DE ROMA CON AMOR
(To Rome with Love)
2012. Dir. Woody Allen.
Luego
de las usuales vistas de Roma (como hizo con París en su cinta anterior), el
maestro Allen establece que vamos a adentrarnos en varias historias. Utiliza un
personaje común en Roma, que hace años lo era en el DF según lo muestra Salón
de belleza (Díaz Morales, 1951): el agente de tránsito en cruceros, para
advertirlo. Entonces se entra de lleno a cuatro tramas diversas que no se van a
interrelacionar. Si en Medianoche en París (2011) se había inspirado en el
aura simbólica de la bohemia e intelectualidad de los años veinte para
hablarnos de la irrecuperabilidad del pasado y la necesidad de vivir el
presente, en esta película, Allen habla de dos elementos básicos en la Roma de
siempre: el amor y la fama.
De
esta manera un hombre común y corriente (Roberto Benigni, misteriosamente
contenido) se despierta una mañana para ser perseguido por los medios y los paparazzi
por ningún motivo en especial. Un comentario a la fama efímera que se vive en
estos tiempos por tantos seres pusilánimes (los asistentes a los “reality shows”
de escándalo, por ejemplo) o por estrellitas de un día (como las “modelos” de
programas vulgares de televisión).
O
tenemos a un arquitecto famoso por sus edificios comerciales que visita el
barrio donde vivió cuando estaba en Roma como estudiante. Conoce a otro joven
que también aspira a la arquitectura y se convertirá en personaje mágico
alrededor de la infatuación que invade al muchacho cuando conoce a una vieja
amiga de su novia, ahora estrella de cine entre amantes y sin rol importante en
alguna película que lo seducirá gracias a la frivolidad.
La
joven norteamericana que conoce a un exitoso muchacho del cual se hace novia y
deciden casarse. El padre de ella, productor musical, llegará a Roma para darse
cuenta que su futuro consuegro tiene una voz maravillosa de tenor con la única
limitante de que solamente la posee mientras toma la ducha.
Y
la pareja provincina, recién casada, que llega a Roma a visitar a la familia
del nuevo marido quien anhela conseguir un buen trabajo con sus familiares para salir de las
limitaciones de su pequeña ciudad. Ella se pierde por la ciudad, conoce a un
importante actor que está filmando en la calle, al cual siempre ha admirado. El
actor se aprovecha de esta situación para invitarla a su habitación con el
objetivo de seducirla. Mientras tanto, el marido ha tenido que presentar a una prostituta como su esposa, a los estirados parientes.
Allen
logra exponer la esencia de una ciudad a través de las obsesiones de sus
habitantes. No es casual que la fama esté ligada a todas las tramas: absurda,
artificial, frívola, abusiva. De ahí la presencia estridente y común de la ópera (Allen llegó al
grado de crear una deliciosa puesta en escena de “Pagliacci” de Leoncavallo),
de los paparazzi, de una estrella de cine, de la infidelidad casual, de la
prostituta chillante. Y está la maestría narrativa: tornar al arquitecto en
presencia del pasado, omnipresente en la realidad del joven estudiante que cae
en las redes de una muchacha superficial, plagada de lugares comunes, metafórica
encantadora de serpientes.
Se
siente el cine italiano clásico, del cual Allen es admirador: la trama de la
pareja recién casada es una variación de El sheik blanco (Fellini, 1952); la
búsqueda de la fama que logró contundencia con Bellísima (Visconti, 1951); la Fuente de Trevi y los
paparazzi inventados en La dulce vida (Fellini, 1960), por mencionar lo más
evidente sin que se deje de lado la atmósfera de De Sica y el inicial
Antonioni.
Sus
cintas no son ejercicios vacuos, centrados en una ciudad. Ya fuera Londres,
París y ahora Roma, o tramas completamente serias (La provocación) o
intermedias (Conocerás al hombre de tus sueños) o netamente humorísticas (Amor
y muerte o la que hoy nos ocupa), Allen establece un discurso sobre el tiempo,
la vida, la muerte, la ironía del destino. Es una bendición y privilegio que
Allen esté constantemente dirigiendo y brindándonos una película por año (al
menos)… Perdón, obra maestra tras obra maestra.