DESASTRE EN PARÍS
(Dans la brume / Just a
Breath Away)2018. Daniel Roby.
Las cintas con temática apocalíptica tienen la constante de
personajes que determinan luchar por su sobrevivencia. Esto sucede en esta
coproducción franco-canadiense con la familia compuesta por Anna (Olga
Kurylenko), maestra a distancia por internet y Mathieu (el formidable Romain
Duris), quien vive pensando en un mundo mejor para su hija adolescente Sarah
(Fantine Harduin) quien vive dentro de una burbuja esterilizada ya que sufre de
una enfermedad inmunológica. Sin embargo, todos los planes se vienen abajo:
después de un terremoto inesperado en París, surge una bruma café del subsuelo
que mata a humanos pero no así a ciertos animales. Al darse cuenta de
inmediato, Mathieu toma a su esposa y ambos corren hacia los pisos superiores
dejando a Anna en su espacio aislado que la preserva segura. Entran al
departamento del matrimonio de ancianos Lucien (Michel Robin) y Colette (Anna
Gaylor). La bruma ha llegado a cierto nivel solamente. A la altura a que han
llegado se encuentran a salvo. Ahora los problemas son mantener funcionando la
burbuja de Sarah y encontrar una manera de escape.
Mathieu corre hacia su salvación.
Mathieu y Anna miran el gas venenoso
desde el balcón de Lucien y Colette
Roby, alternadamente director de fotografía, propone una
cinta que mezcla al cine fantástico con un mensaje de advertencia ecológica:
dos elementos que quedan perfectos para el género de desastres naturales. Por
otro lado, la cinta exalta el amor de padres a hijos aunque en una situación
excepcional. Sarah vive solitaria en un mundo de pantallas, desde donde se
conecta con otros jovencitos en su misma condición, y de realidad virtual, que
su padre le ha ido regalando para que ella sienta lo que significaría
encontrarse en libertad. Por su parte, el matrimonio de vecinos ancianos le
comenta a Mathieu que su hijo vive en planta baja, a pocos metros de ellos, pero
confían en su astucia para haber encontrado un sitio seguro: aquí vive la
esperanza.
Las imágenes externas son impactantes,
sorpresivas y angustiantes
Este amor vendrá a ser el leit motiv de la cinta. Mathieu saldrá al exterior utilizando una
bombona de oxígeno que tenía uno de sus vecinos para encontrar a su vez a una
partida de oficiales, con sus máscaras de aire, que reparten los mismos equipos
a sobrevivientes que han rescatado. Así se hace de una par de ellos para que,
luego, Anna y Mathieu vayan en pos de un traje especial que permitiría la
salida de Sarah al exterior. Roby sabe manejar estas secuencias para dotarlas
de instantes inesperados, acordes con las consecuencias de esta bruma inhóspita.
Mathieu y Anna: el amor al final de todo
El hecho de que este batido gaseoso se encuentre nivelado a
cierta altura, evita los efectos letales en el departamento en que se ha
refugiado, permite a Mathieu subir a la azotea y darse cuenta de la terrible
realidad: todo París sometido a una extraña sustancia, liberada desde las
entrañas de la tierra, quizás como un castigo de juicio final. Produce una extraña
sensación ver a Notre Dame a lo lejos con una manta de S.O.S., además de que el
hacinamiento de sobrevivientes en las áreas altas de la ciudad está produciendo
una reacción destructora entre ellos. Uno como espectador no imagina cuál será
el rumbo del desenlace. No obstante la cinta conmueve y, como toda buena cinta
europea, suceden giros narrativos para llegar al sorprendente y verdaderamente
inesperado final. Se llega a la conclusión de que una cinta europea de desastres no alcanza los niveles convencionales de su congénere hollywoodiense.
La ciudad invadida
Romain Duris ha sido actor camaleónico: ya sea como el
propio protagonista de Molière (Tirard,
2007) o el viudo travestí de Una
nueva amiga (Ozon, 2014) que en este caso como el padre desesperado.
Olga Kurylenko,
versátil desde chica Bond en 007: Quantum
(Forster, 2008) u objeto amoroso del confundido soldado Cruise en Oblivion: el tiempo del olvido (Kosinski,
2013). La joven Fantine fue la nieta voyeurista de Un final feliz (Haneke, 2017). Lo que es más entrañable para nuestros ojos cinefílicos por recuerdos del pasado son las presencias del casi nonagenario Michel Robin de La confesión (Gavras, 1970) o La invitación (Goretta, 1973), pero sobre todo de la ahora anciana Anna Gaylor que nos deleitó en las joyas enloquecidas, casi surrealistas, del genial Alain Jessua (La vida al revés, Juego de masacre o Tratamiento diabólico). Un reparto fenomenal desde la tierna edad adolescente hasta la casi terminal de ancianos. Todo esto: calidad histriónica, trama de suspenso y fantasía aderezada con drama familiar y toque de esperanza, hace que este Desastre en París, bien valga una misa, como el mismito París en su refrán que lo alaba y exalta.
El realizador Daniel Roby