PLAZA DE LA SOLEDAD
2015. Dir. Maya Goded.
Cinco
prostitutas de la mediana a la tercera edad narran sus historias de vida, las
terribles experiencias de abuso y violación, las hirientes relaciones
familiares, las traiciones de los hombres, sus filosofías de vida y sus
creencias ante las curanderas o la Santa Muerte o una tumba en el pobrecito
panteón, frente a una cámara que escudriña rostros y cuerpos ajados. De alguna
manera, estas sexoservidoras siguen adelante y, a pesar de haber perdido la lozanía,
tienen clientes asiduos.
Por
las noches salen a una gran plaza en el centro de la Ciudad de México.
Ocasionalmente aparece algún cliente durante el día. Una de ellas se junta con
un hombre más viejo por interés económico. Otra vive la amistad con quien fuera
su esposo infiel. El baño en un río con aguas contaminadas permiten la memoria
de años pasados cuando se aprendió a realizar marometas y flotar en el agua. Se
cuenta cómo una de ellas fue contratada por un policía para que lo maquillara y
vistiera como mujer.
Las
mujeres comentan que el cuerpo se desgasta cuando se entregan a sus clientes:
si todo se realiza fríamente no sucede nada. El orgasmo llega de pronto pero
solamente cuando el cliente las enciende.
Dos borrachos platican que las prostitutas tienen que sentir algo a fuerza. Una
de ellas se guarda ropa, llaves, papeles en su brassier por lo que sus senos se
notan enormes, pero es una especie de caja fuerte.
El
documental ofrece una visión imparcial y objetiva sobre un oficio usualmente condenado pero, en
el otro extremo, considerado como un mal necesario (sentencia de San Agustín) y
mal menor (según Santo Tomás de Aquino). Las mujeres fueron víctimas de las
circunstancias (violación, incesto) pero esto ha sido su modus vivendi y es lo que las ha mantenido vivas, sobreviviendo o
existiendo a su manera. No se juzga ni se lanza un llamado a la justicia
social. No se cae en la ficción del melodrama que nos lleva de “Santa” a tantas
historias que se han perpetuado en nuestra cinematografía: aquí las comprueba
con realidades.
Lo
que más impacta, por supuesto, son sus edades y sus cuerpos. Lo que inició
cuando eran jovencitas ahora debe sostenerse con el paso del tiempo. El
recuerdo les hace derramar lágrimas pero nunca aparece la queja por su
cotidianidad. Es un trabajo que permite cuidar al ser querido y tener para
comer. Es el panorama sin pena ni lástima de un segmento natural, longevo del
país*, cuya permanencia significa (¿explica?) algo.
*(recomiendo
complementar la visión de este documental con la lectura del libro de Fabiola
Bailón Vásquez, “Prostitución y lenocinio en México. siglos XIX y XX”, FCE,
2016, donde establece que desde antes de la Conquista existía una prostitución
ritual entre nuestros ancestros indígenas y de ahí, en adelante).