DESPUÉS DE
LUCÍA
2012. Dir.
Michel Franco.
El segundo largometraje (muy bien filmado, preciso, estrujante, sin caer en lugares comunes) de Michel
Franco (“Daniel y Ana”, 2009) es una impecable -dolorosa- reflexión acerca del sexo como detonador
de otras perspectivas de vida (en su primera película, un joven y su hermana
eran forzados a tener relaciones sexuales para videograbarlos. Luego quedaban
libres con sus vidas destrozadas). Ahora, Alejandra (Tessa Ia) se muda de
Puerto Vallarta al Distrito Federal con su padre (Hernán Mendoza), después de la
muerte accidental de su madre. Entra a una preparatoria privada donde comienza
amistad con varios de sus compañeros. En un viaje a la casa de uno de ellos a
Valle de Bravo, luego del alcohol y la mariguana, Alejandra realiza sexo oral
con el joven dueño de casa que filma el hecho con su teléfono celular. Se sube
a internet y comienza el acoso violento (el famoso “bullying”) que irá
creciendo de tono. Depresiva y dolida por la muerte de su madre y la
incomunicación con su padre, al cual no puede contarle los hechos sucedidos,
Alejandra entra en una pasividad extrema: queda sujeta a la humillación y abuso
de sus compañeros que no muestran ninguna compasión. Toda la supuesta amistad
era falsedad cuando se desvela un aspecto íntimo.
Alejandra no es ninguna chica inocente:
tiene antecedentes de fumar mariguana porque un examen clínico en el colegio lo
revela. Su entrega al joven compañero, debida a la ligereza proporcionada por
el alcohol nos la muestra como alguien que sabe a lo que se está sometiendo
aunque sin pensar jamás en que será base de un cambio en sus relaciones. La
cinta da a entender que la madre murió en el accidente de auto mientras
enseñaba a manejar a la joven. El sentido de culpa coexiste entre padre, sin
que se explique más que por el hecho de tener a una hija removida de sus
raíces, y la muchacha que recuerda, de pronto, al auto chocado. Esa pasividad
quizás se entienda como un martirio esperado o la exagerada culpa cristiana.
El joven director Michel Franco y la impactante actriz Tessa Ia
Sin embargo, la violencia no es
exclusiva de los jóvenes. En su enojo mientras maneja, el padre se lía a golpes
con un taxista. Su agresividad está a flor de piel con la intolerancia hacia
unos empleados del restaurante donde trabaja como chef o la señorita que le
interroga para tramitar el seguro de su mujer. De manera sutil, el inteligente
director nos habla de la violencia cotidiana que es alimento para los jóvenes a
los cuales, sumándole el poder (económico, físico, político) les hace
prepotentes. De la misma manera, la falta de disciplina y de vigilancia por
quienes deberían estar atentos a las cuestiones paraescolares es rampante: se
buscan soluciones luego de que ocurren tragedias.
La película es angustiante para el
espectador sensible. Hay una escena donde Alejandra es obligada a comer un
pastel de porquerías que la llevan al vómito. La manera en que es rodeada,
forzada, por los mismos jóvenes de su edad que gozan sádicamente de lo que está
pasando, por el mero hecho de haber descubierto una debilidad (el sexo que
ellos mismos practican pero que nadie cuestiona) provoca una sensación de
impotencia. Uno extrapola ese momento a la vida cotidiana y se enoja. Uno
piensa en el secuestrador que abusa de su impotente víctima: en la mujer que se
estaciona en doble fila sin importarle la vialidad: en el político que se
enriquece por la relación con el amigo que es poderoso: en la ineficiencia
burocrática que hace que uno pierda su tiempo, y así, entre nimiedades o
corrupciones capitales, se va desarrollando el mundo.
Por eso el final es muy satisfactorio.
(AQUÍ LO REVELO PARA QUE NO LO LEA SI ES QUE NO HA VISTO LA PELÍCULA). El padre
de Alejandra, ante su supuesta muerte en una playa veracruzana provocada por
sus compañeros, luego de haberse entrevistado con ellos y visto el vídeo de la
relación sexual de su hija, enviado por el mismo joven que la sedujo, lo
secuestra y saca del Distrito Federal. Lo ata de manos y pies. Se dirige a una
playa. Lo lleva mar adentro en un bote y fácilmente, justicieramente, (en un
antihomenaje al Michael Haneke de “Funny Games”) lo tira al mar. Uno se siente
aliviado, en plena catarsis: ese jovenzuelo pusilánime representa a nuestro
odiado secuestrador, a la prepotente ama de casa, al ineficiente burócrata, a
toda ese montón de jovencitos estúpidos, a las cosas que nos degradan como
seres humanos… Tristemente, violencia engendra violencia, pero ¿qué le vamos a hacer?...