DOLOR Y GLORIA
2019. Dir. Pedro
Almodóvar.
Salvador Mallo (Antonio Banderas) es un director de cine que
lleva tiempo sin filmar. Diversas enfermedades que le producen dolor le han
disminuido el entusiasmo. Ahora, debido a que la filmoteca va a exhibir una
versión restaurada de su cinta “Sabor” realizada hace treinta años, busca a su
actor protagonista Alberto (Asier Etxeandia), del cual había estado separado
por rencillas durante todo ese tiempo, para que lo acompañe a la presentación.
Reacio, inicialmente, Alberto le introduce a la heroína, por lo cual Salvador
encuentra cierto alivio a sus males. Varios hechos le llevan a recordar el
pasado, cuando era pequeño, vivía con sus padres (Penélope Cruz y Raúl Arévalo)
en el pueblo, asistía a colegio católico donde sus cualidades para el coro le ofrecían
algunas dispensas escolares. Igualmente, fue donde conoció a Eduardo (César
Vicente), un albañil analfabeta al cual enseñó a leer y escribir a cambio de
trabajos para su madre en la casa. Salvador le ofrece a Alberto un texto
autobiográfico para una puesta en escena a la cual asiste Federico (Leonardo
Sbaraglia) quien se reconoce como el antiguo amante de Salvador al cual busca y
reencuentra. Por otro lado, casualmente descubre un viejo retrato que le había
pintado Eduardo en el pasado. Al conectarse con el recuerdo de su madre,
Salvador se da cuenta que todos los elementos que le han dado sustancia y
sustento para su obra creativa siempre han estado dentro de él y a su
alrededor.
Jacinta joven (Penélope Cruz)
y Asier Flores (Salvador niño)
Jacinta anciana (Julieta Serrano)
y Antonio Banderas (Salvador adulto)
Dolor y gloria o la recuperación del deseo por vivir.
Salvador se ha dejado dominar por los achaques de la edad. Una vida cómoda,
aunque plena de medicamentos y ataques de dolor, debida a los éxitos del pasado,
le permite sufrir en silencio, leyendo, escribiendo, viendo películas por
televisión. La cinta va concatenando diversos hechos que empiezan a incentivar
lo cotidiano: la exhibición de su vieja película, el texto que regala a su ex
actor, la coincidencia del reencuentro con su antiguo amante, los recuerdos del
pasado, que en el cine de Almodóvar son piezas claves, productos del azar, detonadores
de emociones largo tiempo dormidas. En este caso, es el primer deseo, es la
imagen febril, el desnudo masculino, la incomprensión razonada del sentimiento
pero la expresión asentada de la naturaleza que se irá durmiendo, tornándose
continua, cayendo en la rutina, hasta que el impulso (y las circunstancias)
hacen que Salvador se dé cuenta de aquello que lo llevó a la creatividad: del
deseo que fue la causa de todos sus posteriores deseos.
El reencuentro de los viejos amantes:
Federico (Leonardo Sbaraglia) y Salvador.
El mismo Almodóvar había expresado en el pasado que sus
cintas no eran autobiográficas. Insertaba meros elementos contados de otra
manera o con una carga romántica que les impartía otras dimensiones. En este
caso, tenemos una obra de madurez: Almodóvar reflexiona, saca a colación
ciertos asuntos, personas, recuerdos, para que sirvan como declaración de fe o
revelación sanadora o justificación personal que, al mismo tiempo, le ofrece
una tranquilidad de conciencia (no fue buen hijo, no apoyó a su amante en una
adicción, no se trató sus enfermedades) cuando en realidad simplemente siguió
el orden natural de las cosas. La vida sucede y lo único que queda es el
recuerdo de lo que hicimos y nada más: todo es irremediable, menos el futuro.
Almodóvar con Asier Etxeandia
y Antonio Banderas.
Almodóvar muestra sus dotes de narrador magistral. Como en
todas sus películas, la trama fluye y es interesante. En este caso hasta las
explicaciones corporales y las descripciones de enfermedades son amenas, no
cortan el hilo narrativo, porque todo es uniforme, cada hecho es importante
para el desarrollo de esta historia de vida. Hay secuencias conmovedoras en la
relación maternal o la repetición de un beso entre hombres por los viejos
tiempos. Y luego está el reparto eminente: Antonio Banderas se sublima y es
impresionante cómo está representando a Almodóvar en gestos, miradas, formas de
hablar, aparte de su trabajo corporal que nunca pierde continuidad ni
naturalidad (merecidísima su Palma de Oro como mejor actor). Julieta Serrano como la madre anciana produce nostalgia por su
vitalidad en Mujeres al borde de un ataque de nervios que ahora se ha
transformado por los años. Leonardo Sbaraglia es la representación del deseo
pasado con una dignidad inigualable.
El primer deseo