Sólo hay tres resortes
fundamentales de las acciones humanas, y todos los posibles motivos obedecen a
ellos: el egoísmo, que quiere su propio bien y carece de limites; la
malevolencia, que quiere el mal ajeno y llega a la extrema crueldad; y la
piedad que es la grandeza del alma, donde busca el bien del otro.
Schopenhauer
Loomis:
Lo conocí hace quince años; me dijeron que no quedaba nada: ni razón, ni conciencia,
ni el entendimiento, en el sentido más rudimentario, de lo que era la vida o la
muerte, del bien o del mal, lo correcto o lo equivocado. Conocí a este… niño de
seis años con ese rostro pálido, en blanco, sin emoción y… los ojos más negros:
los ojos del diablo. Pasé ocho años intentando que me entendiera, y luego otros
siete tratando de mantenerlo encerrado porque me di cuenta que lo que estaba
viviendo detrás de los ojos de ese joven era simple y sencillamente… maldad.
Parlamento
de Donald Pleasance,
como el
Doctor Loomis en la cinta original
de Halloween (Carpenter, 1978) que se
repite
al inicio de
Halloween H20 (Steve Miner, 1998).
HALLOWEEN
2018. Dir. David
Gordon Green.
En los primeros momentos de esta reconstrucción de un ícono fílmico,
emblemático de una generación y de un género, caminan los amigos Allyson (Andi
Matichak), Vicky (Virginia Gardner) y Dave (Miles Robbins) quienes platican sobre
lo que sucedió hace cuarenta años, en su pueblo de Haddonfield, Illinois, a la
abuela de Allyson, Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), sobreviviente de los
ataques del psicópata in extremis Michael
Myers. Dave, como joven millenial no
le da importancia porque ahora son hechos que no tienen motivo para
desconcertar a la gente. Es esta indolencia la que establece el sentido y justificación de que se haya filmado un homenaje, a cuarenta años de su realización, a
la siempre presente Halloween. Podría
pensarse que con el paso de tanto tiempo, la proliferación de infinidad de
películas de terror (bajos, altos presupuestos), las recreaciones inmediatas por
televisión del género, los efectos especiales que ya no asustan a nadie, era
empresa inútil. La alta popularidad y el taquillazo correspondiente han
demostrado todo lo opuesto y se comprueba que la buena mercadotecnia, la
referencia de la cinta original que puede disfrutarse por muchos tipos de plataformas
visuales, pero, más que nada, gracias a la sensibilidad y buen tratamiento del
tema, ha logrado atrapar a los ojos del siglo XXI.
Michael Myers va a ser trasladado a
otro hospital psiquiátrico. Lleva cuarenta años sin pronunciar palabra, bajo el
cuidado del Dr. Sartain (el actor turco Haluk Bilginer), quien fue el reemplazo
del Dr. Loomis original. Lo visitan dos periodistas que quieren desentrañar su
misterio y llevan consigo la máscara que utilizaba desde pequeño. No consiguen
nada, por lo que se dirigen a la casa de Laurie Strode en Haddonfield,
fortificada, donde la mujer vive aislada, siempre con el temor del retorno de
Michael. Al ser transportado Michael, sin que se muestre explícitamente, logra imponerse
contra chofer, guardias y escapa, no sin antes empezar a manifestar sus hábitos
y necesidades asesinas, además de recuperar su máscara. Luego, encontrará a Laurie, su hija Karen (Judy Greer)
y a la nieta Allyson. También se dan a entender las relaciones tirantes en la
familia debidas, todo el tiempo, desde la niñez de Karen, a la paranoia
constante de Laurie.
Los jóvenes millenials
La cinta maneja perfectamente el
suspenso. Es muy entretenida y el espectador, por lo que noté en la sala donde
la vi, no pierde atención. De hecho, fueron mínimas las molestias por
encendidos de teléfonos celulares, lo que deviene en la acción magnética, la
espera de la amenaza acechante, siempre, todo el tiempo, ahora más cruel que nunca,
tal vez para darle gusto a este público de nuevos y jóvenes espectadores.
Aunque la trama se ha reconstruido (ya han desaparecido hijos e hijas de Laurie
en otras secuelas), permanece el recuerdo de Loomis. Lo que no se pierde es la
esencia del mal: Myers es la representación de toda amenaza que acecha, de ahí que aparezca de pronto, sin importar geografía, distancia, obstáculo ni lógica. En las
palabras de Loomis que escuchamos en el pasado y que les comparto como
epígrafe, está la descripción de Michael como metáfora de la maldad que no
muere, la total sinrazón porque mata sin motivo y por placer. Loomis mismo
había recomendado drogarlo, asesinarlo y luego incinerarlo para eliminar todo
rastro físico que ha servido como cáscara que envuelve al mal: Michael es la
representación humana de vileza, insensibilidad y crimen: esa malevolencia que Schopenhauer comenta como motor para las
acciones humanas, lo mismo que el egoísmo y jamás, en este caso, la piedad. Y a
pesar de la batalla, nunca se podrá uno asegurar de la terminación de ese mal
que contrariaba a los teólogos en su afán por demostrar que Dios no podía
haberlo creado, que todo se debía al libre albedrío…
El director Green nos ha ofrecido
cintas magníficas pero incomprensiblemente subestimadas (la divertida Piña Express, la inteligente Experta en crisis, y sí, la fallida Más fuerte que el destino, entre otras).
Aquí apenas se sumerge en el género del horror y sale muy bien librado. El
reparto se agradece y era necesario que Jamie Lee Curtis retornara y cerrara
con broche de oro un ciclo espectacular (es poco probable que retorne a los 50
o 60 años de la franquicia a continuar la saga, como también que uno la
alcance). El turco Bilginer (a quien pueden recordar los lectores en Sueño de invierno del realizador Nuri
Bilge Ceylan) se convierte en sorpresivo obsesionado por su paciente más allá
de cordura y temor.
La cinta estremece. Dentro de los
horrores que nos va narrando y los miedos que nos va infligiendo y al mismo tiempo
exorcizando (todo ocurre en la pantalla: nunca nos tocará a nuestra persona) se
mezcla un sentimiento de nostalgia: todavía nos ocurrió ver la original en aquellos
palacios de cine que alimentaron a nuestras cinefílicas niñez y juventud.
Dentro de la recuperación icónica que significa esta película, ese cuchillo
ensangrentado que vemos en la mano de la joven Allyson produce tanto escalofrío
por la experiencia como una ligera humedad en los ojos por lo que fue un
momento de nuestra vida al ser personas a quienes el cine ha importado mucho,
nos ha transformado, nos ha marcado junto con las vivencias cotidianas.