sábado, 25 de mayo de 2019

APOCALIPSIS FRANCÉS


DESASTRE EN PARÍS
(Dans la brume / Just a Breath Away)
2018. Daniel Roby.


         Las cintas con temática apocalíptica tienen la constante de personajes que determinan luchar por su sobrevivencia. Esto sucede en esta coproducción franco-canadiense con la familia compuesta por Anna (Olga Kurylenko), maestra a distancia por internet y Mathieu (el formidable Romain Duris), quien vive pensando en un mundo mejor para su hija adolescente Sarah (Fantine Harduin) quien vive dentro de una burbuja esterilizada ya que sufre de una enfermedad inmunológica. Sin embargo, todos los planes se vienen abajo: después de un terremoto inesperado en París, surge una bruma café del subsuelo que mata a humanos pero no así a ciertos animales. Al darse cuenta de inmediato, Mathieu toma a su esposa y ambos corren hacia los pisos superiores dejando a Anna en su espacio aislado que la preserva segura. Entran al departamento del matrimonio de ancianos Lucien (Michel Robin) y Colette (Anna Gaylor). La bruma ha llegado a cierto nivel solamente. A la altura a que han llegado se encuentran a salvo. Ahora los problemas son mantener funcionando la burbuja de Sarah y encontrar una manera de escape.

Mathieu corre hacia su salvación.
Mathieu y Anna miran el gas venenoso
desde el balcón de Lucien y Colette
         Roby, alternadamente director de fotografía, propone una cinta que mezcla al cine fantástico con un mensaje de advertencia ecológica: dos elementos que quedan perfectos para el género de desastres naturales. Por otro lado, la cinta exalta el amor de padres a hijos aunque en una situación excepcional. Sarah vive solitaria en un mundo de pantallas, desde donde se conecta con otros jovencitos en su misma condición, y de realidad virtual, que su padre le ha ido regalando para que ella sienta lo que significaría encontrarse en libertad. Por su parte, el matrimonio de vecinos ancianos le comenta a Mathieu que su hijo vive en planta baja, a pocos metros de ellos, pero confían en su astucia para haber encontrado un sitio seguro: aquí vive la esperanza.
Las imágenes externas son impactantes,
sorpresivas y angustiantes
         Este amor vendrá a ser el leit motiv de la cinta. Mathieu saldrá al exterior utilizando una bombona de oxígeno que tenía uno de sus vecinos para encontrar a su vez a una partida de oficiales, con sus máscaras de aire, que reparten los mismos equipos a sobrevivientes que han rescatado. Así se hace de una par de ellos para que, luego, Anna y Mathieu vayan en pos de un traje especial que permitiría la salida de Sarah al exterior. Roby sabe manejar estas secuencias para dotarlas de instantes inesperados, acordes con las consecuencias de esta bruma inhóspita.

Mathieu y Anna: el amor al final de todo
         El hecho de que este batido gaseoso se encuentre nivelado a cierta altura, evita los efectos letales en el departamento en que se ha refugiado, permite a Mathieu subir a la azotea y darse cuenta de la terrible realidad: todo París sometido a una extraña sustancia, liberada desde las entrañas de la tierra, quizás como un castigo de juicio final. Produce una extraña sensación ver a Notre Dame a lo lejos con una manta de S.O.S., además de que el hacinamiento de sobrevivientes en las áreas altas de la ciudad está produciendo una reacción destructora entre ellos. Uno como espectador no imagina cuál será el rumbo del desenlace. No obstante la cinta conmueve y, como toda buena cinta europea, suceden giros narrativos para llegar al sorprendente y verdaderamente inesperado final. Se llega a la conclusión de que una cinta europea de desastres no alcanza los niveles convencionales de su congénere hollywoodiense.

La ciudad invadida
         Romain Duris ha sido actor camaleónico: ya sea como el propio protagonista de Molière (Tirard, 2007) o el viudo travestí de Una nueva amiga (Ozon, 2014) que en este caso como el padre desesperado.
Olga Kurylenko, versátil desde chica Bond en 007: Quantum (Forster, 2008) u objeto amoroso del confundido soldado Cruise en Oblivion: el tiempo del olvido (Kosinski, 2013).
La joven Fantine fue la nieta voyeurista de Un final feliz (Haneke, 2017).
Lo que es más entrañable para nuestros ojos cinefílicos por recuerdos del pasado son las presencias del casi nonagenario Michel Robin de La confesión (Gavras, 1970) o La invitación (Goretta, 1973),
pero sobre todo de la ahora anciana Anna Gaylor que nos deleitó en las joyas enloquecidas, casi surrealistas, del genial Alain Jessua (La vida al revés, Juego de masacre o Tratamiento diabólico).
Un reparto fenomenal desde la tierna edad adolescente hasta la casi terminal de ancianos. Todo esto: calidad histriónica, trama de suspenso y fantasía aderezada con drama familiar y toque de esperanza, hace que este Desastre en París, bien valga una misa, como el mismito París en su refrán que lo alaba y exalta.

El realizador Daniel Roby