EL PRIMER HOMBRE EN LA
LUNA
(First Man)2018. Dir. Damien Chazelle.
El título nos indica que la cinta se centrará en el
personaje: Neil Armstrong quien fue el primero en poner un pie sobre nuestra
querida luna lunera. La época son los años sesenta desde 1961 cuando Armstrong
era piloto de peligrosos aviones que probaban velocidades, gravedad y atmósfera
para luego pasar sucesivamente a su reclutamiento como astronauta, los
entrenamientos, las pruebas, hasta llegar al momento estelar en su vida.
Alternadamente se narra su vida familiar, sus experiencias personales, su
reticencia a mostrarse abierto debido al constante riesgo, a las muertes a su
alrededor, al temor de que posiblemente sería el último día de vida.
Una película que narra un hecho harto conocido que será
cincuentenario el año entrante y del cual conocemos su resultado no puede crear
suspenso. No obstante, la cinta está tan bien planeada que la amenaza está
presente, la intriga de lo que sucederá (porque sabemos y se muestran
desgracias que ocurrieron en el camino) y el desarrollo del viaje, algo que
nunca se vio durante las primitivas transmisiones en blanco y negro que nos
tocó ver cuando éramos jóvenes (junto con otros cuatrocientos millones de
personas en el mundo para gritar de júbilo al ver y escuchar esas sombras que estaban
en la luna, sin poderlo creer). No obstante, esto es accesorio para intentar
comprender a ese primer hombre.
¿Por qué Damien Chazelle dirige esta cinta? Es su cuarto
largometraje (el primero fue anterior a su siguiente éxito de crítica), en este orden: Whiplash: música y obsesión (2014), luego La
La Land: una historia de amor (2016) y ahora la que estamos comentando. Ya no está la música involucrada (bueno, indirectamente como comentario o acercamiento de pareja) pero en estas tres tenemos personajes que desean ir más allá de lo habitual,
alcanzar cierta notoriedad en sus vidas, destacar en lo que “son buenos”. En
las tres películas existe el ánimo de sobrepasar obstáculos: el mentor sádico y
demandante del baterista en la primera; las pasiones amorosas que detienen los
anhelos y se vuelven reticencias, pequeños reclamos en la segunda; y finalmente
están estos temores, la pérdida que desampara y produce tristeza: Armstrong no
se recupera de la muerte prematura de su primogénita apenas con dos años por un
cáncer fulminante. Estamos ante un realizador fiel a su discurso e inquietud
personal.
Y luego está la perfección técnica. La narración visual, así
como las composiciones fotográficas en algunos momentos son magistrales. Los
reflejos en vidrios o cascos espaciales sirven para acrecentar la distancia o
disminuir esa lejanía. Las tomas internas en las cápsulas de viaje o los
ejercicios en módulos experimentales son caleidoscópicos en estos y claustrofóbicas
en aquellas. La secuencia lunar es impecable y se llega a la famosa frase que
se volvió inmortal, sobre todo en esos años cuando estaba la guerra de Vietnam,
las protestas estudiantiles, aparte del rechazo público por el gasto excesivo
de la NASA mientras había, como siempre, terribles carencias terrenales.
Es el retrato de un hombre singular dentro de una misión singular.
Es la recreación de una época cuyo logro tecnológico resulta espectacular y
casi imposible en esos años. Es la representación del amor familiar entre una
pareja poco expresiva pero que se demostraba amor y el sentimiento persiste
desde la primera hasta la última toma (vea la imagen de ellos bailando). Personaje,
tiempo, familia, contexto: los hijos de Armstrong fueron supervisores para que
todo se realizara de manera fiel y quedaron satisfechos. El libro biográfico
(casi 800 páginas) en que se basa hubiera dado lugar a una serie completa: el
gran acierto de la cinta es presentarnos la esencia de su personaje.
Rayn Gosling, Damien Chazelle y Claire Foy