sábado, 4 de julio de 2009

DIARIO DE UNA MUJER (1944, BENAVIDES JR.)

He revisado esta película de José Benavides Jr. (1911 - 1945) quien solamente alcanzó a filmar 13 títulos entre 1939 y el año de su prematura muerte por una enfermedad hepática. Me llama la atención el melodrama pero más importante la sugerencia erótica.

Una pareja (Luis Aldás y Sofía Álvarez) se casa y va en su propio avión hasta Acapulco donde bailan al ritmo suave de "Un gran amor" de Gonzalo Curiel. Ella le pide que la bese y ambos se abrazan para que la imagen siguiente sea una panorámica nocturna del mar, la metáfora visual que era usual para sugerir la ardiente relación sexual. Antes de que este viaje termine, el hombre es llamado a una importante junta en la capital por lo que decide volar (es ingeniero aeronáutico) y promete regresar tan pronto como pueda. Sin embargo ocurre un accidente que lo deja paralítico y, peor aún, impotente. La relación sigue, la mujer está resignada y el hombre sufre en silencio en su silla de ruedas.

Cierto día van a la fábrica de aviones que tiene el hombre. La mujer decide caminar mientras su esposo arregla cierto asunto. Se detiene en un hangar donde tres hombres musculosos, de buen ver, uno de ellos sin camisa, templan una pieza de acero. Los golpes de los martillos, las brasas ardientes, los cuerpos sudorosos y bien esculpidos hacen que la mujer reaccione internamente. Benavides muestra acercamientos de los ojos que va alternando con ritmo entre un torso desnudo, una pieza que se golpea, un carbón encendido, unos brazos que manejan el martillo, y los ojos nuevamente.

Más tarde, en la cinta, la mujer conoce a un jugador de polo (Rafael Baledón) quien la seduce, sobre todo luego de un partido donde el hombre trae una camiseta pegada que permite mostrar sus amplios brazos y su pecho (aunque resalta cierta pancita). La entrega sucede en un bosque donde la pareja se sienta, se besa, se abraza y cae horizontalmente antes de otra imagen bucólica y sugerente. Ella resulta embarazada. El marido se entera y decide suicidarse. Ella, en vez de correr a los brazos del atractivo jugador, decide quedar sola. Una imagen final, luego de acabar de escribir en su diario, muestra a un niño pequeño que llega con ella.

Me llama la atención la audacia de la secuencia de los obreros ya que luego de la censura establecida a finales de los años treinta (ya no podía pensarse en filmar "La mujer del puerto" con su incesto; mucho menos los desnudos parciales de "La noche de los mayas", "La torre de los suplicios" o "El signo de la muerte") había mayores limitaciones. Aquí está claramente establecido el deseo sexual: Sofía Álvarez no hace mayores movimientos más que dejar abiertos y fijos sus ojos. El director se encarga de construir un ritmo de montaje con planos diversos que van subrayando la necesidad corporal de la mujer. Uno imagina, aunque suene vulgar pero es cierto, la actividad a la cual se dedicará cuando llegue a su casa.

Esto es lo que me importa de un realizador que siempre ha sido subestimado y considerado tan común y corriente como cualquiera de sus contemporáneos. La posible idea de incesto en "Alejandra" (1941) o la indecisión del amor en "Un corazón burlado" (1944) abren las venas de la curiosidad.