domingo, 22 de julio de 2012

EL AMOR Y LA FAMA


DE ROMA CON AMOR
(To Rome with Love)
2012. Dir. Woody Allen.


            Luego de las usuales vistas de Roma (como hizo con París en su cinta anterior), el maestro Allen establece que vamos a adentrarnos en varias historias. Utiliza un personaje común en Roma, que hace años lo era en el DF según lo muestra Salón de belleza (Díaz Morales, 1951): el agente de tránsito en cruceros, para advertirlo. Entonces se entra de lleno a cuatro tramas diversas que no se van a interrelacionar. Si en Medianoche en París (2011) se había inspirado en el aura simbólica de la bohemia e intelectualidad de los años veinte para hablarnos de la irrecuperabilidad del pasado y la necesidad de vivir el presente, en esta película, Allen habla de dos elementos básicos en la Roma de siempre: el amor y la fama.


            De esta manera un hombre común y corriente (Roberto Benigni, misteriosamente contenido) se despierta una mañana para ser perseguido por los medios y los paparazzi por ningún motivo en especial. Un comentario a la fama efímera que se vive en estos tiempos por tantos seres pusilánimes (los asistentes a los “reality shows” de escándalo, por ejemplo) o por estrellitas de un día (como las “modelos” de programas vulgares de televisión).


            O tenemos a un arquitecto famoso por sus edificios comerciales que visita el barrio donde vivió cuando estaba en Roma como estudiante. Conoce a otro joven que también aspira a la arquitectura y se convertirá en personaje mágico alrededor de la infatuación que invade al muchacho cuando conoce a una vieja amiga de su novia, ahora estrella de cine entre amantes y sin rol importante en alguna película que lo seducirá gracias a la frivolidad.


            La joven norteamericana que conoce a un exitoso muchacho del cual se hace novia y deciden casarse. El padre de ella, productor musical, llegará a Roma para darse cuenta que su futuro consuegro tiene una voz maravillosa de tenor con la única limitante de que solamente la posee mientras toma la ducha.

            Y la pareja provincina, recién casada, que llega a Roma a visitar a la familia del nuevo marido quien anhela conseguir un buen trabajo con sus familiares para salir de las limitaciones de su pequeña ciudad. Ella se pierde por la ciudad, conoce a un importante actor que está filmando en la calle, al cual siempre ha admirado. El actor se aprovecha de esta situación para invitarla a su habitación con el objetivo de seducirla. Mientras tanto, el marido ha tenido que presentar a una prostituta como su esposa, a los estirados parientes.


            Allen logra exponer la esencia de una ciudad a través de las obsesiones de sus habitantes. No es casual que la fama esté ligada a todas las tramas: absurda, artificial, frívola, abusiva. De ahí la presencia estridente y común de la ópera (Allen llegó al grado de crear una deliciosa puesta en escena de “Pagliacci” de Leoncavallo), de los paparazzi, de una estrella de cine, de la infidelidad casual, de la prostituta chillante. Y está la maestría narrativa: tornar al arquitecto en presencia del pasado, omnipresente en la realidad del joven estudiante que cae en las redes de una muchacha superficial, plagada de lugares comunes, metafórica encantadora de serpientes.


            Se siente el cine italiano clásico, del cual Allen es admirador: la trama de la pareja recién casada es una variación de El sheik blanco (Fellini, 1952); la búsqueda de la fama que logró contundencia con Bellísima (Visconti, 1951); la Fuente de Trevi y los paparazzi inventados en La dulce vida (Fellini, 1960), por mencionar lo más evidente sin que se deje de lado la atmósfera de De Sica y el inicial Antonioni.

           
 Sus cintas no son ejercicios vacuos, centrados en una ciudad. Ya fuera Londres, París y ahora Roma, o tramas completamente serias (La provocación) o intermedias (Conocerás al hombre de tus sueños) o netamente humorísticas (Amor y muerte o la que hoy nos ocupa), Allen establece un discurso sobre el tiempo, la vida, la muerte, la ironía del destino. Es una bendición y privilegio que Allen esté constantemente dirigiendo y brindándonos una película por año (al menos)… Perdón, obra maestra tras obra maestra.