martes, 26 de junio de 2018

LA EXTINCIÓN... DE LA RAZÓN


MUNDO JURÁSICO: EL REINO CAIDO
(Jurassic World: Fallen Kingdom)
2018. Dir. J. A. Bayona.



         El magnate Lockwood (James Cromwell) ha llamado a la joven Claire (Bryce Dallas Howard) para que recupere varias especies de dinosaurios que se encuentran en la Isla Nublar ya que un volcán activo amenaza a estos sobrevivientes del viejo parque de atracciones. Ella es la única que puede reactivar el sistema que tiene registrados electrónicamente sus ubicaciones. Para ello, busca al domador Owen (Chris Pratt), ahora retirado, trabajando en la construcción de su cabaña. Ambos reanudan su amistad, viejo romance, para llegar a la inestable isla. Ahí se dan cuenta que han caído víctimas de una intriga formulada por el protegido del magnate, Eli Mills (Rafe Spall) quien quiso rescatar a estos animales con el afán de venderlos entre los millonarios del mundo. Además, hay otro secreto terrible: Mills ha utilizado al genetista Wu (B. D. Wong) para “construir” un feroz e indestructible dinosaurio como futura arma bélica. Owen y Claire tendrán que evitar las siniestras pretensiones.


         Todo lo que había parecido negativo o soso en Mundo Jurásico (Trevorrow, 2015) ha desaparecido por arte de magia, o más bien, demolido, reconstruido y pulido debido a la magia de Bayona quien ya había demostrado su dominio del espectáculo en Lo imposible (2012) así como sus dotes de buen narrador desde El orfanato (2007). Aquellos dinosaurios que ya no provocaban asombro, ahora se tornan amenazantes y aterradores. La trama resulta compacta, se desarrolla con rapidez y abarca diversas circunstancias que pasan del altruismo a la ambición y finalmente a cierto desasosiego y predicción apocalíptica. Antes de la liminar trama que les he comentado, existe todavía el prólogo: el científico Ian (Jeff Goldblum) habla ante un consejo de seguridad del Congreso acerca del dilema: salvar o no a los animales que se encuentran en la volcánica isla. El científico dice que no: estos animales fueron creados por el hombre contra el orden de la naturaleza y es mejor que se extingan. Otras facciones de la sociedad lo rechazan. Sin embargo, no habrá recursos para salvarlos, lo que provoca la desazón de Claire. Es entonces cuando entra la labor altruista del magnate que ignora las negras razones de su empleado.


         Desde las acciones provocadas por la ambición inicia la angustia y desasosiego del espectador. Bayona sabe complementar las típicas secuencias de acción que incluyen el peligro de ciertas especies mortales con las vulnerabilidades humanas. No en vano el personaje de un joven genio cibernético que vive asustado (con razón), el domador narcotizado al cual la lava acecha casi sin tregua o la necesidad de alcanzar el último transporte que permitirá la continuidad de la aventura, al retornar a la California del Norte; sin embargo, a lo lejos, se ve la triste escena de un Diplodocus, de cuello largo, herbívoro, inofensivo, cuya imagen se va disolviendo entre el humo provocado por la lava que cae al mar: es la extinción.

Owen con el pequeño Blue
Owen con el ya crecido Blue

         O tenemos otra secuencia muy inspirada: mientras Owen ayuda en el intento de salvación de su querido Blue (ahora herido de bala), al cual había criado desde pequeño, demostrando su inteligencia, cuando existía el parque de diversiones, su mirada refleja un viaje al pasado que, por edición alterna, vamos reviviendo en imágenes que la nieta de Lockwood mira en un viejo vídeo en la pantalla de un laboratorio donde Owen entrena al dinosaurio infante. (Esta niña es otro personaje clave en la película de la cual no les comentaré nada pero que viene a ser un comentario sobre la ingeniería genética y el ser humano: hombre contra naturaleza).


         Está el discurso político-económico: los animales son subastados al mejor postor. En estos tiempos neoliberales, los compradores son del mundo: se muestran a través de clichés entre rusos, orientales o británicos, todos como seres sin escrúpulos ni sentido ni razón más allá de la posesión. Que surja el capital, la circulación del dinero para obtener algo único que, hasta ese momento, no tiene copia aunque mañana sí, acorde con las intenciones del que los ha enajenado: es la total insensatez. No obstante, está la sensibilidad de una trama que utiliza la alegoría política para hablar de hechos actuales: los inmigrantes que requieren un nuevo hogar, pero que dejen ganancia (otro tipo de esclavitud al cual se someterá a estos especímenes). Peor aún, para utilizarlos como criminales potenciales.


         La cinta ofrece momentos gratos con la presencia de la legendaria Geraldine Chaplin (tan asentada en el cine español de los años sesenta y setenta, ahora muy avejentada). Bayona utiliza a su fotógrafo favorito, lo mismo que a su editor usual, quienes realizan una loable labor en sus oficios. Aparecen los usuales clichés: el pleito amigable entre viejos amantes o la frase “Dios no entra en esta ecuación” que Goldblum maneja ante las oposiciones a su petición de extinción, además del maniqueísmo de villanos absolutos, sin medias tintas, y personajes totalmente honrados y decentes. La cinta maneja un mensaje apocalíptico: es una nueva era a la cual tendremos que enfrentar. Uno piensa en los fenómenos climáticos, en alguna terrible epidemia, en la guerra nuclear, en los emigrantes que no encuentran asilo, en los populismos convenencieros, hipócritas y cercanísimos, en la economía emoliente, en la falta de esperanza, en la extinción de la razón: lo cotidiano.

 Bayona, otra vez deslumbrante