jueves, 31 de marzo de 2011

¡EXTRAORDINARIA!


SALVANDO AL SOLDADO PÉREZ
2010. Dir. Beto Gómez.

Finalmente uno puede disfrutar de una cinta mexicana contemporánea. Se imita un género extranjero (hasta en el título) pero con la conciencia de que la única forma válida es manteniendo la distancia, no tomarse en serio y utilizar la farsa para jugar con un argumento tan inverosímil como revisionista, tan vigente como desequilibrado. Tenía que ser un director talentoso (aparte coargumentista) quien pusiera ejemplo a tanto estúpido megalómano que piensa que el camino para llegar a Hollywood es filmando su tipo de cine bajo presupuestos ridículos y terminar dando pena ajena.

El narcotraficante Julián Pérez (Miguel Rodarte) recibe la orden terminante de su madre Elvira (Isela Vega) para que salve a su otro hijo Juan quien ha sido reportado como perdido en acción mientras combatía en Iraq. Será la única manera de que perdone su estilo de vida. Julián se lanza, entonces, a su misión. Para ello, forma un pequeño comando de hombres temerarios que le han servido o sido rivales, pero siempre con eficiencia. Así inicia una odisea plena de absurdos y de momentos que resultan inofensivos, dudosos y plenos de gracia. Al espectador no le queda más que aceptar esa atmósfera que resulta tan bien cuidada que nunca pierde el tono. No hay heroísmo sino arrojo y empuje: es lo que se esperaría de un matón ignorante, sin preparación militar. No hay sentido bélico más allá de que está ocurriendo una guerra que se encuentra lejana a su objetivo: importa salvar al hermano ya que equivale al perdón materno y al reinado del melodrama, esencial para el cine mexicano que se respete, aunque aquí nunca sea evidente ni doliente.

Hay momentos que provocan la carcajada y el guión está tan bien estructurado que la gracia surge de las situaciones sin estar metida con calzador. Aunado a la conciencia como cineasta del realizador Beto Gómez,
estamos ante una cinta completa y redonda que supo aprovechar todos los elementos que la crearon. Ahí están los retrocesos en el tiempo para darle antecedentes y sustancia a los personajes: saber sus motivaciones; enterarnos sin verborrea de la cuestión familiar. No se regodea en sus gags visuales ni explota la diversión con excesos. Todo está medido y es efectivo.

Y aquí debo irme por partes: los productores Rovzar hicieron la perfecta elección al dar oportunidad de presupuesto y apoyo a un director que había demostrado su valía con cintas independientes, en lugar de dirigir ellos mismos ( “Navidad, S.A.”, esa redomada idiotez realizada por Fernando Rovzar) o utilizar a pobres diablos como Alejandro Lozano (“Matando cabos” y“Sultanes del sur”) o Rigoberto Castañeda (“Kilómetro 31” ).

Luego está el sinaloense Beto Gómez. Siempre subestimado aunque con la suerte de haber logrado, al menos, cierta distribución y apoyo. Todo comenzó con “El agujero” (1996)
rodada en una semana para establecer su deseo de cuidar historia y actores en vez de querer apantallar con la cámara y mostrar al envejecido exmojado personaje que retorna al país para ser objeto de escarnio; luego “El sueño del caimán” (2001)
donde un ladroncillo español viajaba a México para reencontrar a su padre, ése sí, de largo alcance, para entrar en otro juego de fracaso; la tercera cinta fue la excelente “Puños rosas” (2004)
donde un aspirante a boxeador caía también en la cárcel para coincidir con el hampón que le perdonó la vida cuando fue testigo de un asesinato: surge la pasión entre ambos, aunque finalmente habrá otro fracaso de relación.

Y esta farsa enloquecida vuelve a tratar otro tema de fracaso de vida: Julián Pérez le ha fallado a su madre. Forzado por la venganza y las circunstancias, tuvo que entrar al narcotráfico. Su carácter le hizo triunfar pero el faltante emocional estaba en el hermano y en la madre. Ahora aparece la oportunidad de redimirse aunque los caminos ya no tengan seriedad pero sigan siendo simbólicos. Hay un final feliz que está condicionado por el destino y ese sentido de inferioridad como el lector se dará cuenta al ver la película.

Gómez es fiel a su carrera y a sus compañeros de aventuras fílmicas. Aquí tenemos a Rodrigo Oviedo como uno de sus comandos, llamado “Pumita” con un gran tatuaje de Rigo Tovar sobre la espalda para que recordemos que su boxeador gay de “Puños rosas” ocurría en Matamoros con el fondo musical de esa estrella. Vuelve a contratar a Isela Vega, a Jaime Camil, al pesadísimo Adal Ramones y al chicano Randy Vázquez. El gran acierto reside en el famoso grupo de “soldados” que recluta y que adquieren dimensiones distintas a los roles estereotipados en que usualmente aparecen: Joaquín Cosío, Jesús Ochoa y Gerardo Taracena.

La producción está muy cuidada. Los créditos indican que las locaciones fueron el estado de Coahuila y Turquía. No se sienten diferencias y parece que se estuviera en el susodicho Iraq. Al mezclar lugares comunes a la mexicana (una botella de salsa, por ejemplo; la canción “Soy rebelde” interpretada por Jeanette como fetiche sentimental de un mercenario ruso) con los correspondientes al género bélico (los movimientos exagerados y acrobáticos para moverse de lugar en un sitio tomado por los rebeldes) y de hampones (se escuchan acordes del tema de “El padrino”) al estilo Hollywood (de hecho los fondos musicales se parecen a las cintas del oeste dirigidas por Sergio Leone para acordarnos de ese colonialismo a la inversa de los años setenta), Beto Gómez ofrece cátedra de los rumbos que debería tomar nuestro cine mexicano.

Además, ha sido una película exitosa en taquilla. Eso viene a impartir muchas lecciones que deben tomarse en cuenta. Lo malo será que otros tontos sin talento se pongan a imitar esta original y mexicana película ante su falta de creatividad. Mientras tanto, no pierdan la oportunidad de verla. No hagan caso de quienes la tachan como “basura” al mirarla con ligereza. Simplemente... ¡extraordinaria!