jueves, 27 de septiembre de 2012

GLAMOUR Y DISCIPLINA


LUZ TENUE PARA DOLORES DEL RÍO

Tenue.
(Del lat. tenŭis).
adj. Delicado, delgado y débil.


         En alguna ocasión, Sergio García, nuestro afamado director de teatro me platicó que conoció a Dolores del Río cuando fue invitado al Festival Internacional Cervantino. La actriz, entonces cercana a la setentena lo recibió (ella, como presidenta del patronato; él, como invitado al evento) cuando caía la tarde, en un patio donde había sombras que la resguardaran: tenía que cuidar su imagen y disfrazar a la edad. 

 Frank Langella

  Esta anécdota me volvió a la mente cuando leí el breve capítulo dedicado a la actriz mexicana en el libro Dropped Names (HarperCollins, 2012) del actor Frank Langella, donde recuerda a distintas personalidades con las cuales tuvo acercamiento, amistad, trabajo o simples miradas como pasó con nuestra Lola.

         Comenta Langella que en 1956 fue asistente-aprendiz en uno de los llamados “summer theater”, temporadas de teatro que se realizaban en diversas regiones del país, en las salas que poseen diversos pueblos norteamericanos. Fue en las montañas de Pennsylvania. Se representaría, por ocho días, la obra Anastasia donde Dolores interpretaba el papel principal y como su supuesta abuela, estaba la actriz húngara Lili Darvas

Lili Darvas, importante actriz húngara, cuya carrera fue realizada 
sobre todo en la escena norteamericana

quien era dos años más joven que nuestra idolatrada diva. Darvas llegaba durante el día, comía con los técnicos, llevaba una vida normal. Dolores aparecía a pocos minutos de que se levantara el telón, impecablemente vestida y maquillada, se sentaba en su camerino improvisado, para luego entrar a escena y dar una función exacta, sin errores, igual a la anterior y a la siguiente. Había la orden de que nadie la molestara, ni se le acercara, ni le hablara. Langella tenía 18 años y la mujer le intrigaba. A lo más que llegó fue a pasar frente a ella, sonreírle y Dolores le correspondió asintiendo con la cabeza.


         Cuando alguien le preguntó a Lili Darvas si alguna vez iría Dolores en otro horario, contestó que de ninguna manera. Dolores se la pasaba encerrada en su cuarto con las cortinas cerradas. Viajaba en su limosina con su asistente y el chofer. Tomaba baños de leche, como hacía Cleopatra, según cuenta la tradición. Cuidaba su piel pero mantenía su leyenda. Al término de la función recibía el último aplauso, sola en el escenario. Mientras la gente la alababa, ella salía por detrás de la escenografía hacia su limosina para evitar que la gente la buscara al término de la obra para verla, platicarle o pedirle autógrafo.


         Langella termina este capítulo de una manera muy bella al comentar “uno podría recordarla como una mujer mayor desesperada por preservar su belleza, viviendo de la ilusión o de su reputación; o quizá, a través de los ojos de un jovencito de dieciocho años, como el epítome de glamour, disciplina y profesionalismo”.


Dolores del Río (1904 - 1983)


CENTENARIO DE UN MAESTRO


Michelangelo Antonioni: cien años
29 de septiembre de 1912 en Ferrara
30 de julio de 2007 en Roma



         Un maestro. Alguien que cambió la forma de narrar en el cine. La preocupación por la falta de comunicación en este mundo y la soledad rampante que nos rodea. Una de las voces clave en la metamorfosis del cine poco después de la mitad del siglo XX. “La aventura” (1960) seguía una historia que de pronto cambiaba: un personaje principal se perdía en una isla pero la vida continuaba: ya había otras historias personales: que el espectador llegara a sus propias conclusiones.

Un recorrido visual de su filmografía (largometrajes) ante la premura del tiempo para dedicarle un ensayo largo.

Antes de esta cinta, realizó diversos cortometrajes (1943 - 1950)

Las primeras cuatro películas fueron historias convencionales, lineales que, no obstante, eran indagaciones profundas sobre personajes con terribles malestares existenciales...

Crónica de un amor (1950)


La señora sin camelias (1953)


Las amigas (1955)


El grito (1957)



A partir de esta cinta, Antonioni rompe con la narrativa convencional y transgrede a los géneros...

La aventura (1960)


La trilogía de la incomunicación, la desesperanza, la soledad...

La noche (1961)


El eclipse (1962)


El desierto rojo (1964)


Su entrada al cine en idioma inglés para hablar de la verdad, lo real, que se confunde con la irrealidad, el sueño, la pesadilla...

Blow Up (1966)


Una grave e incomprendida crítica al sistema de consumo norteamericano y un canto a la libertad en todos los aspectos...

Zabriskie Point (1970)


Una de sus mejores películas donde comienza a trabajar con el concepto de la identidad.

El reportero (1974)


Las cintas de la última etapa: resumen, reconsideración, apuntes, homenajes, consolidación...

El misterio de Oberwald (1980)


Identificación de una mujer (1982)


Más allá de las nubes (1995)


 No se incluyeron películas donde trabajó segmentos.

Celebremos la grandeza de los hombres del siglo XX ahora, cuando estamos viviendo una época de ligereza y virtualidad...

domingo, 16 de septiembre de 2012

LEVANTAR LA MANO


CARLOS RIVAS (1928 – 2003)
Primeros años en el cine mexicano


En una entrevista realizada en el año 2001, Carlos Rivas contó que estaba en un bar de la Ciudad de México cuando un tipo llegó, preguntó  si alguien hablaba inglés y él levantó la mano. Se le acercó y comentó que andaba buscando un actor a lo que Rivas respondió que “siempre lo había sido” cuando no era cierto. Le dio su tarjeta y le dijo que el trabajo era suyo; Rivas la tomó y se olvidó del asunto. Tiempo después la encontró en su abrigo y llamó: tuvo suerte porque apenas estaban a la busca de su suplente.

De esta manera entró a la filmación de la cinta del oeste Furia en el paraíso (Fury in Paradise, George Bruce, 1953), coproducción entre México y Estados Unidos, con un presupuesto miserable, para el lucimiento de un actor bastante secundario de Hollywood llamado Peter Thompson. En el reparto estaban Rebeca Iturbide, anunciada como Rhea Iturbi, Fanny Schiller como Fran Schiller, Claudio Brook que se tornó Claude Brooks. Una anécdota que añadió es que todos le decían en el set de filmación que su inglés era perfecto sin saber que era su lengua original ya que había nacido en Odessa, Texas, de padre alemán (su nombre verdadero, Óscar Karl Weber) y madre mexicana.

La cinta, oscurísima, al grado que es inencontrable, le permitió alcanzar muchas oportunidades en nuestra industria fílmica. Alto, moreno, bien parecido, y con apenas 25 años encima, al año siguiente estaba en La vida tiene tres días (Gómez Muriel, 1954), para inmediatamente pasar al rol estelar masculino en De carne somos (Gavaldón, 1954) y un episodio, también estelar, de Amor en cuatro tiempos (Spota, 1954), aparte de aparecer en otra coproducción con Estados Unidos: “El monstruo de la montaña hueca” (Nassour e Ismael Rodríguez, 1954). Todo filmado en México, producciones importantes que fueron el trampolín para Hollywood.


La vida tiene tres días lo presenta como José, un mecánico enamorado de la pueblerina María (Silvia Pinal) quien desea irse a la capital para dedicarse a la música. Luego del paso de los años, de una fallida aventura que María tiene en el Distrito Federal, ésta regresa para casarse con José.


En De carne somos, interpreta a Mario, aspirante a dramaturgo del cual su vecina Linda (Marga López) se enamora perdidamente, al grado de prostituirse para cuidarlo, alimentar sus ambiciones y hacer que logre el sueño de estrenar su obra teatral para encontrarse con la incomprensión de su amado.


Amor en cuatro tiempos es una película que presenta sendos  casos de amores sólidos o apasionados que llevan a la tragedia o a la entrega definitiva. En su caso, la anciana costurera Marga (Marga López) recuerda que cuando era tiple de fama se enamoró del tenor Carlos quien tuvo que partir a la Revolución por lo que su amor no se consumó hasta años después cuando lo reencontró ciego y con el rostro desfigurado.

Dos años más tarde vuelve para dos melodramas: La ciudad de los niños (Martínez Solares, 1956) y ¿A dónde van nuestros hijos? (Alazraki, 1956), luego de haber aparecido en “El rey yo” (Lang, 1956), como el enamorado joven de la princesa Tuptim (Rita Moreno) y otras producciones menores en Hollywood, entre ellas una con Errol Flynn.


La ciudad de los niños es una fantasía basada en la creación de la verdadera institución en Monterrey por el padre Carlos Álvarez (quien siempre levantaría muchas polémicas y comentarios suspicaces) donde Rivas tiene un rol incidental como sacerdote que ayuda a un niño judío.


En el melodrama ¿A dónde van nuestros hijos?, basada en la obra teatral “Medio tono” de Usigli, se quiso dar una visión del progreso ruizcortinista con los multifamiliares y la vida urbana. Carlos Rivas aparece como Eduardo, periodista pobretón, católico y honrado que aspira al amor de Gabriela (Ana Bertha Lepe) quien está comprometida con un tipo rico para sacar de problemas a sus padres. Sin embargo, al final triunfa el amor.


En el período 1958 a 1960, Rivas tendrá seis apariciones diversas e importantes en nuestro cine. Fuera del país aparecerá en “Lo que no se perdona” de John Huston y en diversas series de televisión. En México estará en el díptico Pueblo en armas y ¡Viva la soldadera! (Contreras Torres, 1958); luego en Sonatas (Bardem, 1959) y ¡Yo sabía demasiado! (Bracho, 1959), para terminar la década con un papel de galán de Marina Camacho en la serie de episodios de los Estudios América: La máscara roja y Matar o morir (Peón, 1960).


Como Gorgonio, peón de hacienda, que se lanza a la revolución luego de sufrir humillaciones aparece en Pueblo en armas para luego alcanzar importancia como oficial dentro de la bola en la secuela ¡Viva la soldadera!, cintas con las cuales el pionero Contreras Torres terminaría su carrera fílmica en México.

Al año siguiente, salió en la segunda parte de Sonatas como otro cabecilla de renegados que ayudaba escapar al Marqués de Bradomín. 


En ¡Yo sabía demasiado!, era el periodista Ricardo que ayudaba a la secretaria Ana (Ana Luisa Peluffo) a escapar de unos hampones que buscaban cierta grabación comprometedora.


Y finalmente en 1960, aparecería como el comisario de un pueblo, novio de la heroína de la cinta, justiciera que aparecía con una máscara roja (Marina Camacho) en su lucha contra la injusticia.


Carlos Rivas volvería a México en otras ocasiones. Haría cintas con roles cada vez menos importantes (como sería el caso de El cuarto chino (Zugsmith,1966), ridícula e incoherente película cuyo terror y suspenso se transformó en comedia de carcajada) pero la etapa mencionada corresponde a su extraño esplendor. Un actor surgido de un accidente, que alcanzó el triunfo por su apostura y presencia (en realidad no era un gran actor: más bien, estrella) dentro del tipo latino por lo que Hollywood lo abrazó para sus fines. Todo un caso. Había que rescatarlo para posteriores investigaciones.