entretenimiento.