martes, 11 de enero de 2022

MERCANCÍA VIVA

EL HOMBRE QUE VENDIÓ SU PIEL
(L’homme qui a vendu sa peau)
2020. Dir. Kaouther Ben Hania.

         Sam Ali (Yahya Mahayni) es un hombre sirio que, eufórico por el amor que tiene hacia su novia Abeer, expresa una frase con tonos revolucionarios, de manera inofensiva, fuera de contexto, pero que levanta sospechas, mientras ambos se transportan en un camión urbano. Es encarcelado, pero dejado libre por un familiar que trabaja en la delegación, por lo que decide escapar del país hacia Líbano. Su novia se casa con un delegado de la embajada siria en Bélgica y el sueño de Sam es poderla alcanzar. Un día lo contacta un artista contemporáneo, Jeffrey Godefroi, quien le propone que le permita crear un tatuaje sobre su espalda. A su favor, Sam obtendrá una visa especial que le permitirá viajar libremente por Europa. A cambio, será una obra de arte viviente que se exhibirá en museos, con la posibilidad de ser vendido bajo ese concepto… A partir de un hecho de la vida real, iniciado en 2008, donde el artista belga Wim Delvoye, contrató a un hombre para realizarle un tatuaje en la espalda y exhibirlo, la realizadora tunecina Ben Hania se inspiró para ofrecer un matiz político y de reflexión que abarca desde los derechos humanos, la trata de personas, y más que nada, cuestiona la validez del arte contemporáneo como ya lo hicieron en su momento las extraordinarias Velvet Buzzsaw (2019, Dan Gilroy) The Square: la farsa del arte (2017, Ruben Östlund), a través del uso de lo sobrenatural y de la farsa, como elementos básicos para satirizarlo.

         Lo que mueve a Sam es el amor. Su relación con Abeer se torna imposible y, para sobrevivir, requiere reencontrarla. Al llegar el extraño ofrecimiento del artista, se da cuenta de que será su única salida. Hay mucho dinero y muchas ventajas para el desesperado hombre. No obstante, jamás toma conciencia inicial de que hay explotación detrás del proyecto artístico. Sam se convierte en objeto. Al cuestionarse a Godefroi sobre este aspecto, su respuesta es simple: las personas tienen obstáculos para trasladarse por el mundo, pero no así las mercancías. Sam se convierte en producto con valor. Por un lado, su estatus de refugiado en Líbano, inmigrante, limitado. Por otro, el absurdo mundo del arte contemporáneo donde se considera que los territorios de la creación son múltiples e infinitos, que deben ser explorados. Por tal motivo, el tatuaje sobre la espalda de Sam es una obra de arte que puede ser admirada en museos y adquirida por coleccionistas. Queda asegurado como obra de arte. Sufre las realidades de la piel (una espinilla que surge de repente) y las limitaciones como modelo que no puede acercarse a sus admiradores, entre otros sometimientos.

         La realidad se convierte en obra de ficción para cuestionar al mundo que habitamos. Se ponen en tela de juicio la falta de compasión humana, la frivolidad de los coleccionistas, el sentido mercantilista de los creadores artísticos, y más que nada, la problemática de la migración que lleva a sus víctimas a realizar actos inimaginables bajo otras circunstancias.  En la película aparece el artista que fue la inspiración de esta realizadora, autora total, como el asegurador de Sam, además de que se presentan otras obras suyas, dentro de los museos donde se exhibe al hombre-objeto. No es una cinta perfecta y cae en algunos momentos de autocomplacencia, pero su tesis es válida y su narración permite que se cuestionen elementos que en este mundo actual han tomado matices inesperados, absurdos…

La directora tunecina Kaouther Ben Hania, en Venecia 2020.