martes, 30 de agosto de 2011

INTELIGENCIA CONTRA ESTUPIDEZ


EL PLANETA DE LOS SIMIOS: (R)EVOLUCIÓN
(Rise of the Planet of the Apes)
2011. Dir. Rupert Wyatt.


Cuando la inteligente chimpancé -con la cual probaba un medicamento que posiblemente curaría al mal de Alzheimer- enloquece repentinamente (por lo que es aniquilada), el Dr. Will Rodman (James Franco, excelente)
descubre que todo era por proteger a su bebé recién nacido. Rodman lo lleva a su casa para cuidarlo temporalmente pero pasan los meses y luego los años. Además de inyectarle el medicamento a su padre con demencia senil (quien se cura milagrosamente), el médico ha procurado darle un hogar adecuado a César (como llaman al animal). Cierto día, por un malentendido, el chimpancé ataca a un vecino y es llevado a un refugio estatal para simios mientras Rodman busca la manera de sacarlo del lugar. César no comprende el hecho, sufre el abuso de otros monos y va acumulando rencor.

Uno piensa que ciertas tramas llegan a agotarse. Desde la obra maestra de Franklin J. Schaffner en 1968 (“El planeta de los simios”, basada en la novela de Pierre Boulle)
donde se llegaba, como excelente final inventado distinto al de la ficción de Boulle, al descubrimiento de que era la misma tierra que habría sufrido una involución, hasta seguir con otras secuelas que querían unir ese destino con su génesis, se fueron desarrollando variables y variaciones a través de series de televisión e historietas ilustradas. Ahora, más de cuatro décadas después, se retoma el tema por medio de un ingenioso guión que parte de la inteligencia creada por el mismo hombre: el medicamento inyectado en una chimpancé para regenerar neuronas y otras células, es heredado genéticamente en su hijo,
cuyo cerebro ha estado libre de deterioros. De ahí que su coeficiente intelectual sea elevadísimo y esté en constante evolución. La sustancia es poderosa para los simios pero fatal para la raza humana.

¿Por qué conmueve y convence esta película? Un motivo es que coloca a la deshumanización contemporánea como causa de rebeldía. Al llegar César al refugio empieza a sufrir los embates que usualmente vemos en películas de tema carcelario y sabemos, con toda seguridad, que sucede en la vida real. Es la inocencia atacada por la sinrazón. El chimpancé es inteligente ante estúpidos. Ha tenido la suerte de nacer privilegiado mientras que sus compañeros son el puro instinto. Su cualidad le permite la reflexión. Se comunica por señas con un orangután amaestrado quien le explica que a los humanos no le gustan los monos listos. Se da cuenta de cómo sobrevivir en este espacio; sabe cuál es la forma de escapar; pero lo más importante es que reniega de su anterior protector. Ya no le interesa ser la “mascota” porque ha conocido la maldad y se sabe y se siente superior, seguro de que no caerá en esas mezquindades. Y esos embates mencionados no fueron solamente por su propia comunidad que lo minimiza por ser “diferente”: es también el ser humano corrupto que ha perdido los valores básicos quien lo somete sin imaginar la reacción. Esa "diferencia" lo coloca en minoría absoluta: por dar idea de barbarie se niega su civilización.

Otro motivo (cualidad de la película) es la representación de la sociedad simiesca. Cada uno de los personajes principales entre estos monos llega a la definición simbólica de quienes serían ciertos individuos entre los humanos: un chimpancé viejo que lleva muchos años sirviendo como animal de laboratorio exige una galleta para mostrar su disponibilidad; su aspecto muestra los años rudos, el tiempo de ataques contra su cuerpo: un ojo vidrioso y la pelambre raída sobre el rostro. El primer atacante de César es el típico lidercillo inseguro, prepotente e idiota cuyo valor destaca en la fuerza: puede ser quien comete “bullying” en la escuela o viola a una jovencita indefensa. El orangután de circo es el viejo con experiencia que le ha dado sabiduría. Y por supuesto, César: el cerebro, el líder, aquél que antepone la cordura a la ira después de pensarlo. De hecho, su caída resulta del deseo de protección al ser querido,
lo que da rienda suelta al instinto: paradójicamente, será su redención y autovaloración. Por ética no puedo mencionarles el desenlace. Sin embargo va a conmoverle como sucede con todas las películas que apelan a valores humanos (la cadena de "Súper 8" o las bicicletas voladoras de "E.T. El extraterrestre").

La película cuida mucho su tono: la violencia es medida y no se exacerban las emociones. Son pocas y bien resueltas las tomas de muertes o ataques. Los efectos especiales son espléndidos y resultan impecables por su diseño de computadora: uno recuerda a Kim Stanley o Lew Ayres quienes debían pasar por todo un proceso cansado de maquillaje realista (que era extraordinario para su tiempo). El espectador revive la sensación de los dinosaurios de Spielberg: parece que hay simios actores en la cinta. Y, de ahí, César... ¡un Andy Serkis fuera de serie! El truco visual que se utiliza para quien pone su rostro y cuerpo antes de ser transformado en otro ser ante los espectadores muestra la dulzura, la ira, la resignación, la ley del más fuerte.

Rupert Wyatt, guionista, productor, director apenas de su segundo largometraje, muestra su talento.
La cinta no se desborda a pesar de que posee una energía imaginativa incesante: es discreta y tiene un final posterior a los primeros créditos donde se nos va explicando cómo los simios serán superiores en número dentro de unos años, siglos… Tal parece que estamos ante el reinicio de la serie. No se partió de la novela de Boulle: era mejor utilizar a nuestro apocalíptico planeta en estos tiempos donde impera la falta de respeto y valorización de la vida humana. Cualquier simio de esta cinta es más importante que las bestias que se autonombran personas y andan sueltas matando por la calle. Una gran sorpresa: el simio inteligente viene a ser sinónimo de esperanza contra cualquier humano vulnerable que deviene idiota.