martes, 28 de diciembre de 2010

LA FE EN DIOS



MARCELINO, PAN Y VINO
2010. Dirección: José Luis Gutiérrez Arias.




La pregunta que más importa es conocer el motivo o la necesidad de filmar una nueva versión, en estos tiempos que vivimos, del cuento de José María Sánchez Silva que tanto éxito tuviera en 1955, dentro de la producción franquista, al grado de ganarle a su director Ladislao Vajda el Oso de Plata en el Festival de Berlín (aunque siendo justos, dicho evento fue adquiriendo mayor seriedad en los siguientes años). Una trama netamente sustentada en la fe del espectador católico que utiliza las convenciones más elementales para narrar cómo un niño abandonado desde bebé en las puertas de un convento franciscano (al cual nombran Marcelino por ser el santo que se celebraba en el día de su hallazgo) llega hasta los cinco años de edad para tener un encuentro directo con una efigie del Cristo crucificado (quien toma vida ante sus ojos) al cual lleva pan y vino para alimentarlo. La obsesión de Marcelino es encontrarse con su ignota madre y el Cristo se lo cumple. En la cinta española el niño muere al lado de la efigie; en la versión nacional, por medio de los efectos especiales parece un rapto alienígena que se convierte en ascensión al cielo.

Esta nueva versión sucede en los albores de la Revolución Mexicana (hay una imagen al inicio de la película donde la actriz Teresa Ruiz repite la posición de la famosa fotografía de la soldadera que mira interrogante hacia la derecha porque hay un actor interpretando a un fotógrafo que debería apellidarse Casasola en la vida real: ¿sutilezas de guión?) y quizá se le quiso insertar dentro de las conmemoraciones que vivimos hasta el mes pasado. Sin embargo, su mismo realizador lo negó. Por otro lado, el autor original nació en 1911 y ya está cercano su propio centenario, pero nadie lo ha destacado. La cinta habla de solidaridad y de que se están viviendo tiempos peligrosos, donde nadie sale de casa. Tal vez se quiso continuar con el discurso de reafirmación católica que inició ese bodrio higiénico y optimista llamado “El estudiante” (2009, Roberto Girault) donde todo se soluciona gracias a la buena voluntad de las personas y a la intervención divina. Aquí tenemos a un jefe revolucionario como testigo del milagro donde Marcelino es subido a los cielos y la imagen final es la de un convento que celebra abiertamente a Marcelino, con el catecismo para los niños y la vida feliz cuando estaba por aparecer el movimiento cristero.

No encuentro, entonces, mayor respuesta a mi pregunta que la fe como solución a los problemas, luego de ver una producción muy bien filmada, con fotografía espléndida de lugares que uno ni se imagina que todavía existen en este país depredador, con elenco desigual (Alejandro Tommasi es el padre guardián que no lleva tonsura mientras que sus subordinados sí, con mayor o menor proporción dependiendo de la peluca; actores magnéticos como Guillermo Larrea o Waldo Facco o caricaturescos como Jorge Lavat, luego de, precisamente, “El estudiante” ). Y lo que se asemeja mucho con la cinta española es en el intérprete infantil Mark Hernández: tan bobito como Pablito Calvo, que recuerda a nuestra nacional María Gracia de aquella “La sonrisa de la virgen” (1957, Roberto Rodríguez), pero que tiene ojitos verde olivo y aunque se diga que apenas tenga cinco años, no es pretexto para que parezca tontito: el niño que sale a su lado, del cual no recuerdo el nombre (solamente el de su personaje: Eleuterio niño) tiene mayor coherencia y más simpatía.

Lo que más me sorprende es que el realizador José Luis Gutiérrez Arias haya sido el responsable de “Todos los días son tuyos” (2007), su ópera prima, que hablaba de temas más terrenales. Quizá su decepción ante el recibimiento de esa cinta lo llevó a los niveles celestiales y a quienes nos gustó ese debut, nos la contagió, paradójicamente, con este nuevo resbalón... perdón, quise decir escalón en su carrera.