FERNANDO A. RIVERO: UNA APROXIMACIÓN
1 – Un
repaso general
Dentro
de la historia del cine mexicano hay algunos nombres que no tienen salvación
posible (Jaime Salvador, José Díaz Morales) porque sus películas son
sencillamente malas, sin gracia, planas, mal narradas, abyectas. Las nulas
cualidades de sus cintas serán sustituidas por las presencias de sus estrellas:
valdrá la pena acercarse a ellas por disfrutar de los elencos o los números
musicales. Otros, aunque su calidad en general sea discutible, poseen algún
elemento de redención que los exime de culpa total (Miguel M. Delgado, Chano
Urueta, como ejemplos mínimos) porque en ciertos momentos casuales o de circunstancias históricas se
acercaron a las películas redondas.
Fernando A. Rivero se encuentra en este caso. Iniciado como
escenógrafo desde Santa (1931),
debutó como realizador con El beso mortal
(1938), una película con discurso preventivo y moralista, refiriéndose el
título a una metáfora de la enfermedad venérea. Salvo escasas excepciones,
siempre estuvo involucrado en las adaptaciones o argumentos de sus cintas. Dirigió
a Cantinflas en sus cortometrajes. Su época más fructífera estaría entre 1949 y
1952 con los melodramas del género cabaretil producidos por Cinematográfica
Calderón. De hecho, había iniciado la década de los cuarenta bajo el patrocinio
de José Luis Calderón con La posada
sangrienta (1941), una comedia de misterio bastante elemental, cuyas cualidades recaían
en la narración alterna de un programa radiofónico cuya acción es presentada visualmente, así como en las
presencias de Max Langler y Miguel Inclán, además de una muy bella Gloria Marín
quien repetiría con Rivero en su siguiente cinta: Seda,
sangre y sol en el mismo año.
La mal
denominada Época de Oro permitió su cinta
prestigiosa, una adaptación de Los
miserables (1943) bastante lograda, que denotaba el aprendizaje del
realizador en lo que se refería a la narración cinematográfica pues
comparándola con sus otras obras anteriores, es un paso gigantesco. Centrándose
en el momento en el cual Jean Valjean asiste a la graduación de Cosette, Rivero continuaba la historia del memorable
personaje de Víctor Hugo con ciertas referencias al pasado. Domingo Soler obtenía
un estelar espléndido, adecuado a su físico y edad.
En 1944 filma la que será
su obra cumbre: Nosotros con la cual
inicia su relación con Emilia Guiú, a quien dirigirá mucho en el futuro (según
se cuenta, la estrella que haría el protagónico no se presentó y Guiú convenció
a productor y director para ocupar su lugar: fue su primer estelar, inicio de
una fructífera carrera). Una sencilla historia de amor apasionado, cuyos
valores han crecido con el correr del tiempo. Los personajes se enamoran
enloquecidamente por lo que deberán quedar en manos del destino.
Nosotros
es una historia simple. Un cuento amoroso con personajes que han vivido una
existencia difícil. La mejor salida será consumar esa pasión para disfrutarla.
Una cabaretera de buen corazón llega a su casa. Está ebria, luego de haber
rechazado a un cliente molesto en esa noche de Año Nuevo.De pronto irrumpe un
joven, un ladrón que anda huyendo de la policía. Se enamoran. Van a una iglesia
donde se juran amor eterno y empiezan a vivir juntos. La vida los llevará por
un rumbo ajeno al esperado: él encuentra un trabajo que lo redime pero la hija
de su patrón lo persigue. Ella lo abandona cuando piensa que ha perdido su
amor. El hombre, decepcionado, acepta el acoso de su admiradora con la que se
casará. Finalmente, reencontrará a la cabaretera y alcanzará a escuchar sus
últimas palabras.
Para ser
una película filmada en 1944, resulta sorprendente la libertad que usan los personajes para convertirse en pareja.
Las escenas de su relación inicial son cortas, con escasos diálogos: un amor a
primera vista que ofrece una sensación de fragilidad. La cabaretera Marta
(Emilia Guiú) vivirá con el temor de que todo sea efímero y por un malentendido
llega la separación. Al contrario, Armando (Ricardo Montalbán) piensa que ella
ha sido su piedra de toque, motivo del cambio positivo en su vida: de ahí la
gran decepción cuando es abandonado. Llama la atención que la cinta sea muy
audaz para su tiempo en cuanto hay sexo sin matrimonio. Es el triunfo del amor
contra las convenciones usuales narrativas del cine mexicano (aunque al final
habrá castigo). Ella ha quedado embarazada, ocultándolo a su amado, pero
perderá al producto del amor y morirá. La cinta nunca es reiterativa y muestra
las cualidades como director de Rivero quien logró otra de sus obras soberbias
y superiores.
Una rara
experiencia con Fu Man Chu (La casa
embrujada), quien había sido mejor dirigido po René Cardona, y otras dos
cintas cierran su primera etapa en 1946. Tardará tres años en regresar a la
dirección fílmica y es cuando surge el melodrama de rumberas, compositores,
malhechores y el reinado de Ninón Sevilla en un mundo poblado por actores y
actrices que distinguirán al período. Con Ninón filmará únicamente Coqueta y Perdida (ambas 1949), sobre las canciones de Agustín Lara,
apareciendo el propio compositor. A Lara lo volverá a dirigir en Mujeres en mi vida del mismo año, al lado de Emilia Guiú. Coqueta explora las posibilidades de
Ninón al interpretar a una muchacha que se engañada para caer en el vicio. Perdida la presenta como una víctima de
su inocente carnalidad al ser violada por su padrastro, inmediatamente después por un vividor que la lleva a vender a
una casa de mala nota. Si comparamos estos inicios, tendremos los elementos que
posteriormente se conjugarían y depurarían para llegar a la Ninón máxima de Aventurera (Gout, 1949). En el mismo
caso está el viejo amante de Perdida
que resultará ser el padre de su novio y que bajará por la escalera de una gran
residencia como luego lo hará Andrea Palma en la cinta de Gout. Las dos
películas presentan números musicales de gran calidad (para el género) los
cuales serán más elaborados en Aventurera.
Podría compararse a “La múcura” de Perdida
con la más cursi pero espectacular “En un mercado persa” de la otra cinta. Rivero
tuvo la mala suerte de experimentar con Ninón lo que posteriormente sería
explotado (y afinado por otros directores) gracias al interés de Pedro Calderón
por su rutilante vedette cubana. A
Rivero le quedaría entonces la posibilidad de establecer su estilo y crear su
propia cumbre con otros melodramas y elencos.
En 1950
Fernando A. Rivero filma cuatro películas. La primera de ellas es un melodrama
bastante menor llamado El pecado de ser
pobre en donde dirige Guillermina Grin, actriz española, al lado de Ramón
Armengod, que viene a ser una historia de venganza donde el protagonista sufre
las consecuencias de no tener fortuna. Aparte del consabido sacrificio, y de la
salvación extrema al término de la cinta, lo mejor de la película son los
números de mambo.
Su
siguiente cinta, extraordinaria, soberbia, Burlada debe ser
vista con nuevos ojos ante el paso del tiempo. Se manejan los juegos del
destino inherentes al melodrama y con los ecos de la tragedia griega (la
prostituida Grin resulta ser hija de la también cabaretera Mercedes Soler,
amante y enamorada del mismo hombre que enardece a ambas); las bajas pasiones (un
estupendo Jorge Mistral quien vive seduciendo a cada mujer que se le enfrenta,
por simple interés o por lujuria); las
diferencias sociales (Lilia del Valle como dama rica a la cual Mistral enamora le
dice a la Grin: “una mujer de cabaret será siempre una mujer de cabaret” a lo
que ella le responde “es muy fácil decirlo cuando se ha vivido sin necesidades”); el amor loco, en el estilo al
final de Duelo al sol (Vidor, 1946)
que luego será prestado para la coproducción Juego peligroso (Alcoriza, 1966) al tener Grin la obligación de matar
al infiel amante para detenerlo en sus infaustas acciones, antes de suicidarse
y morir aferrada a los labios del hombre. A todo el delirio anterior puede
añadirse que Burlada cuenta con un
singular número musical donde una bailarina nos deleita con un mambo utilizando
zapatillas de puntas, mezclando ballet con el ritmo de moda. Burlada
merece una revaloración
dentro del ciclo cabaretil que usualmente es apreciado por las presencias
femeninas famosas del género pero jamás por las cintas en sí.
Rivero
seguirá con una serie de cinco películas para Emilia Guiú en los años 1950 a
1952. Los amantes y Buenas noches mi amor son de 1950; en
1951 escribe el argumento de Salón de
belleza pero sólo dirigirá La noche
es nuestra. Para 1952 estarán sus últimas películas: Traficantes del divorcio y La
extraña pasajera. Con estas últimas cintas ya había comenzado la
transformación del personaje cabaretil. En Los
amantes, Emilia pasa de mujer respetable y viuda, a cabaretera (que es
donde inicia la película) para luego casarse, retomar su vida estable, pero finalmente
volver a caer. Quince años en la cárcel la convierten en una piltrafa humana que
recibirá unas monedas de mano de su propia hija la cual no le reconoce, en una
copia semejante a la conclusión de Las
abandonadas (Fernández, 1944). La
noche es nuestra presenta a Guiú como víctima de un marido loco que la
lleva irremediablemente al cabaret; el final trágico la muestra como víctima
del propio hombre cuando escapa del sanatorio en el cual se encontraba
recluido. Traficantes del divorcio
nos da a una Emilia Guiú, como estrella de teatro quien perversamente provoca
el aborto de la casada Esther Fernández cuando desea quedarse con su marido
Luis Aguilar. Ya no era la cabaretera ligada por completo al espacio de
perdición: se jugaban con otras variables que, de todas maneras, llevaban al
ambiente de amor, dolor y pecado.
2 – La
primera: El beso mortal (1938)
La copia que se exhibe por televisión lleva como título El castigo de Dios porque era usual por
esos años primitivos del cine sonoro nacional que las películas se reestrenaran
con otros nombres o eran aquellos que se utilizaban en la exportación. Se
explican ambos títulos porque el tema era audaz para su tiempo ya que se
trataba el asunto de la enfermedad venérea.
El Dr. Juan Estrada (Miguel Ángel Ferriz) instala su
consultorio en céntrica calle de alguna ciudad provinciana provocando el
escándalo de sus habitantes, al grado que el presidente municipal acude a verlo
para pedirle que lo quite y que reparta volantes discretos. El motivo de la
consternación es que se anuncia el tratamiento de “enfermedades venéreo –
sifilíticas”, algo que por esos años se denominaban “secretas o vergonzantes”.
Cierto día llega a verlo Raymundo, el hijo del propio presidente municipal
(Julián Soler), para atenderse y resulta que el joven está infectado con
sífilis. Está a punto de casarse con una muchacha, Cecilia (Magda Haller), que
ha sido el objeto amoroso, aunque inconfesado, del médico. A pesar de que éste
le asegura que con el tiempo se curará, el joven hace oídos sordos y procede a
la preparación de la boda. El médico está bajo juramento y no puede revelar su
situación, pero su enfermera (Matilde Palou, esposa en la vida real del actor Ferriz)
es quien se lanza a evitar el
casamiento en la misma iglesia donde se está celebrando. El muchacho es
repudiado por su padre y se marcha a la capital para iniciar su descenso en el
vicio hasta que la enfermedad lo corroe. El médico se entera y lo retorna a su
pueblo para que muera en paz. Quien fuera su prometida va a verlo antes de
morir y aunque no quiere que lo vea, lo hace y grita horrorizada. El médico,
después, comienza a cortejar a la muchacha.
Se nota la intención moralista (y didáctica) de la película
desde el inicio cuando se presentan a varios jóvenes que practican natación o
juegan al aire libre como imágenes de lo que debería ser esa edad, divino
tesoro. Luego se pasa a la discusión entre la madre de la joven con el médico
por su especialidad, involucrando al sacerdote del pueblo. En todo momento se
mantiene la necesidad de poner en alerta a la juventud de los riesgos de la
promiscuidad. No obstante, el médico piensa en irse del lugar pero es disuadido
de sus planes por algunos de los miembros de la sociedad.
En otra secuencia, la enfermera recibe la visita de una
amiga (Margarita Cortés, quien fuera esposa de Domingo Soler) que, llorosa,
le confiesa sobre sus problemas de salud pero le avergüenza ir a
tratarse con el médico. Se entregó a un joven que le prometió matrimonio pero
luego la abandonó y le transmitió su enfermedad. La muchacha asiste al
consultorio pero ha sido vista por su padre, un plomero, quien llega hecho una
furia. El médico le convence de que se porte como padre que ama a su hija y la
va a apoyar por el error cometido.
Y la tercera parte del drama es la del joven enfermo.
Primero pierde el consuelo y la esperanza. Luego, al saber que puede curarse
pero tardará tiempo, tiene miedo de que su novia no lo espere. Finalmente, al
notar que hay un retrato de su novia (dedicado al amigo médico, aunque éste la
ame en silencio), estalla de celos y le advierte que seguirá adelante con sus
planes. El médico le impele a pensarlo, a que no se atreva a darle “el beso
mortal” a su amada, pero el joven no le hace caso. Ahí es donde entra la
conciencia de la enfermera para evitar la ruina de la futura casada. Y todavía
hay otro elemento argumental interesante: la enfermera está enamorada del
médico sin esperanza. Su acto de salvación de la joven viene a ser una reacción
indirecta de la pasión que guarda por su propio amado.
Siempre se ha insistido en ver al cine como documento
visual, histórico, de época. Se muestra un consultorio de provincia con sus
muebles y elementos. El propio médico, en algún momento, estudia sus probetas y
hace análisis.
Hay una boda, aunque inconclusa, que muestra a damas con
vestuarios, lo mismo que los trajes de novios, invitados. Los automóviles para
el cortejo. En la secuencia de la declinación del joven en la capital se
muestra al Palacio de Bellas Artes para luego ir pasando de atmósfera en
atmósfera de bares y cabaretes. El beso
mortal es un ejemplo del cine nacional que se realizaba, durante la década
de los treinta, con el objetivo de búsqueda de temas, discursos, mensajes con moraleja,
establecimiento de estilo y, más que nada, como surgimiento de una industria
que iría encontrando su camino en los años venideros.
3 – La última: La
extraña pasajera (1952)
Según se cuenta, Rivero dejó el cine para integrarse a una
oficina de publicidad. Su última película es una trama de crimen y misterio que
sucede en un tren como microcosmos que recuerda a otros títulos (“La dama
desaparece” de Hitchcock, “El rápido de las 9:15” de Galindo o “El tren
expreso” de Klimovsky, por mencionar unos cuantos) y es la reunión de
personajes donde habrá una víctima, pero también un criminal entre muchos
sospechosos.
La trama no es muy clara, pero involucra chantaje y
contrabando. Hay una estrella del espectáculo (Emilia Guiú) que es la principal
persona en duda (de ahí el título).
Un militar que está enamorado de ella
(Víctor Manuel Mendoza);
un agente de joyas (Ferrusquilla) que coquetea con el
póker y es esquilmado por un vividor (Antonio Bravo).
Un oscuro auditor del tren
(Arturo Soto Rangel).
Un ayudante del auditor que tiene pocos diálogos (Eulalio
González “Piporro”, quien ya había filmado su dupla de películas con Pedro Infante donde hizo popular a su personaje, pero los azares de la exhibición y filmación no permitían, entonces, la explotación de fama: de hecho tardaría unos años en adquirir presencia. Aquí no aparece en los créditos del elenco).
Un soldado (José Chávez Trowe). Un grupo de agentes
ministeriales (José Torvay, Roberto Corell y Rogelio Fernández).
Un delincuente
que va rumbo a las Islas Marías (Tito Junco), escoltado por un militar (Miguel
Ángel Ferriz, quien aparecería nuevamente en la última cinta de Rivero como director cuando fue el estelar de la primera).
La víctima es un banquero llamado Jorge (el actor secundario,
usualmente en papeles pequeños desde los inicios del cine nacional, Pedro
Galván).
Un par de beatas: madre e hija (Dalia Íñiguez e Irlanda Mora) que
tienen diálogos al inicio y casi final de la película sin mayores
explicaciones.
Lo que se siente a primera vista es el cuidado narrativo y
formal. La escenografía muestra básicamente los interiores de un tren que está
muy bien recreado (no en balde Rivero fue pionero en este oficio). Los
camarines y gabinetes, el salón comedor, el simple carro de asientos, el cabuz.
Solamente se saldrá de este microcosmos en algunas paradas del trayecto o el
inicio y final del mismo. Hay una secuencia donde el maleante Junco sale de una
ventanilla y sube al techo de los vagones para dirigirse hacia el gabinete que
ocupa la estrella Guiú.
4- Tributo
Sirvan los anteriores comentarios para rendir tributo como
una aproximación incompleta hacia un excelente realizador – artesano – autor cuyo
cine tuvo como eje central al melodrama. Cuidadoso en su narración y en la
estructura formal de sus películas, fue puliendo el oficio. De la torpeza
simple de sus primeras experiencias llegó a un dominio completo, sobre todo en sus
cintas mejor logradas (“Nosotros”, “Burlada”) que alcanzan el nivel de
maestría.
Nota 1- Las fotos de las películas "El beso mortal", "Nosotros" y "La extraña pasajera" están tomadas de los vídeos respectivos: de ahí su baja definición.
Nota 2- Unos cuantos párrafos de este artículo (en lo que se refiere a la carrera general del director y a la película "Nosotros") aparecieron publicados en tres colaboraciones del apartado Ensayo, en la entonces sección Cultural, del periódico El Norte, en 1986 y 1991. Las miradas hacia el cine mexicano de antes han cambiado mucho con los años. Mi admiración y placer por el cine de Rivero ha sido constante. De ahí mis rescates, entonces y ahora.
Nota 2- Unos cuantos párrafos de este artículo (en lo que se refiere a la carrera general del director y a la película "Nosotros") aparecieron publicados en tres colaboraciones del apartado Ensayo, en la entonces sección Cultural, del periódico El Norte, en 1986 y 1991. Las miradas hacia el cine mexicano de antes han cambiado mucho con los años. Mi admiración y placer por el cine de Rivero ha sido constante. De ahí mis rescates, entonces y ahora.
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FERNANDO A. RIVERO,
director
Filmografía
(largometrajes)
1938 – El beso mortal
¡Aquí llegó el valentón!
Juntos pero no revueltos
1941 – La posada
sangrienta
Seda, sangre y sol
1943 – Los miserables
Mi reino por un torero
1944 – Nosotros
La casa embrujada
1945 – La morena de mi
copla
1946 – El príncipe del
desierto
1947 – Canciones y
recuerdos
1949 – Coqueta
Dinero maldito
Mujeres en mi vida
Perdida
1950 – El pecado se ser
pobre
Burlada
Los amantes
Buenas noches mi amor
1951 – La noche es
nuestra
Traficantes del divorcio
1952 – La extraña
pasajera