lunes, 25 de marzo de 2019

ESPLENDOR Y CAÍDA



LAS NIÑAS BIEN
2018. Dir. Alejandra Márquez Abella.


         Es 1982 y Sofía (una estupenda Ilse Salas) celebra su cumpleaños con una cena. La escuchamos mientras recorre su imponente casa y piensa sobre los cubiertos de plata, el Grand Marnier, tulipanes en lugar de alcatraces. Fernando (Flavio Medina), su marido, llega más tarde pero le trae un gran automóvil como regalo. Al día siguiente, por la televisión, escuchamos a la locutora Rebecca de Alba dar la noticia de que el peso ha vuelto a devaluarse frente al dólar. Sofía sigue su vida cotidiana: ir al club de tennis, de compras, visitar a las amigas. Ha enviado a sus hijos a Estados Unidos donde está su madre. Uno de los temas que comenta con su amiga Alejandra (Cassandra Ciangherotti) es sobre la advenediza y nueva rica Ana Paula (Paulina Gaitán), casada con el dueño de una casa de bolsa quien es “alto, naco pero tiene algo interesante” (como lo describe Alejandra), cuando las invita a comer. Luego, poco a poco, las cosas empiezan a cambiar: en una comida, el viejo socio de Fernando le cuenta que se ha derrumbado un negocio en dólares que afecta a su empresa, no le aceptan una tarjeta de crédito, no se le ha pagado a la servidumbre, nota que las amigas se alejan y cuchichean, el marido empieza a emborracharse, etc…

La extraordinaria Ilse Salas

         Partiendo de la clasificación que Guadalupe Loaeza realizara en sus columnas del periódico “Unomásuno” que luego fueron recopiladas en libro para aparecer en 1985 y convertirse en éxito de ventas ya que revelaba de manera satírica los comportamientos, anhelos y vicisitudes de las damas de la clase pudiente, la realizadora Márquez Abella creó una trama donde Sofía viene a representar a una de tantas que sufre, por los azares del destino (y de las malversaciones políticas y económicas), la pérdida de su fortuna, llevándola a extremos que jamás imaginó tocar. Lo que debe alabarse, y es el gran acierto de la película, es que seleccionó un tono dramático para su mirada crítica: el espectador empieza con el esplendor para luego ser testigo de la decadencia y caída de una mujer que vive y permanece ajena a la realidad de su entorno.



         Sofía desarrolla un rol secundario y pasivo en su vida matrimonial: es la responsable de la casa, la servidumbre. Su obligación es permanecer bella, al tanto de lo que ocurre en su mundillo de relaciones femeninas: importa la crema importada de cierta marca, adquirir un vestido que es modelo único en El Palacio aunque ella está acostumbrada a comprar siempre en el extranjero (expresa que todas la envidian y todas quieren copiarla, algo común entre ellas) o jugar en el club deportivo. No está enterada de los negocios del marido al cual le cree todo a pie juntillas. Al enviar a sus hijos a Estados Unidos les ordena que no se junten con mexicanos.


         Otra de las grandes cualidades es que todo se dice a través de los ojos expectantes de Sofía. Uno imagina lo que está pensando y cuando reacciona, cada uno de sus actos resulta congruente con su realidad. Se siente el temor de la pérdida acechante aunque la actitud sea una aparente indolencia intentando retrasar lo que parece ir llegando. Hay una secuencia magistral que ocurre durante la piñata que Ana Paula ofrece a su hijo, al cual asisten las mujeres que la aceptan por el simple hecho de que su marido es adinerado y tiene poder: la directora parte la continuidad, y la narración de estas horas es fragmentada ya que va hacia adelante para luego regresar al presente pero mostrando diversos momentos de Sofía ya sea deambulando por la casa, atosigando al hijo malcriado de la anfitriona, recogiendo enloquecidamente los dulces que caen al pasto al romperse la piñata, escuchando las verdades que le comenta Ana Paula sobre sus amigas. Aquí se va construyendo lo que será la expulsión final del paraíso artificial y la transformación que obligatoriamente deberá tener esta niña bien para seguir siendo, aunque sea en el recuerdo, fiel a sí misma.


         Ilse Salas encabeza el reparto y ofrece uno de esos roles envidiables y adecuados para la actriz adecuada: su personalidad y la elegante belleza la vuelve tan creíble como ninguna. Aunque todo el elenco es experimentado y capaz, nadie se encuentra a su altura. Márquez Abella supo solicitar los encuadres de su estupenda fotógrafa (Dariela Ludlow, la responsable de Los adioses y No quiero dormir sola, como dos ejemplos) para destacarla, dar fe de su actuación y modelar una ficticia niña bien en ser de carne y hueso. La realizadora insiste en que esta temática no se ha tratado en el cine nacional como en otras cinematografías (la argentina y la chilena), pero no olvidemos que, desde siempre, han estado presentes los ricos burgueses del melodrama: sin ir más lejos,  con nuestro querido Buñuel mexicano. Lo que puede afirmarse en su favor es que ha logrado un retrato preciso utilizando una etapa del pasado: las niñas bien siguen existiendo con su esencia y poder.
La potosina Alejandra Márquez Abella filmó su primer
largometraje "Semana Santa" en 2015.
Puede verse en Netflix para reiterar su talento.