LEVIATÁN
(Leviathan)
2014. Dir.
Andrey Zvyagintsev.
Kolya debe enfrentar judicialmente al
alcalde del pueblo costero donde vive porque va a expropiarle, por una cantidad
ridícula, un terreno donde tiene su casa, taller, y que ha sido suyo por más de
ochenta años. El tribunal decide a favor del alcalde Vadim. Dimitri, un abogado,
amigo de Kolya, tiene pruebas del pasado criminal del edil y va a confrontarlo.
Lo único que desea es que se pague el precio justo de su propiedad. Entonces
suceden dos cosas: Dimitri se mete sexualmente con la esposa de Kolya y el
alcalde muestra su autoridad corrupta mandando golpear y amenazar de muerte al
abogado. Todo empieza a tomar matices de tragedia, de inequidad, de muestras
del cinismo y la corrupción en que se encuentra ese microcosmos que nos refiere
a todos. Kolya se convierte en una especie de Job moderno ante el monstruo
magnífico que se menciona en ese libro bíblico. La comparación es obligatoria ante
el término Leviatán que tiene la acepción de gran ser marino, monstruoso, por
un lado. Por otra parte es un nombre asociado al demonio: es uno de los cuatro
príncipes del infierno. Y revisando otra referencia, porque no es uno docto en
el tema, es el título de una obra monumental del filósofo inglés del siglo
XVII, Thomas Hobbes: el estado decide todo de manera autoritaria ya que el
hombre, al ser libre, puede caer en la ruina.
Aleksei Serebriakov en el rol de Kolya, un Job moderno
como tantos actuales aunque traigan celular y usen la computadora.
Finalmente, lo que muestra esta
brillantísima película es la corrupción rampante en que ha caído el mundo: el
cinismo de las autoridades para abusar de sus puestos y decidir, acorde con sus
dudosos valores trastocados, lo que es el bien individual contra el bien común.
Lo más interesante de la cinta es que uno piensa que la trama se irá hacia el
convencionalismo de la lucha entre autoridad y pueblo para llegar a una
victoria, quizás pírrica; de pronto el inteligente Zvyagintsev se desvía para
decirnos que esa corrupción y ese abuso está también en nosotros mismos que
tomamos caminos inesperados: se le da vuelta al valor de la amistad, por
ejemplo, para llegar a la traición. Se tienen varias consecuencias que no puedo
contar, donde la condición de Kolya se puede comparar al Job, porque debe
sufrir la injusticia sin tener otra salida que la resignación. Estamos
sumergidos en discursos huecos: la imagen de ese desagradable alcalde puede ser
extrapolada a la desfachatez generalizada (el monstruo de nuestro tiempo). El personaje eclesiástico se somete a la autoridad para tener engañada a su conciencia y poseer las ventajas que resultan de esa alianza.
Roman Madianov transmite el asco que produce este tipo
de ser político: aparentemente piadoso, internamente podrido.
¿No les recuerda a nuestros gobernantes gordos, detestables?
Son los "Leviatanes" de nuestro tiempo.
Y uno creía que estaba habitando en la excepción cuando se encuentra viviendo en la regla. "Leviatán" es el retrato vivo de lo que sucede en nuestro entorno, en todos los entornos, en un siglo XXI corrupto.
El extraordinario director Zvyagintsev
ya había demostrado su calidad en otras películas:
aquí llega a niveles superiores.