martes, 30 de octubre de 2012

JUSTICIA EN PROPIA MANO


DESPUÉS DE LUCÍA
2012. Dir. Michel Franco.



         El segundo largometraje (muy bien filmado, preciso, estrujante, sin caer en lugares comunes) de Michel Franco (“Daniel y Ana”, 2009) es una impecable -dolorosa- reflexión acerca del sexo como detonador de otras perspectivas de vida (en su primera película, un joven y su hermana eran forzados a tener relaciones sexuales para videograbarlos. Luego quedaban libres con sus vidas destrozadas). Ahora, Alejandra (Tessa Ia) se muda de Puerto Vallarta al Distrito Federal con su padre (Hernán Mendoza), después de la muerte accidental de su madre. Entra a una preparatoria privada donde comienza amistad con varios de sus compañeros. En un viaje a la casa de uno de ellos a Valle de Bravo, luego del alcohol y la mariguana, Alejandra realiza sexo oral con el joven dueño de casa que filma el hecho con su teléfono celular. Se sube a internet y comienza el acoso violento (el famoso “bullying”) que irá creciendo de tono. Depresiva y dolida por la muerte de su madre y la incomunicación con su padre, al cual no puede contarle los hechos sucedidos, Alejandra entra en una pasividad extrema: queda sujeta a la humillación y abuso de sus compañeros que no muestran ninguna compasión. Toda la supuesta amistad era falsedad cuando se desvela un aspecto íntimo.

         Alejandra no es ninguna chica inocente: tiene antecedentes de fumar mariguana porque un examen clínico en el colegio lo revela. Su entrega al joven compañero, debida a la ligereza proporcionada por el alcohol nos la muestra como alguien que sabe a lo que se está sometiendo aunque sin pensar jamás en que será base de un cambio en sus relaciones. La cinta da a entender que la madre murió en el accidente de auto mientras enseñaba a manejar a la joven. El sentido de culpa coexiste entre padre, sin que se explique más que por el hecho de tener a una hija removida de sus raíces, y la muchacha que recuerda, de pronto, al auto chocado. Esa pasividad quizás se entienda como un martirio esperado o la exagerada culpa cristiana.

El joven director Michel Franco y la impactante actriz Tessa Ia

         Sin embargo, la violencia no es exclusiva de los jóvenes. En su enojo mientras maneja, el padre se lía a golpes con un taxista. Su agresividad está a flor de piel con la intolerancia hacia unos empleados del restaurante donde trabaja como chef o la señorita que le interroga para tramitar el seguro de su mujer. De manera sutil, el inteligente director nos habla de la violencia cotidiana que es alimento para los jóvenes a los cuales, sumándole el poder (económico, físico, político) les hace prepotentes. De la misma manera, la falta de disciplina y de vigilancia por quienes deberían estar atentos a las cuestiones paraescolares es rampante: se buscan soluciones luego de que ocurren tragedias.

         La película es angustiante para el espectador sensible. Hay una escena donde Alejandra es obligada a comer un pastel de porquerías que la llevan al vómito. La manera en que es rodeada, forzada, por los mismos jóvenes de su edad que gozan sádicamente de lo que está pasando, por el mero hecho de haber descubierto una debilidad (el sexo que ellos mismos practican pero que nadie cuestiona) provoca una sensación de impotencia. Uno extrapola ese momento a la vida cotidiana y se enoja. Uno piensa en el secuestrador que abusa de su impotente víctima: en la mujer que se estaciona en doble fila sin importarle la vialidad: en el político que se enriquece por la relación con el amigo que es poderoso: en la ineficiencia burocrática que hace que uno pierda su tiempo, y así, entre nimiedades o corrupciones capitales, se va desarrollando el mundo.

         Por eso el final es muy satisfactorio. (AQUÍ LO REVELO PARA QUE NO LO LEA SI ES QUE NO HA VISTO LA PELÍCULA). El padre de Alejandra, ante su supuesta muerte en una playa veracruzana provocada por sus compañeros, luego de haberse entrevistado con ellos y visto el vídeo de la relación sexual de su hija, enviado por el mismo joven que la sedujo, lo secuestra y saca del Distrito Federal. Lo ata de manos y pies. Se dirige a una playa. Lo lleva mar adentro en un bote y fácilmente, justicieramente, (en un antihomenaje al Michael Haneke de “Funny Games”) lo tira al mar. Uno se siente aliviado, en plena catarsis: ese jovenzuelo pusilánime representa a nuestro odiado secuestrador, a la prepotente ama de casa, al ineficiente burócrata, a toda ese montón de jovencitos estúpidos, a las cosas que nos degradan como seres humanos… Tristemente, violencia engendra violencia, pero ¿qué le vamos a hacer?...