domingo, 13 de noviembre de 2011

UNA PELÍCULA DE VIDA


AMOR SIN BARRERAS
(West Side Story)
1961. Dirs. Robert Wise y Jerome Robbins.


El 18 de octubre de 1961 se estrenó en Nueva York como premiére. El 13 de diciembre siguiente tuvo su estreno oficial en Los Ángeles y por ese motivo entró en la carrera de los Óscares de su año llegando a obtener once nominaciones para ganar en diez categorías. Costó seis millones de dólares en esos tiempos, lo que era un gran capital, pero llegó a recuperar siete veces su costo solamente en Estados Unidos por exhibiciones contínuas. Si añadimos los ingresos mundiales y, ahora, lo que se ha recaudado por proyecciones en televisión, ventas en Beta, VHS, Láserdisc, estamos ante una de las comedias musicales más exitosas de todos los tiempos. Este 15 de noviembre sale a la venta una edición de cincuenta aniversario en el sistema Blu-ray, por lo que “Amor sin barreras” (West Side Story) permanece como un gran clásico del siglo veinte.

La base de esta película fue una comedia musical de Broadway estrenada en septiembre de 1957. El texto de Arthur Laurents se inspiró en “Romeo y Julieta” de Shakespeare, cuyo argumento se adaptó a Manhattan en la mitad de los años cincuenta donde existía una fuerte rivalidad entre bandas juveniles de inmigrantes puertorriqueños y nacionales norteamericanos.
Una joven latina y un muchacho idealista estadunidense se enamoraban perdidamente, a pesar de las limitaciones y los odios de raza. Por este motivo se enfrentaban las pandillas
donde moría el líder de los norteamericanos, amigo y casi familiar del muchacho, a manos del hermano de la joven que, a su vez, era atacado por éste. Inocente de todo, la joven recibe la noticia deformada donde se le dice que su amado ha muerto. Cuando se encuentran, el muchacho es asesinado por otro miembro de la banda puertorriqueña, dejando sola a la joven.

La vieja trama clásica tenía un conjunto de canciones compuestas por Leonard Bernstein, joven conductor y compositor, con letras de Stephen Sondheim quien debutaba así en Broadway. La partitura era elegante y bastante bien elaborada mezclando la canción popular y romántica (“María”), el sonido latino (“Mambo”) y el jazz (“Cool”) con contrapuntos (“Quinteto”) y tesituras operáticas. Esta música daba lugar a coreografías espectaculares del director Jerome Robbins.
Todos esos elementos se unieron para seducir a un público que la tornó en obra legendaria y clásica instantánea que llegó a casi 800 representaciones en su primera puesta en escena.

En 1960 comenzó la filmación de la versión cinematográfica donde el guionista fue Ernest Lehman (“Intriga internacional”,“La mentira maldita”) y la dirección quedó en manos del mismo Robbins aunque se decidió que se apoyara con un realizador experimentado de cine por lo que entró Robert Wise ( “El día que la tierra se detuvo”, “La que no quería morir”)
para cuestiones técnicas. Sin embargo hubo diferencias creativas que provocaron rivalidades aunque se mantuvieron las excitantes coreografías de Robbins
produciendo otro documento visual de algo que se disfrutaba solamente en los efímeros escenarios. El elenco estuvo encabezado por una estrella establecida, Natalie Wood en el rol de la joven latina, sobre un grupo de actores con experiencia aunque poco conocidos: Richard Beymer,
George Chakiris, Rita Moreno, siendo la excepción un extraordinario bailarín, Russ Tamblyn.

Para esos tiempos, se estaba ante una comedia musical contemporánea que ocurría en el lado oeste del moderno Manhattan, que desplegaba los mayores recursos técnicos y visuales, con efectos especiales, y mucho cuidado en su fotografía y en su sonido.
Aparte, la filmación directa en 70 mm permitía una brillantez de excelencia en sus proyecciones sobre pantallas con las dimensiones adecuadas. Así que ahora, en cine, había otro grupo de elementos que sedujeron nuevamente a un público ávido de modernidad en un género usualmente ligero, pleno de ensoñaciones.

Aquí en México se estrenó en 1963, en el Distrito Federal, en una sola sala equipada con esa pantalla de 70 mm, autorizada solamente para mayores de 21 años, donde duraría medio año en exhibición. A Monterrey nos llegó al año siguiente al Cine Montoya,
viejo teatro entonces adaptado como cine y para ese sistema de proyección, donde también provocó la admiración de los asistentes. Aunque no se tuvo la restricción de entrada, la película venía cortada en una escena donde el galán entraba en la recámara de la joven latina y tenían relaciones; igualmente, se mutiló la repetición de una canción casi al final de la película porque, un anónimo censor o distribuidor, pensó que ya era demasiado. Y es que, curiosamente, el público asistía a una cinta musical para abuchear a las canciones en cierto momento. Eran otros tiempos.

Fue mi película favorita. Llegué a verla cuatro veces en el Montoya (¡a diez pesos el boleto!, ¡mucho dinero!) y luego la seguí, con el paso de los años por otras veintidós ocasiones en el Elizondo, Araceli, Rodríguez… Cuando se comercializaron las videocaseteras la compré en el formato Beta, aunque se proyectaba sin pantalla ancha y se perdía la arquitectura fotográfica y la coreografía estilizada, ambas planeadas para ese sistema, aunque con la ventaja de que venían las secuencias cortadas que jamás había disfrutado.
Luego vino el VHS donde se vendía una versión “widescreen” y pude recuperar las imágenes admiradas. Ya con el DVD ni se diga: se tenía mucha fidelidad y calidad técnica. Ahora estoy en espera de que me llegue la cajita del cincuentenario para recuperarla en todo su esplendor gracias al Blu-ray.

Tenía que recordarla y rendirle un pequeñísimo tributo porque nunca podré expresar lo que me significó (contexto, momentos íntimos, nuevas experiencias, descubrimientos personales, apasionado cinéfilo) para la vida.