EL
FRANCOTIRADOR
(American
Sniper)
2014. Dir.
Clint Eastwood.
Chris Kyle (Bradley Cooper dando cátedra de actuación) es un patriota convencido.
Los valores de pertenencia y de familia le son prioritarios. Su padre le ha
enseñado desde pequeño a ser bueno, pero sin dejarse vencer por los malos. Al
darse cuenta de los ataques que han sufrido las embajadas norteamericanas en
África (1998), se enlista con los SEALS hasta que se gradúa. Luego del derrumbe
de las Torres Gemelas, Chris va a pelear a Iraq. A partir de este momento serán
cuatro viajes a lo largo del tiempo con retornos a casa, con su mujer e hijos.
La cinta nos va mostrando la pasión de Chris por su labor: está siendo un perro
pastor que salvaguarda a las ovejas de los lobos; lo que su padre le aconsejó.
Bradley Cooper como el apasionado Chris Kyle:
su labor en la vida es salvar a las ovejas norteamericanas.
Estamos ante otro retrato impecable de
un personaje norteamericano que ama a su patria y está convencido de que debe
defenderla. Se vuelve a la inutilidad de la guerra porque nunca habrá quien
tenga la razón: cada bando defiende lo suyo y si la visión de los ganadores es
hegemónica, la opinión pública se irá contra los vencidos. No estamos ante una
declaración política sino ante una historia acerca de lo que significa estar en
guerra: no se busca establecer quiénes tienen la razón. Hay dos francotiradores
en pugna. A cada uno le duele la pérdida de seres queridos y a cada uno le importa
su propia patria. Kyle logró el registro de 160 víctimas gracias a su habilidad
como francotirador. Igual que el personaje de Jeremy Renner en Zona de miedo (The
Hurt Locker, Bigelow, 2008), su razón de ser es cuidar a sus compañeros: no se
encuentra a gusto si no es tras su arma, haciendo lo que debe. La guerra se
vuelve adrenalina. En el caso de Kyle es compromiso.
Esposo y padre amoroso, Kyle, no obstante, prefería
estar detrás de su arma, en medio de la batalla.
Aquí con Sienna Miller, quien interpreta a su esposa.
Como el viejo de Gran Torino, quiere que su patria no sea invadida ni cambie de
valores; como el autoritario J. Edgar,
su trabajo es su pasión; como el padre de Río
Místico, la rabia lo mantiene buscando el retorno. Y luego está el oficio,
el ritmo que Eastwood le imparte a su trama, la manera en que va construyendo
su trama y la va comunicando al espectador que llega a la fascinación. Gran
manejo del suspenso, excelente coreografía bélica. Además, hay otro factor
importante: su actor principal. Eastwood ha sabido siempre sacarle jugo a sus
intérpretes. Se transforman sobre la pantalla. Hilary Swank en Golpes del destino, Angelina Jolie en El sustituto, Sean Penn en Río Místico, por mencionar unos cuantos.
Aquí se añade a Bradley Cooper. Es la gran cualidad de la cinta: con el cuerpo
cuadrado, regordete, el acento texano, la reacción justa en el momento preciso, estamos
ante otra actuación memorable.
Gran ejemplo de lo que significa
empatar con su público. La cinta se ha tornado gran éxito porque Eastwood ha
sabido darle su lugar y compartir el sentido de nación con los espectadores. El
norteamericano promedio, alejado de la intelectualización, encuentra su gran
identificación con el personaje que se torna héroe contemporáneo: viene a ser
la imagen de todos los jóvenes (hombres y mujeres) que se encuentran en la
lucha por la patria. Eastwood sabe lo que quiere decir. Es un gran ejemplo de
lo que significaría un cine comercial artístico, sin que este adjetivo finalmente importe: es inherente.