jueves, 17 de mayo de 2012


CARLOS FUENTES
(1928 – 2012)


            Siempre lo consideré un gran escritor con excelente manejo del lenguaje. Llegué tarde a “La región más transparente” pero leí con avidez “La muerte de Artemio Cruz”. Tardé mucho en traspasar “Cambio de piel” pero me daba curiosidad, misma que sacié con “Zona sagrada” por sus retratos ocultos de María y Enrique. “Aura” es un caso especial para todo adolescente que se respete y quiera nombrarse adolescente. Pude ver la puesta en escena de “El tuerto es rey” donde salían Lola Bravo y Javier Serna, en la escuelita de teatro original, la de Sergio García,  la de 15 de mayo (donde luego, en los primeros años ochenta, pasábamos cineclub magnífico: todo lo que yo no podía exhibir en la UDEM de Pino Suárez, antiguo Versalles, porque era temática delicada para esos tiempos de la universidad, lo exhibíamos gracias a César González y Nancy Saldaña en ese espacio maravilloso).

            Aunque siempre me pareció pretencioso. Tengo una joyita, un librito que se regaló con la edición navideña de 1973 de la revista “para caballeros” llamada “Él”, donde su editor James R. Fortson publicaba una larga entrevista realizada con Fuentes en París ("Perspectivas mexicanas desde París. Un diálogo con Carlos Fuentes" es el larguísimo título). El escritor tenía 45 años entonces (la plenitud). El diálogo es sabroso y egocéntrico. Los protagonistas son él con sus amigos, pero estos no son cualesquiera: William Styron, Shirley MacLaine, Gironella. Fuentes se sabía joven, bello y triunfador: modelo intelectual de escaparate: antítesis de Zoolander. Es el mejor resumen y retrato que puede hacerse de alguien que fue emblemático para mi generación. Su conferencia previa en Bellas Artes, recopilada en “Los narradores ante el público” era seria y contenida. Aquí había (hay) cinismo y desparpajo.

            Lo que más le agradezco a Carlos Fuentes es su colección de cuentos “Cantar de ciegos” que conseguí en la Serie del Volador de Mortiz. Esas narraciones se equiparaban con mis deseos personales (inalcanzados) de escribir, mis inquietudes sobre el arte que buscaba para satisfacerme, imágenes de una realidad añorada. Los años sesenta y la música de jazz, el concurso de cine experimental, el paso por la pantalla de “Un alma pura” y otro de esos cuentos que tardé mucho en encontrar (“Las dos Elenas”), aparte de todas las sugerencias eróticas que producían resquemores y concretos.

            
             Mucho más erudito, conocedor, lector, memorioso, humilde, simpático era (y sigue siendo) José Emilio Pacheco. Más farragosos (pero retadores para el intelecto) eran Salvador Elizondo y Juan García Ponce. Menos popular Juan Vicente Melo. Maravillosa y fuera de serie Inés Arredondo. Muchos otros nombres. Muchos recuerdos. Bellos momentos del descubrimiento de literatura, pintura, música, cine, en esos tiempos que fueron grieta cultural: lo que seguiría tendría otros tintes, lo mismo que la vida.

            Fuentes me aburrió en los últimos años pero esos latigazos que me brindó cuando fui joven marcaron mi piel, ese cambio de piel. Descanse en paz. Gracias. Léanlo. 

sábado, 5 de mayo de 2012

DELINCUENTES JUVENILES



COMANDO ESPECIAL
(21 Jump Street)
2012. Dirs. Phil Lord y Christopher Miller.

            La película comienza 7 años atrás cuando Schmidt (Jonah Hill) y Jenko (Channing Tatum) estaban terminando la preparatoria. El primero era regordete, inteligente y sujeto a la burla de sus compañeros. El otro era atractivo, tonto y popular. 


Ninguno puede asistir al baile de graduación: el primero porque no consigue pareja; el segundo porque sus calificaciones lo evitan. Ambos entran a la academia de policía. Al reencontrarse se vuelven amigos porque uno puede complementar al otro en sus carencias. En tiempo presente se han graduado como policías. Luego de una fallida detención de narcotraficantes, son enviados a una unidad donde se realizan misiones encubiertas. Su encomienda: hacerse pasar como estudiantes de preparatoria para encontrar al responsable de la creación de una nueva droga que puede resultar fatal.


            A partir de esta premisa plena de absurdos y rindiendo homenaje a una popular serie de televisión de los años ochenta (donde apareció el incipiente Johnny Depp) 


donde unos jóvenes detectives resolvían casos relacionados precisamente con delincuentes juveniles en misiones encubiertas, estamos ante un divertimiento intrascendente e incoherente (hay personajes que uno no sabe si clasificar como buenos o malos; tanto Jenko como Schmidt llegan a comportamientos que en la realidad no serían lógicos; los aspectos físicos de ambos jamás podrían tomarse como estudiantes de ese nivel académico) cuya finalidad es asentar que la falta de creatividad hace recurrir a la repetición de viejas fórmulas y, de esa manera, autoparodiarse de la manera más libre y divertida que pueda pensarse.

            Tanto Hill como Tatum son tan carismáticos que producen la risa ( y la película misma, demostrando que conocen su oficio y apuntalan su futuro). El reparto en general está inteligentemente seleccionado. La cinta es una comedia dirigida a públicos jóvenes pero los mayores pueden acordarse del pasado (hay un momento en que la serie de televisión toma vigencia aunque apenas Ud. podrá descubrirlo). No es una película que dé para mucha discusión. Sus realizadores se hicieron famosos por la cinta animada “Lluvia de hamburguesas” que era tan insólita y cáustica como la que ahora le he estado comentando.


martes, 1 de mayo de 2012

UNA NOVELA TANTO ESPERADA


ÉL
1952. Dir. Luis Buñuel.


Francisco Galván (Arturo de Córdova) es Caballero del Sagrado Sacramento y mientras ayuda al lavatorio de pies en el jueves de Semana Santa se fija precisamente en los pies de Gloria (Delia Garcés) con la cual se obsesiona. Vuelve a la iglesia a buscarla hasta que la encuentra y le confiesa su amor. Ella le dice que está comprometida. Francisco la sigue y espía. Casualmente es novia de Raúl, un ingeniero amigo suyo (Luis Beristáin). Va a visitarlo y le invita a su casa junto con su novia y la madre de ella (Aurora Walker). Francisco aprovecha el momento para conquistar a Gloria. Raúl parte hacia la construcción de una presa. Pasan los meses. Raúl debe volver contra su voluntad al Distrito Federal. Mientras maneja, casi atropella, casualmente otra vez, a Gloria quien se ve extraña. Ella acepta que la lleve a su casa y empieza a contarle su historia como esposa de Francisco. Todo comenzó desde la luna de miel al mencionarle un defecto; luego, al encontrarse a un viejo conocido. Más tarde, con cambios súbitos de humor en su casona de Coyoacán. Luego de intentos por asesinarla (amenazas más que realidades) y ante la incredulidad de su madre y del sacerdote confesor de Francisco, Gloria huye de casa. Francisco la busca y es cuando empieza a quebrarse: siente que la gente se burla y en la iglesia ataca a su confesor. Pasan los años. Gloria y Raúl se han casado y tienen un hijo. Van de visita al monasterio donde Francisco esta recluido simplemente a preguntar por su estado y el padre prior asegura que se ha curado. Ellos deben regresar a Sudamérica donde viven. Cuando el prior se encuentra con Francisco, éste le pregunta por la pareja a la cual vio en la ventana. El prior le pide que vaya a seguir con sus oraciones. Francisco se aleja zigzagueando por un corredor.

            Este es el argumento de “Él”, otra de las obras maestras de Luis Buñuel durante su etapa mexicana.


Es el retrato de un esquizofrénico paranoide que, según se cuenta, era utilizada para ilustrar el caso clínico en escuelas de psiquiatría (dicen que hasta Lacan la ponía como ejemplo). Para Buñuel era una de sus cintas favoritas (“Quizá es la película donde más he puesto yo. Hay algo de mí en el protagonista”) y técnicamente es impecable en cuanto a fotografía, ritmo, edición. El propio Arturo de Córdova, tan igual a sí mismo (como toda estrella prestigiosa del cine mexicano –y universal, finalmente- que se respete) se siente distinto y sus poses, la voz engolada, las utiliza para apoyarle en su actuación: se le nota prepotente para luego cambiar a la vulnerabilidad, la imagen de niño desamparado.

            
             Antes de continuar déjeme contarle una anécdota: Cuando era estudiante en la Facultad de Ciencias Químicas, me encontré cierto día con una alumna nueva que había entrado con el flamante semestre. Lo que me llamó la atención fue, más que su aspecto hombruno (cabello corto, regordeta, lentes gruesos con aros de pasta y un vestuario acorde), el hecho de que estaba leyendo “Él” de Mercedes Pinto. Era una edición vieja por el color de las páginas y el tipo de portada del libro. Me acerqué a platicar con ella (tenía voz profunda, para reiterar lo que he descrito como un estereotipo del personaje lésbico, pero les aseguro que todo esto es cierto), además de tener un buen manejo de la palabra. Le comenté mi admiración hacia la autora y mi gran curiosidad por esa novela gracias a la película de Buñuel. Me hizo saber que tenía alguna relación familiar, lejana, con la escritora. Yo estaba muy emocionado en mi interior. El libro nunca visto en librerías ni en bibliotecas estaba frente a mí: La fuente primaria de una de mis películas favoritas


en una época cuando el anhelo de posesión material era muy fuerte (aunque no había dinero para financiarlo). Le dije que le agradecería mucho si me lo prestaba para  leerlo cuando ella lo terminara y me dijo que sí. Pasaron los días y se lo recordaba cuando nos encontrábamos, pero ella me daba la misma respuesta de que todavía no lo acababa, que esperara. Llegó el momento en que me resigné a no insistir (a veces el orgullo es más fuerte que el deseo o no habría telenovelas ¿verdad?). Esta alumna desapareció luego del semestre: nunca la volví a ver, ni recuerdo su nombre. Le agradezco haberme sembrado la inquietud por ese libro. Y yo, como Scarlett O’Hara prometiendo que nunca volvería a pasar hambre a punto del intermedio de “Lo que el viento se llevó”, dramáticamente me dije que alguna vez tendría “Él” entre mis manos (saciar otro tipo de hambre). Era una escena que mantenía la esperanza y reiteraba la convicción en el público que así sería. Lo mismo me pasó en ese momento de pasión.

            Ahora, luego de cuatro décadas, gracias a una pequeña editorial española (que ha reditado dos novelas de Mercedes Pinto) y al Internet (que ha tornado al mundo en grano de arena), tengo en mis manos “Él” (2011, Ediciones Escalera)
Lo leí de un tirón. No es un volumen grueso y está escrito en párrafos de corta longitud por lo que su lectura se hace más simple y no se siente. ¡Qué descubrimiento! ¡Qué manera de enfatizar, incrementar, desbordar mi admiración hacia el maestro Buñuel! La novela es la descripción minuciosa del infierno que vive una mujer con un marido paranoico: sus altas y bajas, sus extremos de crueldad con lapsos de romanticismo y amor. La película es una adaptación de esta descripción gracias a la imaginación y a la creatividad de Luis Buñuel y Luis Alcoriza al establecer una pareja donde el hombre adquiere ciertas características relacionadas con el fanatismo católico, las represiones personales y homosexualoides, el sentido del poder que produce el dinero, el fetichismo, pero más que nada con la esquizofrenia. 

          Mercedes Pinto (1883 – 1976)  

publicó este libro en 1926 cuando ya había dejado al primer marido, un Duque de Foronda, padre de sus tres hijos (entre ellos la actriz Pituka; con el segundo marido tuvo otros dos que serían los actores Rubén Rojo y Gustavo Rojo, todavía vivo) con el cual experimentó este horror.

            El maestro Buñuel llegó a darle sentido a la personalidad de quien es llamado solamente “Él” en toda la novela al convertirlo en Francisco, un hombre rico, producto de la vieja sociedad aristócrata guanajuatense que perdió tierras durante el agrarismo, pero sin perder fortuna. Lo hizo católico practicante que rendía honor a su castidad llegando virgen al matrimonio.


           Le otorgó la prepotencia resultante del poder económico al grado de querer equipararse a Dios. Lo mostró mimado, como niño berrinchudo cuando no alcanza lo que le encapricha. Lo caracterizó fetichista para tener un punto de desbordamiento para su sexualidad. Le inculcó la misoginia porque los hombres son mejores que las mujeres y ellas son las que seducen: por eso cuando su criado abusa de una sirvienta, ella es la que resulta despedida. 


Y como producto de su enfermedad mental, le distorsionó el sentido de las buenas costumbres: si alguien mira por el ojo de una cerradura, hay que pincharle el ojo; si la mujer le confiesa que tuvo que desahogarse con su antiguo novio, hay que coserle la vulva y cortarle el clítoris; si hay que dar una lección extrema, se tendrá que disparar una pistola con balas de salva. El marco de esta personalidad irregular y asimétrica es la casa, el hogar de Francisco : un remedo de art nouveau, extraño y desesperante.


            “Él” pertenece a un grupo de películas insólitas en el cine mexicano de ciertos tiempos (en realidad, los filmes de Buñuel son agresivos, transgresores, aparentemente inofensivos, porque nunca tuvo problemas con la censura en nuestro país). Los años cincuenta que dieron lugar a diversas audacias para estar a tono con los cambios que sufría el mundo (desnudos, temáticas atrevidas) permitieron que se sugiriera, por ejemplo, ese atentado sádico contra unos genitales o que el patrón fuera a quejarse de sus problemas con el fiel sirviente para dar un tono homosexualoide o que al final Francisco afirmara que siempre tuvo la razón porque Gloria y Raúl tienen un hijo llamado Francisco.

            “Él”, novela, narra lo que se encontró en una caja metálica como confesión extrema de una esposa amagada y sometida por un marido enfermo; “Él”, película, muestra con imágenes lo que pasaba por la mente de un enfermo y la tortura de ese sometimiento. Es el claro ejemplo real y logrado cuando se leen en los créditos las palabras “basado en” o “inspirado por” alguna obra literaria. Se busca el equivalente en imágenes. Lo que en un libro se comparte a través de la emoción, en una película se le da la ficcionalización narrativa que exprese ese discurso.


            Mercedes Pinto, quien vivió en México por muchos años (de hecho está enterrada en este país), quedó muy satisfecha con la película de Buñuel al metaforizar sentimientos vividos e ilustrar lo que sucede en tantos matrimonios donde lo que está aparente no es necesariamente verdadero. Han pasado sesenta años de la filmación de esta película y su vigencia es brutalmente constante y tristemente continua.