RIFKIN'S FESTIVAL:
UN ROMANCE EQUIVOCADO
EN EL LUGAR ADECUADO
2020. Dir. Woody Allen.
Otra gran obra de madurez. Uno de los más grandes directores del cine norteamericano nos ofrece ahora su tributo personal hacia el cine como marco de su eterna obsesión por las relaciones de pareja, pero establece, sobre todo, que es la mejor manera para encontrarle sentido a las grandes preguntas de la vida. Mort Rifkin (Wallace Shawn) es escritor y fue maestro de cine. Platica con su analista y le cuenta lo que sucedió en su última visita al Festival de San Sebastián al cual acompañó a su esposa Sue (Gina Gershon), publirrelacionista del realizador Phillipe (Louis Garrel) quien se ha convertido en la sensación del momento. Mort no disfruta los festivales porque “ya no son como antes”. Empieza a darse cuenta de que hay algo más en la relación entre Sue y Philippe, con el cual no ha podido llevarse bien ya que lo siente pretencioso y que su cine se confunde como “artístico”. Tiene sueños que se relacionan con los grandes clásicos de antaño, donde reproduce sus propios momentos personales y de pareja: El ciudadano Kane, Ocho y medio, Jules et Jim, Sin aliento, Fresas salvajes, El ángel exterminador, Persona, Un hombre y una mujer, además de somatizar sus angustias que lo lleva a consultar a una doctora, Joanna (Elena Anaya), de la cual queda prendado porque representa todo aquello que pudo haber vivido.
Homenaje al cine y al Festival de San Sebastián, mostrando la belleza de la ciudad, aunque critique la frivolidad y estulticia de los medios de comunicación, además de las actitudes y anhelos de los actuales creadores cinematográficos: un hombre le comenta a una rubia despampanante que está perfecta para interpretar a ¡Hanna Arendt! en su próxima cinta sobre el juicio a Eichmann. Otra persona expresa que se proyectará la versión del director de una cinta de “Los tres chiflados”. Las preguntas de los reporteros en las ruedas de prensa se reproducen como son en la vida real: idioteces superficiales que solamente muestran la ignorancia de los reporteros, nunca verdaderos profesionales del periodismo.
Suma de homenajes a sus realizadores preferidos: el cine ya no es como antes, se queja Mort (como alter ego de Allen quien acaba de declarar que en las salas ya no se encuentran las verdaderas películas que antes se realizaban), ya que sus clases eran decepcionantes, aunque siempre había unos cuantos estudiantes verdaderamente interesados en la esencia y naturaleza del cine. Los sueños que reproduce son deliciosos y de ahí que Rifkin elabore su propio festival. Al estilo de Welles, un niño judío cuyo trineo lleva el nombre de “Rose Budnick”, una suicida, jugando con el Rosebud de "El ciudadano Kane". Al estilo de Bergman, su esposa y su doctora reproducen comentarios sobre fidelidad y pareja ¡en sueco!, con los encuadres de Persona, las reuniones familiares de Fresas salvajes o el retorno a la Muerte y el ajedrez en El séptimo sello. Buñuel es recordado por el fetichismo hacia los pies femeninos. Woody Allen establece las diferencias entre lo que era la cinefilia apasionada y las obras fílmicas siempre personales y retadoras, contra el mercantilismo, la abundancia de propuestas y lo efímero del presente. ¿Por qué ahora se olvida tan rápidamente al estreno que es sustituido por otro y por otro y por otro, en cadena sucesiva y progresión infinita? ¿Dónde quedan los recuerdos memorables de las cintas de un festival cuando no hay tiempo para afianzarlos? ¿Dónde están los espacios de reflexión que permitan que el cine sea un punto de referencia personal y eje sobre el cual se mueva la historia?
Y el personaje de Mort es un hombre mayor, casado con una mujer menor en edad, que ofrece las variables de la autoficción. Woody Allen siempre ha sido autor completo que desahoga en sus imágenes todo aquello que le afecta, le acontece, le produce reacciones debidas al pasado y a la experiencia. No deja de utilizar a sus creaciones fílmicas como una manera de asentar su presente. Sí, el cine ya no es como antes, y los nuevos creadores creen que pueden revolucionar al medio, sin darse cuenta de que sus narraciones son simples variaciones de tantas ya plasmadas en la pantalla, y que la soberbia, como pasa con el realizador Philippe, les torna en payasos caricaturescos por su ignorancia. Ahora, todo aquello que conmueve y produce dinero es confundido como “arte”. Todo lo que deslumbra al cinéfilo inexperto es prueba de sus faltantes. Para verdaderamente amar al cine hay que haber visto cine, mucho cine, porque además del placer que causa, nos define, nos ofrece nuestras claves personales, nos permite descubrirnos, nos asegura que la vida tiene un sentido y, siempre, nos ofrece las respuestas a las grandes preguntas.
El maestro Woody Allen dirigiendo a Wallace Shawn y Elena Anaya