martes, 13 de septiembre de 2011

OTRA HORA DE ESPANTO


NOCHE DE MIEDO
(Fright Night)
2011. Dir. Craig Gillespie.


Imagino que los lectores que estén entre los cuarenta y cincuenta años de edad vieron la cinta original La hora del espanto (1985)
en su estreno, y eran desde adolescentes hasta jóvenes adultos. Fue una película popular y taquillera, dando lugar a una secuela tres años más tarde. Con el paso del tiempo permaneció en el recuerdo y luego nos enteramos que la iban a volver a filmar. Hay películas que no deben ser tocadas porque la primera vez salieron perfectas y redondas. Uno se acerca a esta Noche de miedo esperando lo peor y se decepciona: la cinta es mucho mejor de lo que se podría pensar. No es tanto una segunda versión como una relectura adecuada para este segundo decenio del siglo XXI donde la ilusión y la fantasía solamente pueden encontrarse a través de la imagen filmada. La realidad es bastante dura y los cuentos de hadas que antes festejábamos entre nosotros ya han sido exterminados.

De ahí que sea placentera esta película. La historia de Charlie Brewster (Anton Yelsin),
jovencito que percibe que algo raro sucede con su nuevo vecino Jerry (Colin Farrell, extraordinario y magnético)
que tiene todas las ventanas oscurecidas y que ha sacado mucho escombro del interior de su casa. Uno de sus amigos lo ha estado observando y asegura que es un vampiro. Charlie no le cree hasta que los hechos se presentan directamente en su vida. Busca la ayuda de un mago popular, Peter Vincent (el británico David Tennant)
en un casino de Las Vegas, lugar donde sucede esta trama, quien aparentemente es experto en este tipo de seres. No puedo contar la trama sin revelarla, por lo que me limitaré a generalidades.

El tono de la cinta es más serio que la original. Había ciertos acercamientos fársicos con un conductor de televisión que resultaba ser mera apariencia que realidad. El querido Roddy McDowall
alcanzaba uno de sus más trascendentales roles de madurez. Ahora Peter Vincent (se han respetado los nombres de los personajes principales) es un mago que engaña con la ilusión de la escena pero tiene un pasado que lo relaciona con este vampiro. Su frivolidad relativa al conocimiento de los muertos vivos es en realidad falsa: es una enciclopedia andante sobre el tema. Tennant no desmerece, sino que vuelve a crear, al personaje.

Por otro lado, el vecino no tarda mucho en abrirse de capa. El espectador se torna cómplice del joven protagonista, casi de inmediato, luego de que lo vemos atacar al amigo de Charlie. Las casas son un microcosmos dentro del desierto de Nevada. Las conexiones de luz y gas están casi a flor de suelo y esto da lugar a una secuencia espeluznante y extrema donde inicia el ataque ya cínico, certero y directo contra Charlie, su madre y su novia, aparte de explicar un laberinto interior y profundo en la casa del vampiro.

Y el vampiro es seductor. Farrell es versátil,
lo sabemos luego de tantas películas diversas. Atrapa al espectador y de ahí su inmediata aceptación (si recuerdan “Minority Report: sentencia previa” donde su rol secundario quedaba por encima de sus coestrellas), por lo que resulta convincente en el papel de un personaje fantástico. Su terrenalidad (y vulgaridad, porque es una de sus limitaciones que se torna cualidad) permite el cinismo y esa actitud es la que envuelve a las damas y da ocasión a una secuencia sensualísima cuando da de probar la sangre a su próxima víctima, la novia de Charley, Amy (Imogen Poots, una variante menor y más joven de Scarlett Johansson), como fluído lúbrico y quemante.

Estamos ante otro discurso del lugar común y obvio en el género: el mal acechante, pero como siempre insisto, es la manera en que se va desarrollando esta amenaza lo que hace que las películas resalten o se hundan. Nunca sabemos de dónde salió o en qué lugar estaba previamente este ser malvado: el vampiro habla de cuatrocientos años de supervivencia. Bebe cerveza, come manzanas verdes, reta a la cruz porque hace falta tener fe para que adquiera poder. Charlie se da cuenta que su verdadera naturaleza es lo que puede salvarlo y es la misma, diferente a los demás, que le ha traído el amor. Es el héroe que no tiene conciencia de sí mismo ni de sus posibilidades.

Al director Craig Gillespie
le conocíamos por el vídeo. Su primera cinta “Lars y la chica real” (2007)
presentaba a un joven tan tímido y desconfiado que la única posibilidad de acercamiento a otro ser humano era por medio de una muñeca inflable, sin que estuviera el sexo como motivo de ello; luego “Cuestión de pelotas” (2007)
mostraba a un escritor de manuales de autoayuda que regresaba a su casa para sufrir terror al enterarse que su madre iba a volver a casarse con quien fuera su entrenador en la secundaria: un tipo cruel y sádico. Ahora, en este tercer largometraje, se comprende que le haya fascinado el hecho de tener al personaje de Charlie, otro joven inseguro de sí mismo, que desea eliminar sus antecedentes y aborrece la idea de que su madre (o sus vecinas) caigan en los brazos del primero seductor Jerry para luego descubrir su monstruosidad y poder combatirla y crecer. No en balde se dice que los realizadores siempre filman la misma película.

Finalmente hay que destacar una secuencia donde un tipo choca en la carretera con la camioneta de la madre de Charlie para luego caer en las garras del vampiro. Es Chris Sarandon,
quien interpretara el rol del vampiro en la cinta original. Así que tenemos una visión del presente por medio de una trama que se añora, a la cual se rinde tributo. Para quienes rechazan la fantasía y los universos metafóricos será una película más o una tontería burda. Ojalá que la mayoría de quienes me lean no sean de esa especie de persona. Disfruten una buena cinta.