¡SALVE, CÉSAR!
(Hail, Caesar!)2016. Dirs. Ethan y Joel Coen.
La reciente película de los hermanos
Coen es extraordinaria: posee muchos niveles de lectura, además de ofrecer un
repaso al catálogo de géneros en el Hollywood del pasado. La acción sucede en
1951. Eddie Mannix (Josh Brolin) es el jefe de producción de los ficticios
Estudios Capitol que están realizando, entre muchas otras cintas, una épica
bíblica: “¡Salve, César!, una historia de Cristo” donde la estrella principal
es Baird Whitlock (George Clooney) quien es secuestrado luego de que un par de
extras lo narcotizan y llevan a una mansión en las playas de Malibú. Mientras
tanto, Mannix debe lidiar con otros personajes: la actriz y nadadora DeeAnna
Moran (Scarlett Johansson) que está embarazada sin marido; con la orden del
jefe superior para que el popular vaquero de cintas del oeste, Hobie Doyle
(Alden Ehrenreich) entre al género dramático; con el par de gemelas Thora y
Thessaly Thacker (Tilda Swinton con cabellos de distinto color), columnistas
chantajistas que le amenazan con publicar en su contra si no consiguen noticias
exclusivas; con el director de una comedia musical donde trabaja el popular
Burt Gurney (Channing Tatum); con su misma familia, sus propias ambiciones,
pero sobre todo con su fe católica.
Baird es secuestrado por un grupo de
escritores comunistas que le hacen ver la explotación a que están sujetos por
los estudios de cine. Aceptan que han infiltrado varias de sus creencias y
doctrinas en los guiones escritos para películas. No le revelan quien es la
mente maestra que, además, posee la mansión en que están platicando.
DeeAnna ha sido embarazada por uno de
los directores suecos del estudio (que es quien realiza la comedia musical
mencionada). O al menos es lo que ella cree. Mannix va a arreglar el matrimonio
entre ellos para evitar un escándalo, pero descubre que el realizador está
casado, con esposa y dos hijos en su país natal. Debe haber, entonces, cambio
de planes.
Hobie era doble de cine hasta que lo
escucharon cantar y descubrir sus aptitudes para montar a caballo por lo que le
dieron un estelar que lo tornó en estrella inmediata y exitosa. Ahora, el jefe
supremo quiere diversificarlo e introducirlo en otro género, en el cual se
desarrolla con total ineptitud.
Las hermanas gemelas Thora y Thessaly,
que se detestan mutuamente, quieren tener exclusivas que conciernen a Baird o
publicarán un terrible secreto de antaño que destruirá a la popularísima
estrella. Mannix ha prometido a su esposa dejar
de fumar, pero no lo cumple y al inicio de la cinta está confesándose con su
sacerdote para arrepentirse por no cumplirlo. En otro aspecto, tiene el
ofrecimiento de una compañía aérea, involucrada con la fabricación de bombas
atómicas, para que se torne socio capitalista y ejecutivo en la empresa. Esto
hace pensar a Mannix entre su rol actual dentro del entretenimiento o la
alternativa de un empleo que le permita disfrutar de su familia.
A través de estos personajes, los Coen
construyen una historia que recrea ciertas formas de proceder en el Hollywood
de mitad de siglo veinte con la idea de establecer un microcosmos sustentado en
la fe y en la hipocresía. Está lo aparente: el glamour de las personalidades de
pantalla que no podían ser iguales a los humanos a pesar de tener las mismas
pasiones, cualidades y defectos: por eso debe casarse a DeeAnna porque era
escandaloso tener un hijo fuera de matrimonio o evitarse la publicación de un
secreto íntimo.
Y lo más importante: los Coen
transgreden el discurso continuo y acusatorio de los años cincuenta para ser
irónicos. Un episodio constante y repetitivo en la historia política de
Hollywood está en la cacería de brujas entre personalidades que tuvieron
relación con el comunismo. En esta película, se tornan en villanos, contra sí
mismos por el secuestro, que admiten su idealismo y fe en sus creencias
comunistas sin dejar de lado que sus vidas son cómodas aunque sean sinceros al
desear el dinero del secuestro para su causa. Lo irónico es que su gurú es un
intelectual alemán llamado Marcuse, como el filósofo que estuvo detrás del
idealismo juvenil que dio lugar a las rebeliones de mayo del 68.
Por eso, hay recreación de géneros: el
espectáculo acuático-musical donde DeeAnna realiza clavados entre bañistas que
crean formas geométricas en el agua (como Esther Williams). El melodrama de
intriga romántica donde Hobie, estrella campirana, es metido con calzador para
aprovechar su popularidad y destreza en el género del oeste (como John Wayne o
Joel McCrea o Randolph Scott). La comedia musical con marineros que irán a
combate y se quejan de la falta de compañía femenina que sufrirán donde Burt es
la estrella principal (como Frank Sinatra o Gene Kelly). Principalmente, la
superproducción bíblica con la presencia del Cristo y todas sus implicaciones
con exageraciones donde Baird es un súbdito romano que cambia su soberbia por
la fe (como Robert Taylor o Richard Burton). En todos estos casos, al
presenciar la realidad detrás de las filmaciones, uno nota la superficialidad y
ligereza (dejando de lado los talentos innegables de sus estrellas).
Ante la superficialidad acuática está
el embarazo prohibido; ante la queja contra la falta de mujeres hay todo un
trasfondo homoerótico en el bailable entre marineros; ante la elegancia de una
situación de clase alta se encuentra la vulgaridad de un “cowboy”; ante el
descubrimiento del Salvador está la actuación mecánica de una estrella de Hollywood
que olvida en el momento climático, la palabra más importante que es “fe”. Es un
discurso que alaba al entretenimiento sin rendir un culto ciego. Se está
mostrando una cara de Hollywood con todas sus contradicciones y defectos. No en
balde, la palabra que está sobre un tanque de agua en el estudio es “Behold”
(¡Contemplad!, que es una palabra muy bíblica).
Eddie es un hombre que se encuentra en
la encrucijada de su vida para definir su futuro. A pesar de tantas presiones,
Mannix está convencido que el espectáculo es su vida (de hecho, el nombre del
personaje pertenece a un legendario productor de la MGM en los años de
esplendor sin relación alguna). Y sus contradicciones también están presentes:
la culpa católica debida a no cumplir con la promesa de dejar el cigarrillo se
confunde con el valor moral al querer entrar a trabajar en una compañía que
apoya a fabricar bombas atómicas. Su lealtad al jefe supremo le lleva a
abofetear a quien se atreve a acusarlo de explotador porque así es el sistema y
debe seguirse.
Todo es una declaración del estado de
las cosas y de la transformación cultural: el Hollywood de antaño a nadie le
importa ya. El público joven de ahora prefiere los efectos especiales, los
personajes de historieta o las cintas independientes que promueven
superficialidad o ligereza de temas cotidianos. Esa gran producción bíblica ya
no se filma (quizás por televisión) y los demás géneros perdieron su pureza
porque ya no estamos ante el mundo idealizado ni las estrellas poseen misterio.
Sin embargo, fue la base de todo lo que ahora se vive. Esa hipocresía y esa fe
moldearon nuestras sensibilidades: Todo cambió y esta cinta lo confirma.
Nota: en la función que me tocó se salieron diez personas demostrando que ese pasado no importa: ya no deslumbran los espectáculos ingenuos; ya no se reflexiona ante el discurso fílmico.